Catorce. Arte

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Por la mañana me levanté tratando de sentirme bien para lo que me esperaba, terminé de arreglar mis últimas cosas para llevar conmigo a Toronto y salí de casa.

Afuera ya había dos carruajes esperando, el de mi tía que nos llevaría a Toronto y el de mi padre que iría a la estación de tren.

Diana se acercó a mi y nos dimos un gran abrazo, habría querido llorar por despedirme de ella, pero ya no quedaban más lágrimas.

–Bueno, no queda más, iré a Paris –dijo cuando nos soltamos.

–Recuerda que te apoyaré después para que vayas a Queens. Sólo ten paciencia.

Ella sonrió tristemente y subió a su carruaje.

–Bien querido, cuídense mucho en el camino, recuerda que el barco a Paris sale a las 2 de la tarde, estoy demasiado nerviosa por esto –dijo mi madre arreglando la corbata de mi padre.

–Tranquila querida, todo estará bien, la niña tendrá una buena educación. Aunque... me temo que Diana está siendo muy infeliz por nuestra decisión –dijo él.

–Sube ya Cole –dijo mi tía Joe saliendo de casa–, arriba ambos, tenemos que parar a descansar y se nos hará tarde.

Abracé a mis padres y ellos me miraron tiernamente, mi padre seguía sin creerse que pudiera sacar dinero de mis pinturas, de hecho podía notar algo en su mirada que no supe descifrar.

Una vez que todo estuvo listo, partimos detrás del carruaje de mi padre hasta que los perdimos de vista en una intersección, Diana se despedía con la mano mientras lloraba.

Yo admiraba lo último de Avonlea, no estaría aquí hasta las vacaciones de invierno y aún no me decidía si regresar o ir a Charlottetown, ya que no quería encontrarme por nada del mundo a Anne o a Gilbert.

–Vi a Anne esta mañana, partió muy triste a Kingston –me dijo Cole.

–Me alegro que ya se haya ido, espero que le vaya bien en su nueva vida –dije seriamente.

Cole hizo un gesto de disgusto. Mi tía me miró.

–¿Estás segura que no quieres que tomemos un tren? –dijo– Así llegaremos antes a Toronto.

–No tía, Gilbert tomará ese tren...

Ambos guardaron silencio, sabía que no les parecía mi decisión, pero debían respetarla, ya que sólo yo conocía la situación.

El camino fue muy largo, traté de distraerme leyendo un libro, pero me era imposible, mi tía releía Jane Eyre y Cole jugueteaba con un trozo de arcilla.

Cuando al fin llegamos, nos estacionamos afuera de los edificios donde estaríamos alojados, Cole nos ayudó a bajar y llevamos los baúles dentro.

Nos recibió una mujer de aspecto muy agradable, tenía unas mejillas rosadas y él vestido manchado de pintura.

–Hola muchachos, bienvenidos, soy Cristina, la casera, estoy para cualquier duda. Los hombres se quedan a la izquierda, las mujeres a la derecha, por favor indíquenme sus nombres para asignarlos.

Una vez que le dimos los nombres, buscó en un cuadernos, nos indicó nuestro número de habitación. Ambos fuimos a dejar el equipaje.

Entré en mi nueva habitación, era grande y tenía dos camas, compartiría la habitación con alguien mas, pero por ahora estaba sola. Dejé mi baúl sobre una de las camas, la mas cercana a una ventana y salí a despedir a mi tía.

–¿No quieren que los acompañe a conocer el campus primero? –dijo cuando salimos.

–Tía fue un largo viaje, debes descansar, además nos tenemos el uno al otro, sabremos cuidarnos –dije tomando del brazo a Cole.

–Si, descuida, estaremos bien, iremos a Charlottetown cuando haya algún día libre –dijo Cole.

–Está bien, los quiero mucho a los dos, cuídense mucho y estudien que los quiero ver triunfar. Danielle avísame cuando tengas mas cuadros para poder ofrecerlos a mis amigos.

–Claro tía, te avisaré.

Nos despedimos de ella y fuimos a nuestras habitaciones a descansar un poco antes de ir a visitar la universidad.

Decidí por fin estrenar mis nuevos pantalones, así que elegí unos color café, me puse el corsé más cómodo que tenía y encima una bonita blusa verde. Finalmente me coloqué unas botas negras y me hice una coleta baja. Me sentía muy cómoda, definitivamente este estilo me gustaba.

Me senté en un pequeño sillón de cuero y me puse a leer mi horario escolar. De pronto la puerta se abrió dejando ver a una chica pequeña de estatura, la piel bronceada y un cabello negro demasiado corto y alborotado. También vestía pantalones pero los de ella eran rojos y a juego llevaba una blusa de encaje blanca.

Al mirarla noté que tenía el ceño fruncido y algo de sudor en la frente por ir cargando un gran baúl, me levanté rápidamente y fui a ayudarle.

–Gracias por la ayuda, venía cargando esta cosa desde afuera, mi padre no me quiso ayudar.

–¿Y por qué no? Mi padre nunca me dejaba cargar nada pesado, pero aún así lo hacía cuando no me veía –dije.

–El mío me quiere hacer independiente, siempre me ha dejado hacer lo que quiero, pero hay veces que mi complexión no ayuda a ciertas cosas... Por cierto, soy Rebecca.

–Danielle, mucho gusto. Veo que también usas pantalones.

–Oh si –dijo mirándose las piernas–, es que a veces le ayudaba a mi padre en las obras que hacía y me enseñó a usarlos, son cómodos así que los hice parte de mi.

–Lo sé, son muy cómodos, es mi primera vez usándolos.

–Bien, buena elección, ¿Oye y cual es tú arte?

–Pintura ¿y tú?

–Realmente de todo, soy muy activa y siempre quise intentar cosas nuevas, sé tocar varios instrumentos, esculturas, canto, teatro, baile y la pintura aún no se me da muy bien, espero aprender aquí.

La miré encantada, nunca había conocido a alguien con tantos talentos.

–Que increíble, yo te puedo enseñar a pintar si me enseñas a tocar algo que no sea el piano –dije motivada.

–De acuerdo, pero ahora acompáñame a buscar algo de comer, tengo hambre.

La pequeña chica me sacó de la habitación sin siquiera preguntarme si quería, claro que quería pero me tomó desprevenida.

Danielle de Avonlea Donde viven las historias. Descúbrelo ahora