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Jamie

A pesar de todo, estas navidades están siendo las mejores de toda mi vida. Me echaría a llorar por volver a la rutina en unos días si no fuera porque adoro mi trabajo y a mis chicos. Y aún queda fin de año, me digo.

El fuego crepita a unos metros y Hook tiene la desvergüenza de tumbarse panza arriba alardeando de lo sencillo que es disfrutar de la vida. Las instantáneas que hemos disparado estos días me miran esparcidas sobre la alfombra en el hueco de mis piernas. Soy incapaz de decidir cuál es mejor para enmarcar, y eso que Conrad ya me ha fabricado un marco precioso con sus habilidades de ebanista.

Cojo una de las fotos y se la enseño a Hook, que ladea la cabeza confuso.

—Esta me gusta mucho, ¿qué te parece?

La descarto porque no tengo claro qué me hizo seleccionarla cuando en realidad es horrible y salgo medio bizco. Y Hook está claramente de acuerdo por cómo se le asoma el colmillo bajo el morro colgando. La foto decisiva se merece al menos un movimiento de la cola.

Empiezo a apartar instantáneas. Fotos de Eugene patinando que voy a enmarcar seguro, una  comiendo pretzels con Emma y Cam, otra de esta tarde colocando los adornos recuperados sobre el árbol... Una de las varias fotos que tenemos en familia es en el porche frente a la panadería. Las letras doradas sobre el escaparate están gastadas y no habíamos quitado toda la nieve sobre el tejado, pero somos nosotros. Es la familia que me ha acogido y, en momentos como este, soy capaz de creerme que soy uno más. Podría creerme que Cam y Alan son hermanos míos, que Emma también fuera mi tía y que Eugene fuera tan sobrino mío como lo siento. Podría creérmelo, si no fuera porque siempre encuentro una voz en mi cabeza que me recuerda que soy hijo único y que llevo sin saber nada de mis padres desde que me enteré de lo que fueron capaces de hacer. Lo rubios que son todos y lo moreno que soy yo también ayuda.

Me froto los ojos tras las lentes y le enseño la foto a Hook para preguntarle qué opina de ella.

El perro se revuelve.

—¿Eso es un sí?

Pero lo que parecía un ladrido de confirmación se convierte en inquietud. Se pone en pie en un parpadeo y sube las patas delanteras sobre la silla que hay junto a la ventana. En esa posición su cabeza me llega hasta las clavículas; Hook es de lo más imponente.

Siento la tensión en su pelaje y en la forma en la que deja tiesa la cola. Apenas parpadea. De golpe todos mis miedos se disparan y mi mente alcanza las revoluciones suficientes para provocarme náuseas. Recuerdo quiénes son mis padres, qué son capaces de hacer y hasta dónde alcanza el poder del dinero si sabes dónde colocarlo.

La realidad de que no vivo en un piso en la quinta planta de un edificio altísimo en el centro de la ciudad me golpea de lleno, lo que significa que, si me han encontrado, tendría que recorrer demasiados pasos para pedir ayuda en la siguiente casa. Hook masculla un ladrido que me hiela la sangre.

Trato con todas mis fuerzas de creer que no, que sigo a salvo de las garras de los Narvona tal y como Cam me prometió, lo que solo me deja la opción de que algún psicópata haya llegado hasta el valle. Por un segundo lo prefiero. Mi solución demenciada ante ese pensamiento pasa por hacerme el muerto. Como el ritmo al que bombea mi corazón no parece saber actuar, opto por apagar la lamparita de pie, así el intruso no podrá verme. Voy en pijama de franela, con una sudadera que da pena verla y una manta. Necesito algo para defenderme. La única arma que podría utilizar es el rascador de la ceniza, así que intento guardar para luego el terror inmovilizante y gateo hasta él. Hook ladra tan grave que parece un trueno. El ruido me pilla desprevenido y vuelco la estructura de hierro, desparramando sobre el suelo todos los utensilios para el fuego. Sea quien sea, ahora sabe que estoy aquí; y lo sabe porque he hecho más ruido que una iglesia en domingo de boda y porque Hook no para de ladrar como diciendo: «Oh, no. Ni se te ocurra acercarte a mi humano, que está aquí, tumbando en el suelo para ocultarse, en pijama, despeinado y empuñando un rascador de ceniza».

Trato de chistarle a Hook, pero me ignora por completo y vuelve a ladrar.

Voy a morir siendo superjoven y cuando encuentren mi cadáver junto a los restos de la cena mi fantasma estará de lo más avergonzado viendo cómo encuentran los cacharros sin fregar. Lo ridículo de este pensamiento vuelve a centrarme y se me forma una enorme bola que me dificulta tragar. ¿A quién intento engañar? La opción más lógica es evidente. Porque aunque es imposible que alguien siga dándole vueltas a mi paradero, no creo que mis padres se rindan.

De repente la opción de que mis padres hayan contratado a alguien a cambio de una ingente cantidad de pasta —porque nadie vendría hasta Blue Ribbon a últimos de año si no fuera por una increíble cantidad de dinero (o por huir de la mentira de vida que alguien podría estar llevando en, digamos, el panorama musical)— cobra fuerza en mi cabeza. Quiero salir de ahí y descargar toda mi fuerza contra ese detective privado o lo que sea y escribirle una nota para mis padres que diga que no me busquen. La mera idea de imaginarlos aquí evaluando mi manera de vivir, a mis amigos, mi trabajo y el pueblo donde vivo me pone la piel de gallina.

Hook pasa de una ventana a la otra, que queda más cerca de la puerta, y vuelve a ladrar. Esta vez lo hace de seguido, mucho más agitado que antes. Esto ya no es un aviso, ahora está defendiendo de una manera más visceral.

Me revuelvo para quedar boca arriba, sentado aunque descalzo, y sostengo la barra metálica como si fuese un lanza de combate. Como se abra la puerta me voy a morir de un infarto, y si en lugar de un detective es un asesino se quedará sin la diversión que busca y mi fantasma se sentirá hasta mal.

Me pongo en pie en un intento por mantener la dignidad, aunque todo el pelo me cae sobre las gafas aumentando mi pánico. Hook se mueve hacia la puerta a pesar de mis intentos por que se calme y deje de ladrar, y en ese momento la madera de mi porche cruje bajo unos pasos. Alzo el rascador de la ceniza sobre mi cabeza y visualizo el movimiento en arco para partirle la crisma a quien sea que intenta entrar. Espero los pasos extraños acercarse hasta la puerta y el picaporte girar, pero nada de eso ocurre cuando una luz se filtra por las ventanas y escucho una voz.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora