Capítulo 31

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SALVATORE

—Quita esa sonrisita de tu rostro o te la quito a golpes —Advierte Fernanda.

Me es inevitable no reírme de su desgracia, aparte de que la quieren capturar, su única salvación es ir a refugiarse a la casa de su ex.

—¿Puedes hacer nuevamente tu berrinche con la almohada? Me encantaría tener ese momento en video.

—Lo siento, solo participo en videos porno —finge una sonrisa—. ¿Vamos a salir de aquí o le preparamos un te a los militares de abajo?

Honestamente tiene razón, el tiempo está medido así que solo blanqueo los ojos y camino en dirección a las escaleras suponiendo que me sigue.

Mis pasos se vuelven sigilosos y los de ella imperceptibles. La voz de Sebastián se escucha desde más cerca cuando llegamos a la primera planta y solo capto la parte en la que alega que adentro hay niños y no pueden pasar.

Claramente les importa una mierda y van a entrar igual, pero como dijo, nos está consiguiendo tiempo.

Llegamos hasta la puerta trasera de la cocina que conecta con el garaje y pasamos sigilosamente. Camino hasta mi camioneta y abro el maletero.

—¿Te crees que no lo van a revisar en cuanto salgas de aquí? —me pregunta como si fuera un idiota.

—¿Cuanto mides? —ignoro sus palabras.

—¿Qué te importa? —se cruza de brazos.

—No me jodas, responde que es para ayudarte.

Blanquea los ojos. —Un metro cincuenta y ocho centímetros.

—Guau, una vez tuve un hámster que medía lo mismo —me burlo—. Bien, dime cuanto pesas.

—Más que tus pelotas, de eso estoy segura.

—Bueno, me alarmaría si cada testículo me pesara veinte kilos. Ya dime cuanto pesas y espero que sea menos de cincuenta kilos.

—Peso cincuenta y ocho. ¿algún problema? —enarca una ceja.

—Bueno, supongo que te puedes comprimir —suspiro—. Antes de que veas esto tienes que jurarme que no le dirás a nadie.

—Uy si, por ti le guardaré cien secretos a mis amigos —ironiza.

—Hablo en serio, o me lo prometes o no te ayudo, así es el asunto.

—¿Tienes un cadáver ahí? —inquiere.

—No.

—¿Metiste a alguna mujerzuela?

—Serás la primera, lo juro.

—¿Es algo que robaste de la casa?

—Noup.

—Bien, guardaré tu secreto.

Asiento y finalmente abro un compartimiento secreto bajo un fondo falso el cual es mi escondite para algunas... cosas.

—Tiene que ser una broma —murmura Fernanda al ver lo que hay.

—No lo es, Tráeme esa caja —señalo una en una esquina que dice «ropa pequeña»

Supongo que es ropa de los niños y lo confirmo cuando la volteo en el suelo, luego echo lo que guardaba en mi camioneta a dicha caja y vuelvo a poner parte de la ropa arriba para que pase desapercibido.

—Entra aquí —apunto el compartimiento.

—¿Estás de coña? No caigo ahí.

—tiene un metro sesenta de largo y entran cincuenta kilos, si tienes una mejor idea puedes decirla.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora