Capítulo 5

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―Quería un té, ¿no? ― Se levantó de nuevo, los nervios estaban dejando paso a la rabia, la misma que alimentaba su ira por aquellos que se creían superiores a las mujeres por el simple hecho de ser hombres.

Hay quienes dirían que era valentía, agilidad, fuerza, diversas maneras de denominar lo que pasaba en su mente en esos momentos. Aquella energía que giraba los engranajes de su mente, buscando miles de opciones para salir de aquella situación, pero ella sabía la respuesta. Llevaba yendo años al psiquiatra, desde los diez. Aquello que había organizado sus ideas, alejando los nervios y el miedo no era más que uno de sus muchos trastornos, TOD lo llamaba su médico. Trastorno Oposicionista Desafiante, no era valentía, era temeridad, no era fuerza, era venganza, no era una habilidad, era una repuesta al trauma. Quería dañarlo, incluso si eso la dañaba a ella en el camino. Si ella moría, se lo llevaría consigo en el proceso, no podía ver más allá de su rabia.

Con una sonrisa de cortesía se dirigió a la cocina, seguida de cerca por su invitado forzoso, quien mantenía una vigilancia exhaustiva sobre todas sus acciones. Sin mayor problema, habiendo recuperado la seguridad en sus movimientos, tomó la tetera con el agua, aún caliente en su interior. Todo bajo la atenta mirada del hombre junto a ella. Le ofreció a él terminar el proceso, eliminando así las dudas que le pudieran quedar al joven de un posible envenenamiento, ambos beberían lo mismo, preparado por él mismo. Gabriela tomó de su bolsillo un labial, mientras Tommy se mantenía ocupado vertiendo el agua aún caliente en ambas tazas. Con rapidez delineó sus labios con aquella barra de lo que parecía bálsamo transparente, guardando el labial de nuevo en su bolsillo antes de que los ojos del joven volviesen a posarse sobre ella.

―Dijiste que tenías una oferta. ― Gabriela se acercó al hombre, con la excusa de endulzar su té.

―Así es ― Tommy se aclaró la garganta para continuar hablando. ― Como dije, sé reconocer una oportunidad.

―¿Cree que soy una oportunidad? ― Aquel repentino cambio de actitud no había pasado desapercibido por él, pero parecía divertirse con aquella nueva actitud.

―Sí ― Respondió con la voz ligeramente más grave, moviéndose lo justo para encerrar a la mujer entre su cuerpo y la mesa.

―¿Y cuál sería esa... oferta? ― Gabriela había perdido el control, su trastorno había invadido su mente, como quien toma los mandos de una nave, pilotando directo al sol, directo al iceberg que hundió al Titanic, mientras que ella permanecía encerrada, gritando por una ayuda que jamás llegaría. Comenzó a jugar con el cuello de la camisa del hombre frente a ella. El mismo del cual minutos atrás quería huir. Y él parecía responder a sus movimientos.

―Una colaboración ― Su mano derecha se despegó de la mesa, desplazándose con lentitud hasta la cadera de la joven, acercándola más a él.

―¿Y qué ganaría yo? ― Continuó con el tono juguetón en su voz, acercándose más a su meta.

―¿Qué quieres ganar? ― La voz grave parecía desafiarla, invitarle a hacer lo que los dos parecían querer y, como quien juega con fuego, ambos acabaron quemándose.

Gabriela tomó del cuello al hombre frente a ella, quien no opuso resistencia ante su tracción, uniendo sus labios en un beso lento, pero que pronto se tornó apasionado. Sus lenguas parecían librar una batalla en la que nadie perdía. Thomas rodeó la cintura de la mujer, alzándola para sentarla sobre la mesa, abriéndose paso por entre sus piernas para continuar sus besos. Una de las ásperas manos se aventuró ascendiendo el muslo descubierto bajo la falda. El golpe contra la encimera a su espalda le descolocó. Gabriela se bajó de la mesa con una amplia sonrisa, pero sin rastro de alegría, esperando a que Thomas se percatase por sí mismo de lo que había pasado.

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