Quince. Rebecca

59 10 1
                                    

Fuimos hacía el campus universitario mientras Rebecca me contaba acerca de su vida en Toronto, al parecer venía de una familia de clase baja, su padre trabajaba construyendo y le había enseñado muchas cosas. Él fue quien la apoyó en cada uno de sus talentos, ya que no quería que ella se conformara con una vida como la de él.

Esas palabras me tocaron el corazón.

–Así que estuvimos los últimos años haciendo pasteles, galletas, limpiando casas y de todo para poder ahorrar para venir a la universidad. A los compañeros de mi padre le encantaban nuestras galletas y les sigue llevando cada que mi madre hace, se las compran con gusto. Espero que así sigan o tendré que dejar la carrera a medias –rió.

–Yo estoy aquí por mis pinturas, vendí cinco para estar aquí, mi tía las ofreció a sus conocidos.

–Como nunca se me ocurrió vender arte, tengo algunas esculturas en casa... Aguarda, tengo una idea. ¿Te parece bien si los fines de semana damos shows musicales en fiestas? Así podemos ganar extra.

–Pero no soy muy buena tocando, sólo aprendí piano pero no es lo mío.

–En algo debes ser buena, te enseñaré.

Las clases comenzaron al día siguiente, yo estaba entusiasmada por cada clase, me la pasaba con Rebecca en la mayoría de clases y con Cole solo compartía dos, por las tardes íbamos al salón de música y Rebecca me enseñaba a tocar algunos, pero yo era pésima para todo.

El primer fin de semana me llegaron cartas, de mi tía Josephine, mis padres, Diana y por último de Anne...

No me había permitido pensar en ellos hasta que vi su nombre en aquel sobre, dejé que un sentimiento de tristeza me invadiera lentamente y finalmente lo aparté para abrir la primera carta.

Era la de mis padres, me deseaban lo mejor en mis estudios y me decían lo felices que eran de tener a tres hijas talentosas, por alguna razón sentí que su ánimo había cambiado al escribir las cartas, no entendí porqué, pero me sentí feliz de que por fin pudiéramos llevar la fiesta en paz.

La segunda era de mi tía que nos decía muchas palabras sabías y consejos para tener un buen semestre, sus palabras me reconfortaron aún mas cuando escribió que sus amigos le comenzaban a preguntar cuando habría mas cuadros míos para vender.

La siguiente era de Diana, el corazón me dió un vuelco de felicidad a leer que mi padre se decidió a medio camino de que lo mejor para ella era que fuera a Queens, así que se encontraba ahí en esos momentos estudiando. "¿Puedes creerlo? ¡Voy a ser una maestra! He amado mis clases y sé que seré de las mejores alumnas, que es lo que mi padre espera, estará orgulloso de ambas, dijo que al ver tu talento siendo remunerado entendió que somos mas que esposas, vió también gran potencial en mi y ahora aquí estoy, espero que seas feliz en la escuela de arte". Me llevé la carta al pecho y sonreí, me sentía demasiado feliz por ella.

Miré la última carta, estaba demasiado feliz por todo lo que leí que no quería ponerme triste con lo que sea que Anne me dijera, así que la aparte sin abrirla, la coloqué en un lugar para leerla después, cuando no fuera a arruinar mi felicidad.

Después de eso me preparé para las clases con Rebecca, habíamos decidido no descansar ni los fines de semana; por mi no era tan importante trabajar tocando, pero lo hacía para apoyarla a ella.

Aunque en lugar de ayudar parecía hacerla querer llorar, ya que era pésima en todo, me sabía las notas, me sabía algunos acordes, sabía composiciones, pero simplemente no lograba hacer que sonaran bien.

–A ver, inténtalo mas suave –dijo Rebecca tratando de conservar la paciencia mientras yo intentaba tocar el arpa.

–Es inútil, ya me dijiste que lo haga más fuerte porque lo hacía muy suave, soy pésima.

–Oye no digas eso –dijo y acercó un banco para estar junto a mí–, eres increíble y en algo debes ser buena además de en la pintura, los seres humanos somos muy buenos para varias cosas, sólo debemos encontrar tu talento.

La miré, tenía los ojos demasiado redondos y profundamente azules, algo en ella me causaba demasiada confianza y ganas de sonreír.

Me quedé tan ensimismada viendo a Rebecca que no me di cuenta que el arpa estaba apoyada en mi pie, así que cuando lo moví se cayó al suelo estruendosamente. Así que instintivamente grité con todas mis fuerzas y luego me eché a reír.

Rebecca me miraba con los ojos mas abiertos de lo que ya, después abrió la boca con sorpresa.

–¡Esa voz! –dijo levantándose de su asiento–, ¿Cómo no lo pensé antes? ¿Has escuchado la fuerza que tiene tu voz? Es perfecto, puedo enseñarte a cantar.

–¿Tú crees? –pregunté, nunca me había preguntado si se me daba bien cantar.

–Si, ven aquí.

–¿Qué fue ese ruido y por qué gritaban? –preguntó un profesor entrando en el salón de música.

–Oh nada, es que me caí y mi amiga se asustó –dijo Rebecca.

–Sonó como un instrumento cayéndose –dijo incrédulo.

–Es que sin querer he pateado esa estructura de metal, lo lamento –mintió Rebecca.

–Bien, mas les vale que no dañen los instrumentos o ya no podremos dejarlas venir aquí.

Una vez que el profesor se marchó, ella comenzó a hacerme vocalizar algunas notas, al principio me sentía insegura, pero conforme avánzabamos y al ver la cara de satisfacción de Rebecca, me sentí mas segura y al cabo de un rato entonamos algunas canciones clásicas.

–Eso fue demasiado increíble, te dije que encontrarímos tu talento –me dijo mientras regresábamos a la habitación.

–Pues eres muy buena maestra, no sabía todas esas cosas del canto, creí que solo era hablar entonado y ya –dije y Rebecca se echó a reír.

Así que en nuestra segunda semana continuamos ensayando algunas canciones, yo cantaba mientras Rebecca me acompañaba en el piano, sonábamos muy bien, así que Rebecca comenzó a hacer pequeñas cartas de presentación y las repartimos por el campus y pegamos algunas en las calles mas cercanas.

Así que unos días mas tarde Rebecca me despertó emocionada porque nos había llegado una carta de un primer cliente, quería escucharnos primero y nos había citado en su casa para mostrarle nuestro talento, así que nos dispusimos a ir en cuanto tuvimos tiempo libre.

El hombre y su mujer quedaron fascinados con nuestra interpretación y nos pagaron la mitad.

–Quédate con e dinero, te has esforzado, yo me quedo con la otra parte –me dijo Rebecca.

–No, quedate todo el dinero tú, yo tengo unos encargos de cuadros para vender y en cuanto los entregue tendré mas dinero, no te preocupes.

–No es justo quedarme con todo, así que lo pondré en una alcancía y en cuanto necesitemos lo tomamos.

No me sentía convencida con su opinión, pero le permitiría guardar el dinero y nunca le pediría mi parte.

Danielle de Avonlea Donde viven las historias. Descúbrelo ahora