Dos. Charlottetown

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–¿Te han llegado muchas cartas hoy, no? –preguntó mi tía Joe.

–Si, son de Anne, Gilbert y Ruby –respondí con melancolía–, creo que las cosas están un poco mejor para ellos.

–Si tanto lo están ¿Por qué no vuelves a casa? Amo tenerte aquí en mi casa, pero sé que tu lugar está allá, con las personas que amas.

–Siento que si regreso ya volvera a recordar todo, además son los adultos los que siguen hablando de eso.

–¿Y a ti que te importa lo que digan esos adultos? Estoy segura que sabes más del amor que ellos.

–Tienes razón, no debería importarme... excepto si esos adultos son mis padres, no quiero que vuelvan con sus ideas de Paris, además si me ven con Gilbert se pondrán furiosos.

–Piénsalo muy bien, querida, yo te dejaré quedarte hasta cuando desees.

–Por mi que se quede todo el año –dijo Cole apareciendo por la puerta–, me gusta tener una amiga aquí.

–¿Y yo que soy o qué? –dijo mi tía Joe ofendida.

–Tú eres como una madre para mí, no cuenta.

Mi tía se llevó una mano al corazón y fue hacía Cole y se dieron un abrazo tan tierno que me hizo ver que ellos eran espíritus afines como decía Anne.

–Es broma lo de quedarte todo un año, debes volver a tus clases –dijo Cole regresando hacía mi.

–Supongo que regresaré cuando vaya a iniciar el ciclo escolar, así podré verlos en el salón de clases y no me sentiré con las ansias de ir a buscarlos.

Esa tarde me la pasé pintando a un lado de Cole, quien estaba haciendo una escultura fantástica de un hombre arrodillado que parecía pedir súplicas, cada vez que venía a Charlottetown él ya iba un poco mas avanzado en su arte y sus últimas obras me dejaban sin aliento por todo lo que inspiraban.

Yo estaba pintando el mundo a través de los ojos de Anne, es decir, un fondo lleno de color y flores, pero en el centro un chico de espaldas, quien era Gilbert, así podría regalárselo a él, ya que Anne tenía el del lago de aguas relucientes.

–Señorita, alguien la busca –me dijo el mayordomo.

Dejé mis pinturas y salí entusiasmada a ver a Diana quien había prometido venir a verme este fin de semana.

–Hola hermosa –dijo Gilbert en cuanto me asomé al salón.

–¿Gilbert que haces aquí? –pregunté lanzándome hacía él.

–Recibí una carta del doctor diciendo que podría regresar a ayudarle en su clínica. Así que vengo de allá y quise pasar a verte.

–¿Entonces podremos vernos los sábados?

–Si, pero solo unos momentos, debo volver a casa antes de anochecer.

–Quisiera ver a Anne –dije triste.

–Yo también, no he querido ni pisar la casa del árbol porque tengo miedo de que alguien nos vea de nuevo.

–Pero está muy bien escondida, y es privada.

–El granero de los Cuthbert también y mira lo qué pasó, hay gente que habla mucho de modales y no los tiene –dijo con desagrado.

–Bueno dejemos de hablar de eso, te voy a dar algo de comer porque debes estar hambriento.

–No es necesario, Winnifred me llevó un sándwich a la clínica.

–¿Winnifred?

–Una amiga, trabaja con el doctor también.

–¿Cómo es que una amiga te lleva de comer y tu novia no? Te prometo el próximo sábado llevarte algo.

–Porque no lo sabías y además no es necesario que lo hagas.

–Si que lo es y lo haré.

–En eso se parecen tú y Anne, que ambas son demasiado tercas.

Gilbert no se quedó mas de una hora, le puse un poco de agua y fruta para el camino, algo me decía que debía cuidar más de él para que ninguna amiga anduviera haciéndole favores.

Me quedé feliz pero con un vacío en el corazón, extrañaba tanto estar con él y con Anne, juntos en mi pueblo.

Por la mañana me sentía un poco mejor, estaba segura que Diana si llegaría ese día y así fue. Llegó justo después del desayuno.

–Llegas un día tarde –le dije con enojo fingido.

–Lo lamento, padre tuvo que salir de urgencia a Carmody y pues aproveché para pasar el día con Anne.

–¿Mis padres te permiten verla? –pregunté sorprendida.

–No, he intentado convencerlos de que no estaban haciendo nada, pero simplemente no me creen...

–Y no creo que lo hagan, no sé que podré hacer al respecto para que cambien de opinión.

–Ojalá vuelvas pronto, te extraño y mi madre está demasiado nerviosa cada día, estaba tan feliz por tu matrimonio que ahora no sabe como volver a la normalidad.

–Ella se pone nerviosa con todo, no es raro... Pero dime cómo está Anne.

–Muy triste, no puedo hacer que entienda que no es su culpa, tampoco ha querido ir al club porque le recuerda a ustedes y dice que estar ahí sola le da mucha... melancolía o alguna otra palabra así de las que ella dice. Prácticamente está sola la mayor parte del tiempo porque nadie quiere juntarse con ella, de vez en cuando Ruby y yo cuando puedo hacerlo a escondidas.

–Ruby me dijo que las cosas estaban mejor entre Anne y las demás...

–Aparentemente lo están, pero siempre la critican, le dicen cosas acerca del tema porque sé que en el fondo no se creen lo que les decimos.

–Mi pobre Anne...

Diana pasó los días siguientes conmigo, era agradable tenerla aquí y pasar el tiempo con Cole, nos divertíamos mucho. Pero al final del día, cuando todos se iban a sus habitaciones me sentía vacía, me faltaba una parte de mí, siempre amé Charlottetown, deseaba vivir en la gran casa de mi tía, pero después de haberme enamorado en Avonlea, todo allá me parecía de ensueño, hasta lo más mínimo en el pueblo ya estaba empapado con algún recuerdo bonito de Anne y de Gilbert, sabía que si algún día dejaba de estar con ellos sería un tormento vivir ahí.

Pero por lo pronto no era así, seguíamos manteniendo nuestra relación aunque de un modo caótico por todo lo ocurrido, así que aún anhelaba mi pueblo natal.

Danielle de Avonlea Donde viven las historias. Descúbrelo ahora