Capítulo 30

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SALVATORE

Demonios, definitivamente tengo una nube negra de mala suerte que me sigue a donde quiera que vaya, es la única explicación que se me ocurre ante tantas cagadas que me pasan.

Ahora tengo a esta loca exigiendo explicaciones que no puedo dar y soy un asco mintiendo, aún así prefiero cualquier enfrentamiento en contra de ella que decirle la verdad y debo convencerla de que buscarla es una perdida de tiempo.

—¿Por qué me estás espiando? —pregunto desviando el tema.

—¿Por qué estás revisando las pertenencias de mi amiga?

—No te hagas la guardaespaldas, Francesca también es mi amiga —Miro mi teléfono y cuelgo la llamada con Misaki.

—La diferencia es que yo no reviso sus cosas.

—¿No eras tú la amiga que le revisa el teléfono a todo el mundo? Te metes en el artefacto más personal de la actualidad y te las das de moralista.

—Si tengo que volver a repetir la pregunta será llamando a Francesca. —ignora mi comentario.

—Llámala —me encojo de hombros—. Y le dices de mi parte que venga a cuidar a los niños, tenemos una película pendiente.

—No soy Katya y no tengo su paciencia, si tengo que repetir la pregunta será con la suela de mi bota en tu cara mientras tiro de tus brazos provocando una fractura que tardará nueve semanas en sanar, quizá ocho.

—Aunque me encantaría ver como un insecto que mide un metro intenta derribar a alguien  que le dobla la altura, diré que tengo que pasar de todo tu drama. Lo que haga en esta casa no te incumbe.

—Primero, ¿después de cuatro años te sigues esforzando en ser como Alec? Según recuerdo es él quien le decía insecto, bicho o mosca a Francesca, ya no lo recuerdo, pero si recuerdo tu obsesión por ser como él. Segundo, lo único que doblas es tu pequeña verga junto a tus diminutas bolas, porque tu altura me vale un cuarto de mierda al momento de bañarte en plomo.

—Okey, necesitas tranquilizarte porque no entiendo tus modismos. Entiendo que al ser extranjera tengas una personalidad agresiva, pero estoy viniendo a esta casa de manera constante hace cuatro años, si ocultara algo ya lo hubiesen descubierto, lo único que quería era una pastilla para el dolor de cabeza, pero veo que no hay.

—¿Tú buscando pastillas? —ríe irónicamente—. Esas se las pides a tu dealer, ahora dime qué mierda hacías revisando los cajones de mi amiga o...

—¿O qué? —la interrumpo desafiante—. No tengo un dealer porque ya no me drogo, pero aunque estuviera mintiendo...

—¡Fernanda! —la voz de Katya se escucha desde el primer piso—. ¡Fernanda!

Ella entrecierra los ojos haciéndome saber que la conversación aún no termina y responde al llamado.

—¡Estoy en la habitación de Francesca! —da un grito escandaloso que detesto.

Rápidamente escuchamos pasos apresurados desde el primer piso a la segunda planta y me comienzo a preocupar por los niños.

Sebastián entra en la habitación y abre la boca para hablarle a Fernanda, pero al verme a mi frunce el entrecejo.

—¿Tú no estabas cuidando a Edan? —pregunta algo molesto.

—Si...

—Pues apareció en la sala y dijo que lo dejaste solo en el baño. Sabes que a los niños no los perdemos de vista ni un segundo, se pudo caer al bajar las escaleras o pudo tener una cantidad alarmante de accidentes. Si nos pides cuidar a alguno de los chicos y te dejamos hacerlo, esperamos eso, que los cuides, de lo contrario no volveremos a dejarte solo con cualquiera de ellos.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora