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Jamie

Sostengo entre los dedos el walkie, bajo la mesa, lejos del alcance de ambos. Mis nudillos duelen, aunque soy incapaz de relajar el agarre sobre el aparato sin sentir que voy a perder el conocimiento. Absolutamente nada del día de hoy tiene sentido. ¿Este es mi regalo de Navidad? ¿Esto es lo que Santa ha pensado que me hacía falta, un demente suicida con ganas de tocarme las narices a cada oportunidad que se le presente? ¿Es un castigo por no llenar las libretas de partituras con las canciones que ya nunca compondré?

Camila alarga la mano y me roza el brazo sobre el plumífero, recordándome que ni siquiera me he quitado la chaqueta al cruzar el umbral. Fijo la vista en ella y me quito las gafas, erróneamente convencido de que sin las lentes ellos tampoco podrán verme con nitidez. La imagen difusa me relaja, y apartar la vista del desconocido también. Duncan, así lo ha llamado Cam.

—Quizá somos médiums y estamos tratando con un fantasma. —Cam abre mucho los ojos mientras sonríe radiando luz.

Con el fantasma de las navidades presentes, llegado al pueblo para torturarme por no llamar a mis padres para felicitarles las fiestas o decirles que estoy vivo. Evito mirarlo con todas mis fuerzas o me resultará imposible gritarle lo descerebrado que me parece que es.

—Al fantasma le han servido una cerveza —dice Duncan alzando el botellín—, desecha la teoría, cariño.

Vencido por la rabia suelto el walkie en mi regazo —antes muerto que dejarlo a la vista— y me giro hacia él con el gesto crispado. Hook se tensa. Duncan no es una amenaza, solo un tipo llegado al pueblo para perturbarnos las fiestas a todos.

—¿Has comido al menos?

Camila sonríe. Puedo escuchar su sonrisa al otro lado de mi nuca, cómo si mi pregunta fuese algún tipo de pipa de la paz. Duncan me mira, al menos eso intuyo por la nebulosa de colores que perciben mis ojos. El calor me sube por la garganta y me prende las orejas, ocultas por el pelo.

—Galletas de jengibre.

—¡Las hace James! Es un repostero muy bueno, pero se le da mejor la cocina.

Con la mirada en Camila me pregunto qué clase de pesadilla estoy viviendo.

—También me he tomado un guiso excelente, te lo recomiendo.

Me levanto de golpe y el walkie se resbala por mis piernas hasta caer bajo la mesa. Me siento rematadamente estúpido por haberme preocupado tanto por él cuando es más que evidente que no necesita mi ayuda. No sé a dónde mirar. No sé qué estoy haciendo. Antes de que pueda pensar en una salida digna me descubro diciendo que voy a la barra.

Avanzo sin las gafas hasta Frank, que mira sobre mi hombro la escena que acabo de abandonar. Hook ha mantenido su lugar, sentado como un centinela, y de golpe siento que mis dos amigos me han dado la espalda para confraternizar con el enemigo.

—¿Quién demonios es ese? —pregunta Frank, inclinado sobre la barra.

—Duncan —repito su nombre. Sabe amargo, ácido, extraño. Sabe como un nombre que no pertenece a este lugar.

Frank devuelve la mirada hacia mí y niega.

—¿Y qué demonios quiere?

—Eso me gustaría a mí saber. Debería querer un médico, o dormir, o volver a su casa...

El walkie con el que me avisó Frank hace un rato chasquea sobre el encerado y una voz suena clara y vibrante. Frank y yo giramos la mirada con confusión, sobre todo porque el otro walkie se me ha...

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora