Capítulo 2

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Ya había perdido la cuenta de cuantas veces había repetido que se encontraba bien, pero Polly y la joven junto a ella, la cual ahora sabía que se trataba de Ada, la hermana de Finn, habían ignorado sus palabras y ahora se encontraba en el pequeño salón de la casa Shelby.

Según el niño le había comentado por el camino, el soldado del bigote era su hermano mayor Arthur, el joven era John, también su hermano, al igual que el tercero, el dueño de los ojos que la habían salvado de caer a las vías del tren, Thomas. Sentía intriga por conocerlos en persona, pese al temor que los rumores habían sembrado en ella. Tenía curiosidad por conocerlos, pero el miedo y la angustia por su amiga estaban ganando la batalla. Le costó dos tazas de té y la promesa de aceptar compañía para no regresar sola a su casa, pero finalmente se encontraba de camino a su hogar, acompañada por un joven que, por lo que había entendido, trabajaba con ellos o para ellos, no lo tenía muy claro, al igual que el nombre, que ni se molestó en preguntárselo de nuevo. Apresuró el paso, había pasado más tiempo del que pensaba y el sol ya parecía querer empezar a ocultarse. Una vez atravesó las puertas de su casa, se despidió del hombre, que hizo un ligero movimiento con la gorra a modo de despedida.

La noche había llegado ya, y las velas iluminaban el salón y el recibidor de la entrada, intentaba aguantar despierta, pero el sueño era más poderoso. Unos fuertes golpes en la entrada la hicieron levantarse desorientada del sillón donde se había quedado dormida. Aún con torpeza caminó hasta la entrada abriendo la puerta, mostrando frente a ella a una golpeada Coline. Con prisa la hizo entrar, para tomar una botella de ginebra del armario del salón y un trapo limpio y proceder a limpiar las heridas que tenía en el rostro y el cuerpo.

―Ni siquiera sabe que me he ido ―Hablaba con dificultad a causa del corte que tenía en el labio. ―Tuve que esperar a que se durmiera para poder irme.

―Ese hijo de puta lo pagará, te doy mi palabra. ―Murmuró entre dientes mientras dejaba que su amiga la abrazase con la poca fuerza que le quedaba. Tras limpiarle las heridas, apagó las velas y se llevó a la pobre muchacha a la cama para que durmiera un poco.

El sol ya había salido hacía rato, pero no había querido despertar a Coline, para que descansara. Gabriela se encontraba en la cocina, limpiando lo que parecían unas zanahorias, cuando unos pasos le avisaron de que su amiga ya había despertado.

―Buenos días ―Gabriela sonrió ampliamente ―Te estoy preparando algo muy especial.

―¿Zanahorias?

―Algo así... ―respondió con un tono cantarín ―Tú encárgate de que se las coma todas, dile eso, que son zanahorias.

―¿Y cómo las hago? ―Coline se sentó despacio en la silla junto a la mesa, aún convaleciente de las heridas de la noche pasada.

―Cuécelas, pero no demasiado, lo justo para que se ablanden un poco, después tritúralas y mézclalas con más verduras para hacer un puré, si lo sazonas bien, no se dará cuenta, y si le das vino para beber, se enterará aún menos. ―Empezó a meter aquellas supuestas zanahorias en una bolsa de tela. ―Úsalas todas, las cáscaras no se las tires a los animales, o la policía podría darse cuenta, las entierras bajo las plantas. ―Le entregó la bolsa mientras continuaba hablando. ―Cuando se haya terminado el plato, tira también las sobras, pero tíralas donde no se las coman animales, recuerda.

―Sí, de acuerdo. ―Asintió repitiendo mentalmente los pasos a seguir.

―Que no quede nada de esto por casa, ni una sola piel, ni una gota del puré, nada.

―Muchas gracias.

―Ya me las darás mañana ―Gabriela abrazó a su amiga ―Si todo va bien, a la noche ya debería de haber muerto. ―Se separa, tomando sus manos para darles un pequeño apretón transmitiéndole su apoyo. ―Si te dice algo, dile que madrugaste para ir a comprar al mercado.

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