Prefacio

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Respirar, todos lo hacemos, pero ¿te has sentado a respirar?, papá dice que soy extraña por hacerlo, pero mamá dice que respirar es un arte biológico, no sé que significa pero suena cool. Sentarse en el techo de nuestra casa en la granja y ver el atardecer es muy bonito, pero desde que mamá me enseñó sobre nuestros cinco sentidos me pregunté si podía usarlos al mismo tiempo por lo cual estoy en un experimento para descubrir si es posible.

Vista, estoy mirando el bonito atardecer. Oído, escucho como el viento mueve las hojas de los arboles. Olfato, huelo la tierra húmeda característica del campo. Tacto, tomo en mis manos el recipiente con flan casero de chocolate. Gusto, llevo una cucharada de flan a mi boca sintiendo como el pegajoso caramelo se queda en mis labios. Perfecto, experimento completado, definitivamente es posible usar los cinco sentidos al mismo tiempo.

—¡¿Carla?! —escucho a mi madre llamándome desde el pórtico.

Mis ojos se abren desmesuradamente, ups, creo que si se dio cuenta de que el flan no está donde ella lo dejó. Me pongo de pie y escondo el recipiente en el centro del tejado.

—De seguro está en el techo —escucho la voz de mi padre—. Recuerda que es un mono —añade con burla.

Limpio el caramelo de mis labios con el dorso de mi muñeca y asomo la cabeza en dirección a ellos.

—Uh ah ah —imito a un monito.

—Pero si es un nuevo animal para la granja —comenta papá—. Dormirá con los cerdos.

Abro mis ojos desmesuradamente, no quiero dormir con los cerdos, ellos son tan... hediondos.

—¡No papi! —me acerco más al borde para que me vea—. ¡soy yo!

Veo como ambos sonríen pero cuando resbalo su rostro adquiere una expresión preocupada, intento equilibrarme pero es imposible, estaba muy al borde por lo cual caigo sin la oportunidad de afirmarme. Cierro los ojos esperando que me duela mucho pero rápidamente siento algo picoso, áspero y a la vez blandito.

—Carla, ¿estás bien? —pregunta mi madre con preocupación llegando hasta mi—. ¿Te duele algo? —comienza a examinarme.

Sonrío —No mami, no me duele.

—¿Ves? —dice mi padre—. Sabía que el heno iba a servir de algo, si lo hubiese llevado al establo como dijiste nuestra monita sería un huevo estrellado.

—No bromes con eso —advierte mi madre.

Sonrío —Mami pude volar —señalo.

—No sé si lo llamaría volar, cariño —me ayuda a ponerme de pie y se pone en cuclillas frente a mi quitando tiras de heno de mi cabello.

—Bueno, ahora que estás aquí... te buscábamos para algo.

Apunto a mi papá rápidamente —Fue él mami, yo lo vi... él se comió el flan.

Mi madre suspira —Cariño, te he dicho que mentir es malo.

La miro haciendo un puchero —No miento, yo lo vi —murmuro.

—¿Que tal si me hago cargo? —le pregunta mi padre.

Mi madre lo mira con duda —¿En serio tienes que hacerlo? —lo mira suplicante.

—No puedo retrasarlo más, ya tiene siete.

—¿De qué hablan? —pregunto.

—Iré a preparar tus clases de mañana, vamos a aprender algo de química, ¿te parece?

Frunzo el entrecejo —¿Que es eso?

Ella sonríe —Ya lo verás, ahora te quedarás con papi y serás una niña buena, pórtate bien Carla.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora