Capítulo 12

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No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, pero el claxon proveniente del exterior fue lo único que logró separarlos. Thomas suspiró pesadamente, maldiciendo mentalmente a sus hermanos. La voz de John sustituyó el estridente pitido. Abrazó a la joven entre sus brazos, besando con cuidado su frente.

―Tengo que irme, me esperan para ir a una subasta de caballos, volveremos antes del anochecer.

―Tened cuidado ―fue lo único que se vio capaz de pronunciar. Thomas volvió a besarle la frente una última vez antes de salir.

William caminaba junto a Gabriela, habían salido tarde, pero no les importaba demasiado, las llaves las tenían Coline o Mindy. Como se esperaban, la tienda ya estaba abierta y atendiendo a los clientes. El hombre entró a saludar a la rubia antes de ocupar su puesto de vigilancia en la acera de enfrente.

Gabriela se había recogido el pelo en un moño improvisado para poder trabajar tranquila con sus productos. En su despacho rellenaba y compactaba las polveras que reservaba a sus clientas de confianza. Los gritos provenientes de la tienda llamaron su atención, obligándola a tomar el arma que guardaba en el cajón de su mesa. Lo más silenciosa posible abrió la puerta de su despacho, recorriendo las pasarelas hasta las escaleras. Podía escuchar como los frascos de la tienda golpeaban el suelo con violencia. La puerta de la trastienda se abrió al instante, impidiéndole reaccionar a tiempo. Dos hombres trajeados entraron apuntándola con sus armas hablando entre ellos en italiano. Gabriela ni se molestó en entenderles, se podía imaginar la conversación que estaban teniendo, siendo ella el centro de la misma.

―Sé una buena chica y tira el arma ―un tercer hombre entró con Coline en brazos y el arma apuntando a su cabeza. Con cuidado, dejó la pistola en el suelo. ―Agarradla ―uno de los dos hombres que habían entrado guardó su revólver, para acercarse a ella y agarrarla por la espalda, rodeando su cintura y cuello con sus manos.

―Buena chica, ahora vamos a dar un paseo ―escupió las palabras en su oído.

Al salir las dos vieron a William tirado en el suelo, inconsciente. Coline no pudo evitar gritar y revolverse, pero fue en vano, solo logró ser golpeada de nuevo y metida a la fuerza en un coche junto con su amiga. El coche se alejaba de las calles de la ciudad, los árboles los rodeaban ahora. Gabriela miró a su amiga, rezando por que ella entendiera el mensaje que sus ojos intentaban expresarle. Con aquella plegaria en mente, alzó despacio la mano hasta su cabeza, palpando la varilla metálica y puntiaguda que atravesaba su moño sujetándolo firmemente. Con rapidez arrancó el adorno y lo clavó en la yugular de su captor. Coline golpeó al otro hombre en el rostro, rompiéndole la nariz, pero no fue suficiente. Un estruendo paralizó por segundos el tiempo y el vehículo. Junto a Coline se encontraba el italiano con un agujero de bala en el rostro. Coline reaccionó a tiempo de tomar el arma de aquel hombre y disparar al conductor antes de acabar siendo ellas los cadáveres. Las dos se bajaron de coche, aún asimilando lo que acababa de ocurrir. Gabriela acababa de disparar a un hombre por primera vez en su vida tras apuñalar a otro. Eran sus dos primeras muertes reales. Guardó la pistola en uno de sus bolsillos aún con las manos temblorosas. Observó sus manos ensangrentadas, odiaba la sensación pegajosa que cubría su piel, necesitaba quitarse aquella capa roja lo antes posible. Con pasos dudosos, se acercaron a un pequeño riachuelo cercano, hundiendo sus manos en las frías aguas.

―Tenemos que volver cuanto antes ―Coline frotaba sus manos con fuerza ―William, necesita nuestra ayuda. ― Gabriela miró a su amiga, casi leyendo sus pensamientos.

―¿Crees que podremos con ellos? ―la pelinegra dudaba de la idea de su amiga.

―Entre las dos quizá sí.

―Pero está lleno de sangre, llamaremos demasiado la atención, si entramos con eso en la ciudad nos detendrán al instante.

―¿Y qué propones?

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