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Duncan

Me meo. Hay una tipa que me está contando su vida mientras se inclina hacia delante. No sigo el hilo de lo que me cuenta, pero deja a la vista un generoso canalillo en el que metería la cabeza sin problema si no fuera porque todas las copas que llevo han sido inútiles en su intento por hacerme olvidar el puto beso de los cojones. Me la quito de encima y salgo por la puerta.
Hace un frío que raspa las pelotas. Froto las manos en los vaqueros que me he puesto, recomendación expresa de Camila que me dijo que había que venir guapo. Ella y mi madre se llevarían genial. Mi madre se llevaría genial con cualquier persona de mi entorno porque lleva quejándose de que no sabe nada de mi vida desde hace años. Es lo mejor. La gente se va, así que encariñarla con alguien no tendría mucho sentido.

Me arrimo a la pared y abro la bragueta. Si lo hago rápido dejaré de sentir la heladera en las ingles.

La música retumba al otro lado de las paredes de madera y siento mi estabilidad peligrar, aunque espero que el estofado y todo lo que he tragado después compensen bien que no he dejado de beber en toda la noche. Busco un punto de apoyo en la madera y separo mejor las piernas mientras sigue cayendo el chorro infinito. Cierro los ojos y por un momento puedo imaginarme en otro lugar, mi cuerpo se tensa preparado para la batalla. Un carraspeo me saca del trance.

Me giro en su dirección y convierto en un puño la mano que apoyaba en la pared. Al ver la cara de subnormal de Jasper me relajo de nuevo. No estoy en Main Boys, por mucho que aquí, sobre nuestros meados, huela de la misma manera. El tío marca la pared a la misma altura que yo, lo que me hace arquear la ceja.

—Menuda noche, ¿eh?

—Hacía tiempo que no me corría una buena —me dice. Tiene tal cara de pringado que sus borracheras tienen que ser con bizcocho al ron—. ¿Te diviertes? Veo que James ya se ha ido a casa...

Muy avispado. James se ha ido cuando pensé que se quedaría. Todo parecía fluir en una clara dirección y hasta pude imaginarme cómo sería hacerle perder los papeles a la sombra de los pajares. Supongo que James es demasiado inteligente para cometer el tipo de error que conllevo.

—Estoy acostumbrado a emociones más fuertes. —Miro por encima de su espalda, el camino está desierto—. Te dejas a tu consorte.

—¿Qué?

—Arthur.

Me sacudo el aparato y vuelvo a cerrar la bragueta.

—Sigue dentro, pero está cansado y mañana nos espera un camino largo.

Asiento con exageración, para que note que me la suda sin que tenga que decírselo en voz alta. Le dedico una sonrisa de buenas noches y le palmeo el hombro para limpiarme la mano. Antes de que pueda perderlo de vista me para con la mano en el pecho.

Y yo que me quejaba de que a la noche le faltaba un puntito de emoción. Ladeo la cabeza despacio y le doy unos segundos para reflexionar sobre lo que está haciendo.

—En cuanto te vi lo tuve claro, no eres para nada su tipo. —Veo que no retira la mano así que cierro los dedos alrededor de su muñeca. Un minuto más de contacto y le parto el brazo—. Te mandan sus padres, ¿verdad?

—¿De qué hablas?

—¿Cuánto te han pagado?

Sonrío como un cabrón confesando.

—Quince mil.

Sus ojos se desorbitan. Junta las palmas con un sonido irritante y retrocede. Después me señala. No debe de ser consciente de lo imbécil que se lo ve desde fuera.

Anochece en Blue RibbonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora