Capítulo 26

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FRANCESCA

Soy una estúpida, una completa estúpida.

¿Pudo ser peor? Definitivamente. Suelo ser bastante cuidadosa con el tema de Fabbian, solo estábamos bromeando, pero Alec vio justo el momento en que nos pasamos un poco.

Lo que más tranquilidad me da es que con Fabbian en ningún momento mencionamos a los niños, pero claramente esta fue una advertencia para estar alerta en un quinientos porciento.

Alec evidentemente no debía estar ahí, pero cuando vi como Ludovico le pasó un brazo por los hombros y literalmente lo sacó corriendo de ahí, lo entendí todo.

No puede ser que Ludovico se haga amigo de todo el mundo en tan poco tiempo, no sé si es muy estúpido o muy buena persona, elijo creer la primera.

Mi gran moraleja es cerrar la boca por completo y abrir los ojos, las putas paredes siempre tendrán oídos.

Ahora estoy parada fuera de la sala de juntas, hace bastantes horas Alec volvió del baño con Ludovico vistiendo su ropa y oliendo bien, así que algo hay ahí. Conozco al estúpido soldado que tengo como amigo.

No me dan las putas piernas, no debí dejar que el padre del mocoso me golpeara tanto, ahora estoy toda molida y recién llevo seis horas parada, pero no aguanto más.

Son las dos de la madrugada según mi reloj y sé que no es una buena idea, pero Alec debe estar durmiendo y si no entro y me siento en cualquier sitio, mis piernas se van a desvanecer solas como gelatina.

Giro del pomo tratando de hacer el menor ruido posible, pero al entrar me doy cuenta enseguida que Alec no duerme.

Está acostado boca arriba en el sofá que usa de cama tirando una pelota de tenis en el aire y atrapándola antes de que caiga.

—¿Pasó algo? —me pregunta en cuanto me ve y detiene su jueguito.

—No, ¿tendría que pasar algo?

—Para que me hagas una visita supongo que si, pero tú dirás.

—Solo vine a ver si necesitabas algo.

—No, muchas gracias. Puedes irte.

Suspiro. —Te mentí, estoy cansada y quiero sentarme en una puta silla porque las piernas no me dan más —confieso.

Él se acomoda y se sienta en una esquina del sofá y señala el otro extremo bastante lejano a él.

—Puedes quedarte entonces —se encoje de hombros.

—Eh...—lo pienso—. Una silla está bien, pero gracias —me siento lo más lejos de él que pueda—. Estás llevando bien esto de la tregua...

—Hago mi mejor intento, pero tú no vas nada mal con lo del sarcasmo y ser menos pesada.

—Hago mi mejor intento —imito sus palabras.

—Yo... lo siento, pero sabes que debo preguntar —carajo.

—¿Que cosa? —me hago la desentendida.

—¿Qué te pasó en la cara?

Uf, Dios, creí que me hablaría de Fabbian.

—¿Me crees si te digo que me caí de la escalera?

—No, pero puedo fingir que lo hago.

—Eso sería grandioso.

—Salvo por un detalle —mierda—. Las escaleras no dan puñetazos.

Suspiro. —Me metí en una pelea y no me fue muy bien.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora