FRANCESCA
—¿Te drogaste? —pregunta el hombre frente a mi—. Digo, no es mi problema si lo haces, pero cuando me apuntas con un arma cargada me involucra un poquito, ¿no crees?
—De rodillas —ordeno.
—Ni en tus más locos sueños me voy a poner de rodillas así que baja esa arma y explícame bien qué es lo que te pasa y por qué me cambias el nombre. Estás actuando como una loca.
Sus palabras me confunden, suena como Alec, ¿pero realmente lo es? Ya no sé que creer.
—Deja de verme así y baja el arma —insiste—. Mira, dejaré de tomar la situación como un chiste ya que realmente luces perturbada, solo dime que sucede.
Le quito el seguro a la pistola. —¿Te crees que estoy jugando?
—No, no creo que estés jugando, creo que eres una persona confundida que habla en serio, pero yo también lo hago al decirte que no sé qué sucede, pasamos una noche bastante agradable jugando cartas y a la mañana siguiente me quieres matar.
Si es Dimitri finge a la perfección, pero si es Alec me debo ver como ridícula.
—No confío en ti, seas Alec o Dimitri, me parece justo aclararlo, pero quiero ayudar a uno y al otro matarlo.
—Que soy Alec, joder. Dimitri es el sujeto enfermo por el cual me interrogaste al llegar aquí y no sé si te quedaste ciega, pero me conociste hace seis años. Necesito que me digas por qué coño nos confundes.
Su teatro me hace dudar y le doy el beneficio de la duda aunque internamente ruego que sea Alec, de otra manera no sé que haré.
—Dime algo de ti —ordeno.
—Tengo veintitrés años, mi cumpleaños es el veinte de diciembre, mi mejor amigo es Bruno, mido un metro noventa... ¿sigo? —pregunta con hastío.
—Esa mierda la encuentro en revistas empresariales donde hablan de las personas más influyentes de Roma. Dime algo que solo tu y yo sepamos.
—No recuerdo nada sobre nosotros —responde a la defensiva.
—Es una pena porque yo si recuerdo como usar un arma —vuelvo a dudar más de él.
Suspira. —¡Que no recuerdo nada! —se altera—. Ya basta con tu mierda.
—¡Te voy a volar los putos sesos porque no creo que seas Alec! —me altero aún más que él acercándome sin dejar de apuntarlo aunque guardo mi distancia.
La distancia se termina cuando él avanza molesto y camina quedando literalmente frente a mi, toma el cañón del arma, pero no me la arrebata, solo lo guía hasta el lado izquierdo de su pecho. Se queda ahí mirándome de manera intimidante durante setenta y dos segundos exactos sin hacer nada, hasta que decide hablar.
—Justo aquí —remarca el lugar que ocupa el cañón en su pecho—. Es donde apoyabas tu mejilla derecha cada noche que me colé en tu habitación, era la única manera en la que te quedabas dormida luego de asesinar a alguien en una misión violenta. Te perturbaba tanto la idea de quitarle la vida a alguien que tenías pesadillas durante semanas, pero cuando yo estaba las pesadillas simplemente desaparecían.
»Nunca pasamos una navidad juntos, te enseñé a flotar porque temías morir ahogada y nuestra primera cita fue mirar un estúpido lago mientras comías galletas de contrabando. ¿Quieres que siga o tengo que sacar una guitarrita y cantarte cancioncitas patéticas en un helipuerto?
Intento mantenerme neutra ante la cantidad de estupideces que eligió decir teniendo tanto para escoger, pero todas son ciertas.
—No necesitaba tanta información, con que tararearas el coro de i want it that way era suficiente prueba.
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Última Batalla de Roma | [Roma #3]
Ação¿Que tienen en común una soldado de la BSGI y un empresario exitoso? La respuesta es fácil, nada, no tienen absolutamente nada en común. ¿o si? Es de valientes dejar ir, es de cobardes no volver. LIBRO 3 DE [ROMA] Se necesita leer Ante los ojos de R...