✞ Tutorías ✞

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Esta vez ni siquiera Watari había podido salvarlo. Había tenido suerte de que las familias de los chicos con los que había peleado no presentaran cargos, los había dejado bastante mal heridos y estaba seguro de que había dejado más de una nariz rota. No era su culpa, estaba cansado de sufrir bullying desde que tenía memoria. Odiaba la escuela, no la necesitaba, pero si un día quería que Watari lo dejara dedicarse de lleno a su carrera de detective entonces tenía que terminar la preparatoria y luego la universidad.

Afortunadamente, su intelecto era lo único que había evitado que lo expulsaran. En lugar de tener que buscar otra preparatoria a la cual asistir, le habían dado a L el ultimátum de ayudar a otros estudiantes a mejorar sus calificaciones dándoles tutorías. Convivir con personas que no le agradaban había sido el problema en primer lugar, pero si hacer eso, por más que lo aborreciera, lo salvaba de otras tres horas de gritos de Watari y su hermano, Roger, entonces prefería cuando menos intentarlo.

El problema es que le habían dejado lo peor de lo peor. Le había dado clases de matemáticas a una chica de su clase que le dio un nuevo significado a la palabra "idiota" al no comprender lo que le decía por más que había intentado explicarlo tan simple como era posible. También ayudó al típico capitán del equipo de futbol, que se la pasaba revisando su teléfono y hablando ocasionalmente de las chicas que lo seguían, no importándole estar a punto de repetir el último año de preparatoria. Y ahora habían encontrado una nueva forma de torturarlo. Iba a darle tutorías generales a (T/N), una estudiante problema que no hacía nada además de dormir en clase, escaparse de la escuela cada vez que tenía oportunidad, y molestar a los maestros asegurándoles constantemente que ella era mucho más inteligente que todos. Ella era la chica menos popular de la escuela, incluso más que él, que comía solo escondido en la biblioteca, o detrás de las escaleras si era necesario.

Por eso, cuando llegó, supo que solo daría un monólogo sobre las clases en general. Tenía una expresión de pocos amigos y ni siquiera se había tomado la molestia de llevar su mochila consigo, tan solo se sentó frente L, mirándolo mientras se preguntaba si se trataba de alguna clase de broma donde juntaban a los más raritos del colegio. Con el pasar de los minutos, L seguía hablando y (T/N) comenzaba a quedarse dormida, así que decidió tomar los objetos que encontraba en la mesa para jugar ajedrez consigo misma, algo que hacía desde pequeña y que había aprendido hacer en prácticamente cualquier situación para sobrellevar su aburrimiento. L estaba distrayéndose por lo que hacía, y si bien al principio siguió hablando, se quedó mudo cuando entendió que lo que estaba haciendo de hecho tenía sentido, y rápidamente se dio cuenta de que estaba jugando ajedrez con el sacapuntas siendo la reina y las bolitas de papel los peones. L recogió los materiales de la mesa y los hizo a un lado, enfadado de que ni siquiera simulara un poco de interés como la chica idiota o el capitán del equipo, que, aunque sea asentía cuando L le preguntaba algo, incluso si no lo estaba escuchando realmente. (T/N) se mostró bastante molesta por haberla interrumpido en un momento clave de la partida. 

—Escúchame, chico del alias —frunciste el ceño, cruzando los pies sobre la mesa—. Ya sé lo que son los etereoisóminos. Aprendí eso antes de aprender a caminar. No hay nada que puedas enseñarme.

L alzó las cejas ante tu arrogancia. Todo mundo lo trataba así, todos querían creerse los más inteligentes. Pero lo que le sorprendió es que él había descrito los eteroisóminos sin aún explicar que ese era su nombre; es decir, debías de saber lo que eran por haber averiguado a qué se refería desde antes de que te dijera cómo se llamaban.

—Bien, entonces también sabes lo que son los isómeros geométricos —te preguntó.

—Lo mismo —te encogiste en hombros—. Solo que no pueden convertirse uno en otro sin que se rompa el enlace químico.

Correcto de nuevo. No lo entendía. Tus calificaciones eran nulas. Literalmente no tenías un solo punto en tus boletas, ni siquiera por asistencia. Nunca asistías a clase, no te esforzabas por contestar la más sencillas de las preguntas, ni te había afectado haber sido retrasada un grado por tu pésimo desempeño, pero claramente no estabas tan atrasada como creía. De hecho, el tema del que estaban hablando no era la típica clase de preparatoria.

—Te propongo algo. Si contestas todas mis preguntas correctamente te dejaré en paz.

—Prouver que j'ai raison serait accorder que je puis avort tort. 

Genial. Ahora también sabías francés.

—Como sea. Intento hacer esto más fácil para ambos, si prefieres perder el tiempo jugando ajedrez contigo misma, adelante. Tampoco hago esto por gusto.

—Debiste pensar en eso antes de arruinar mi tablero —murmuraste, tomando los materiales para volver a acomodarlos como estaban—. Suerte que tengo memoria fotográfica. 

—Y si eres tan inteligente, ¿por qué sacas tan malas calificaciones?

—Porque estoy aburrida —confesaste—. No me han enseñado nada que no supiera antes. Hacer las tareas o asistir a clase sería una pérdida de tiempo.

—¿Y qué haces entonces?

Te sorprendiste de que te creyera. Normalmente las personas crecían que solo era una mentira tuya para excusar tu pésimo desempeño desde la secundaria. Todos pensaban que eras muy estúpida para tener un lugar en la escuela, pero L no parecía tener problema en creerte, y ahora ¿le interesaba lo que hacías? ¿Qué estaba pasando?

—Actualmente estudio psicología —respondiste—. Específicamente, psicología criminal. 

Y solo con eso, tenías la atención total de L.

—¿Es eso cierto? —se preguntó a sí mismo, pensando por un par de minutos antes de sonreír—. ¿Cuál es tu fin?

—No lo sé, solo aprendo de cosas que me interesan —te encogiste en hombros—. Aunque últimamente he estado pensando en convertirme en policía o algo así.

—Como un detective.

—Sí, ¿por qué no? 

—¿Te importaría contarme un poco acerca de tu sentido de la justicia?

—¿En qué momento se volvió en un interrogatorio?

—En el momento en que me di cuenta de que podemos ser de ayuda mutua.

—No confío en ti. Todo mundo sabe que Ryuzaki es un alias, no sé en qué tipo de cosas estás metido.

—Creo que tienes una buena idea.

Por supuesto que la tenías. Él no lo sabías, pero habías estado obsesionada con él por un tiempo, L gritaba misterio por donde lo vieras y habías querido averiguar a qué se dedicaba y por qué era tan discreto y extraño. El hecho de que no hubieras logrado encontrar nada probaba tu teoría de que era una persona peligrosa, o una persona en peligro. Y ya que le interesaba particularmente tu conocimiento sobre psicología criminal, dedujiste que era un detective privado.

—De cualquier forma, no veo cómo podría serte de ayuda —admitiste.

—Pareces ser bastante inteligente. Si eres tan brillante como creo, me interesaría tener una segunda opinión sobre algunas cosas en las que estoy trabajando. Mis teorías son convincentes por sí solas, pero no puedo estar totalmente seguro hasta tener una segunda opinión.

Y si bien en parte era cierto, L quería buscar una excusa para conocerte mejor y volver a verte. Quizá no era una persona que disfrutara de convivir con otros, pero había encontrado una mujer que parecía entender su forma de ver al mundo. Aborrecías a la preparatoria incluso más que él y a diferencia de L no tenías un Watari que te impidiera hacer tus cosas y salirte con la tuya. Además, eras bastante atractiva y era agradable mirar tu rostro incluso con tu expresión despectiva.

—De acuerdo, señor detective. No es como que tenga algo mejor que hacer.

Y ese fue el inicio de su amistad, que no habrían imaginado duraría muy poco. Ambos terminarían perdidamente enamorados del otro, y en pocos meses se convertirían en pareja. 

One-shot: L y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora