24

30 10 13
                                    


Jamie

No sé cómo lo he conseguido pero por fin se calla. Una paz culposa me invade. Trato de ignorar la voz que me dice que debería disculparme y me acerco para subir a lo moto delante de él. Me sorprende que no ofrezca resistencia, pues se desliza hacia atrás nada más avanzo un par de pasos. Esta sumisión me desconcierta.

Enciendo el motor y espero que renquee un poco antes de empezar el trayecto hacia su coche, con la esperanza de que no se esté inventando nada de esto y vaya a acabar tirándome del vehículo y dándose a la fuga con la moto de Conrad.

—Voy a llevarte a la zona en la que te encontramos —le digo—. ¿Sabrás guiar desde allí?

Por el retrovisor puedo ver la nieve que levantamos. Duncan tiene el cuerpo echado hacia atrás y se sostiene de la propia estructura; parece que hace lo posible por no tocarme más de lo necesario. No me mira, ni tampoco al camino que tenemos por delante. Suspiro resignado y me obligo a ser el único adulto aquí otra vez.

—Lo siento, Duncan. Me he pasado. —Nada, ni una ligera variación en su rostro mientras avanzamos a una velocidad moderada—. ¿Me disculpas?

El silencio se prologa un poco más hasta que con un parpadeo parece volver al presente. Su mirada dorada destella en el retrovisor y me obligo a volver la vista al frente.

—No me conoces.

—No te conozco, es cierto. Solo me dio la sensación...

—No necesito darte ninguna sensación —ataja—, solo que me dejes junto a mi coche y me dejes largarme de este lugar. Tengo un camino muy largo por delante.

Cierro las manos sobre el manillar mientras rodeo el pueblo hasta la zona de atrás de la panadería de Emma. No debería haberme disculpado. O sí, pero no haber esperado tanto. O, para empezar, no debería haber abierto la boca en absoluto. O quizá he hecho bien y el que no sabe aceptar una disculpa y ser cordial es él.

Duncan devuelve la mirada a ninguna parte y bajo la velocidad para evitar que el aire empeore su estado a pesar de que es mi cuerpo el que le sirve de protección.

—¿En serio te encuentras bien? Es decir, si tienes un viaje por delante a lo mejor necesitas coger algunas cosas. Agua, comida...

—¿Por qué estás haciendo esto, James? ¿Soy tu obra de la caridad?, ¿es porque es Navidad?

Aminoro la velocidad conforme dejamos atrás el árbol de Eugene, todavía con los adornos que recoloqué esta mañana. Aún quedan unas pocas horas de sol, pero ese margen temporal no me tranquiliza. Paro el motor y giro el torso sobre el asiento. La distancia a la que me queda Duncan es imponente y minúscula.

Moribundo. Se va a ir de Blue Ribbon y no voy a poder quitarme de la cabeza esa palabra, mucho menos esa sensación. Tampoco ahora cuando me devuelve la mirada con gesto altivo y esa fachada de titán imbatible. No importa lo alto que levante el mentón o lo duro que parezca, ya lo he visto vencido.

—No sé por qué hago esto, solo lo hago. —Me encojo de hombros sin saber por qué lo sigo intentando—. ¿No hay nadie por quien tú te preocupes?

Una sombra cruza su rostro, tan rápida que cuando quiero darme cuenta no estoy seguro de si es real o solo me la he imaginado. Sus labios se tensan hasta dibujar una línea fina, clavadita a la que dibuja el horizonte sobre el mar, solo que de un tono salmón.

Cuando acepto que no va a responder, giro la cabeza hacia la nieve a nuestro lado. La sangre todavía destaca como una oscuridad fangosa. No es mucha, pero solo es un detalle más que ancla en mi cabeza la primera imagen que tuve de él.

—Aquí es donde te encontramos.


Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora