Siete. Malas noticias

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Bash me hizo pasar a la casa de Gilbert, tenía la expresión de tristeza, fui enseguida a la habitación de Mary.

–Mary ¿Qué ocurre? –dije al entrar a su habitación y verla llorar con su hija en brazos y a lado de Marilla.

–Danielle –dijo y se quebró en mas llanto–, necesito a Anne, quiero hablar con ella.

–Ya viene para acá, Mary, ella y Gilbert vienen caminando –respondió Marilla consolándola.

Me senté por un lado sin decir nada, sea lo que sea que pasara sabía que no eran buenas noticias.

Los Cuthbert se marcharon y me quedé esperando a los chicos en la puerta, al verlos corrí hacía ellos y le dije a Anne que fuera a ver a Mary, ella fue enseguida.

–¿Gilbert que estaba ocurriendo? –pregunté al ver sus ojos llorosos.

–Es Mary... va a morir Mary, Danielle –dijo y agachó la mirada.

Las lágrimas comenzaron a salir rápidamente y a resbalar por mis mejillas. Me lancé a los brazos de Gilbert y este me respondió el abrazo.

Los días siguientes estuvimos al pendiente de Mary día a día, ella se encontraba muy débil, pero de todas maneras nunca dejaba de sonreír.

Uno de esos días, Gilbert se marchó a Charlottetown en búsqueda del hijo de Mary, ese día Mary y Delphine se quedaron dormidas juntas, así que Marilla se retiró a comprar mas leche para la bebé.

–Anne –me acerqué a ella despacio, ella se encontraba en el comedor escribiendo–... quería preguntarte que es lo que ocurre con Gilbert.

–Estoy ocupada, además lo de Mary es la prioridad ahora, no nuestros asuntos –respondió a secas sin mirarme.

–Lo entiendo... pero solo dime ¿Algo malo está sucediendo?

–No quiero hablar de eso ahora, estoy haciendo un regalo para Delphine.

En esos momentos la bebé comenzaba a llorar, fui por ella y la levanté para revisarle el pañal.

Al día siguiente regresó Glbert acompañado de dos amigas de Mary, la casa se llenó de mas manos para ayudar, incluso la señora Lynde vino a traer comida en apoyo. Entre todos tuvieron la maravillosa idea de realizarle una fiesta de pascua a Mary, así que los Cuthbert fueron a mi casa a pedirles a mis padres el jardín. Nos pusimos a hacer comida, recibir ropa para Delphine, adornamos mi jardín y finalmente recibimos a Mary ahí.

Mary estaba feliz de que la comunidad se haya unido en su honor, fue una fiesta demasiado linda, todos reímos con ella y lloramos. Anne le entregó lo que había hecho con tanto esmero: un libro de sus recetas para Delphine.

Pero inevitablemente se llegó el día... Mary murió al día siguiente, con una sonrisa en el rostro, acompañada de su esposo, de su hija y de su amigo Gilbert.

Él vino a mi casa llorando después de eso y lo entendí inmediatamente, lo consolé y lloré con él. Fuimos a buscar a Anne para darle la noticia. Ella nos abrazó a ambos y también lloró.

El sábado, Anne se fue con Gilbert y Bash nuevamente a Charlottetown, dentro de mi esperaba que las cosas se arreglaran mientras estuvieran allá, pero con el luto, la búsqueda de Anne, el tener que llevar las malas noticias a las amigas de Mary, no era aún buen momento.

Me la pasé en mi habitación pensando en Winnifred y Gilbert juntos, me daba demasiada rabia imaginarlos riendo, comiendo juntos. Así que para distraerme me puse a leer pero ahora Mary estaba en mis pensamientos, así que me quedé dormida después de llorar por todo lo que estaba procesando.

La puerta de mi habitación se abrió con un estruendo, mi madre entró de pronto.

–¿Has visto a tu hermana? –preguntó preocupada– Diana no está en casa.

–¿Qué? –me levanté de pronto–, estuve en mi habitación todo el día, no la vi. ¿Le has preguntado a Mary Joe?

–Tampoco está, hoy le tocaba hacer unas compras, pero no ha regresado tampoco.

Mi padre salió a buscar a Diana, nosotras esperamos en casa por si regresaba, al cabo de unas horas Mary Joe entró, nos informó que Diana se había lastimado el tobillo en casa de los Baynard y no había podido traerla.

–¿Se fue contigo? –preguntó mi madre horrorizada.

–Señora, lo siento, ella insistió y yo solo...

–Tranquila, Mary Joe, al menos ya sabemos dónde está, te ayudo a acomodar las cosas –dije.

–Nada de acomodar, vamos ahora mismo a buscar a Diana.

Cuando encontramos a mi padre partimos en dirección a la casa de los franceses. Diana salió con una gran sonrisa en el rostro, venía cojeando y le ayudaron a subir.

–No puedo creerlo, Diana –dijo mi madre en el camino de regreso–, te fuiste sin permiso, estuviste en una casa llena de gente que no conoces y que no tiene modales... ¡Y así dices no necesitar ir a Paris!

–Madre, no fue su culpa lastimarse –dije tranquilamente.

Pero ella continuó gritando.

Al llegar a casa, Diana me confesó no tener nada en su pie, sólo sintió curiosidad por la vida que llevaba esa gente y se sintió cómoda con ellos.

–A veces la felicidad está en la simpleza –dije con una sonrisa.

Danielle de Avonlea Donde viven las historias. Descúbrelo ahora