Capítulo 1

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El barro abrazaba sus zapatos, amenazando con arrancárselos. Gabriela ya había perdido la cuenta de los meses que llevaba en esa ciudad, en ese tiempo, en ese año. Los primeros días fueron los peores. Sola, sin nadie a quien recurrir, se encontraba en un lugar y tiempo que desconocía, al menos al principio. Tardó casi dos meses en asimilar que era real, que no era una macabra broma de su cerebro. No fue hasta que la aceptaron en la pequeña escuela de ese barrio que la idea de que todo fuera real empezó a tomar fuerza en su mente, como una planta que extiende y enreda sus raices en la tierra para ya no moverse más. El recuerdo de su primer día como profesora leyendo la lista de alumnos, aquel apellido resonó en su cabeza, resultado de su propia boca leyendo el papel frente a ella, y una pequeña mano se alzó mientras el joven dueño respondía ―Presente ―Aquel apellido que tanto temor parecía sembrar en aquella ciudad, en ese momento se veía como un dulce niño que miraba sonriente a su profesora.. Ahora ya se había acostumbrado al ruido de las calles, similar y a la vez tan diferente al de sus tiempos; al barro, que parecía querer robarle los zapatos, con las medias incluidas; a la falta de muchas de las comodidades de las que gozaba en su vida anterior. Pero todo ello parecía hacerse a un lado esa semana, la razón era simple dentro de su complejidad, un tren. La noticia de que los reclutados para la guerra volverían esa semana alteraba los nervios de todos, sin importar si esperaban la vuelta de alguien, si esperaban su simple recuerdo o si solo se acercaban a observar por el placer del cotilleo.

El cotilleo, eso era algo que parecía abundar en todos los tiempos, y Gabriela lo había sufrido en sus carnes. Con 26 años y sin rastro de novio o marido, muchas eran las que se aventuraban a especular sobre su vida. Que si era prostituta y por eso no se casaba, que si era una bruja, que si odiaba a los hombres y prefería a las mujeres ―Gabriela esbozó una pequeña sonrisa al recordar ese cotilleo en concreto ―Si no había encontrado pareja en ese tiempo era por un simple motivo, los primeros seis meses se los pasó intentando volver a su tiempo, sin mucho éxito por lo que se podía comprobar. El resto del tiempo, hasta ahora, se había preocupado más de conseguir y mantener su trabajo como profesora, además de alguno esporádico que conseguía en el hospital, como ayudante de las enfermeras cuidando a los recién nacidos en maternidad. Por no olvidar su participación en el orfanato de la parroquia, donde había podido observar con sus propios ojos las técnicas de crianza que allí seguían, algo que la obligó a centrarse en los pequeños para poder darles algo de esperanza en el tiempo que esperaban una familia o lograban salir de ahí.

—¡Profesora Jones! ―Aún no se acostumbraba su propio apellido, el mismo que se inventó cuando tuvo la oportunidad de lograr unos nuevos papeles, no se había comido mucho la cabeza, Jones, Indiana Jones. Sonrió ante su propio chiste y giró sobre sus talones para confrontar con una sonrisa a la pareja de niños que se encontraba frente a ella.

—Hola chicos, ¿qué ocurre?

—Hola profesora ―Comenzó a hablar el más alto de los dos. ―Habíamos pensado que, bueno, queríamos preguntarle si el lunes

—Mis hermanos y también sus hermanos y primos regresan el sábado en el tren ―Continuó el otro joven, al cual Gabriela recordaba desde su primer día en la escuela.

—Sí, y queríamos preguntarle si el lunes podemos saltarnos las clases.

Una triste sonrisa adornaba el rostro de la profesora, sabía que los chicos se saltarían las clases si quisieran, pero el hecho de haberse tomado el tiempo de preguntarle ablandaba su ya de por sí blando corazón. Recordaba las historias que había escuchado una y otra vez durante su infancia en España. Sabía de mano de sus abuelos que la guerra destruía todo lo bueno que tocaba. Intuía las condiciones en las que los soldados volverían, desde luego no las que esos pequeños esperaban, pero comprendía su emoción por el reencuentro. Una idea pasó por su mente, esos pequeños no eran los únicos en la misma situación, darles el mayor tiempo para lidiar con las emociones, buenas y malas, quizá les ayudase.

VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora