Capítulo 19

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El sol aún no se dejaba ver, pero los arañazos en la puerta obligaron a Gabriela a abrir los ojos. Aún tambaleante por el sueño, se envolvió en su bata y abrió la puerta de la habitación, viendo como el pequeño corría escaleras abajo hasta la entrada, arañando también aquella puerta.

―Señorita, ¿está bien? ―Diana se apresuraba para llegar hasta ella.

―Sí, pero creo que el pequeño Vaélico quiere salir para hacer sus necesidades.

―No sabía que los perros naciesen sabiendo eso...

―Y no lo hacen ―respondió mientras abría la puerta, viendo como el pequeño corría feliz hasta llegar a la hierba ―pero creo que aquel hombre se encargó de educarlo, seguramente orden de Thomas, no querría ver su preciosa mansión apestando a excrementos de perro.

―Me alegro, no querría tener que limpiarlos ―Diana se cubrió los labios al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta ―perdóneme.

―No te preocupes, te entiendo ―la tranquilizó entre risas ―¿puedes esperar a que termine para cerrar la puerta?

―Claro, no se preocupe.

―Gracias, subiré asearme y vestirme ―volvió a subir las escaleras de vuelta a su habitación.

El sol aún no había salido cuando se dispuso a bajar de nuevo para desayunar. El pequeño Vaélico corrió hasta sus pies saltando de alegría al volverla a ver. Acarició su pequeña cabecita antes de volver a caminar con cuidado de no pisarle. Las luces iluminaban el salón en ausencia de luz natural, Diana terminaba de servir el desayuno en la mesa cuando Gabriela entró por la puerta.

―Que disfrute del desayuno, ahora le traeré el cuenco de comida para Vaélico ―Gabriela asintió con la cabeza con una pequeña sonrisa.

Tras algo más de una hora, los pasos de Coline y William se escucharon escaleras abajo. Ambos se sorprendieron al encontrarse a la mujer ya desayunada y leyendo el periódico con el cachorro acurrucado en su regazo.

―Buenos días, ¿te encuentras bien? ―Coline se sentó en su sitio, observando a su amiga.

―Sí, tranquila, es solo que este pequeñajo quería salir al baño y me despertó, nada más.

―Parece que te ha gustado el regalo de Tommy ―William sonrió al ver al peludito alzar la cabeza buscando más caricias sobre sus orejas.

―Sí, la verdad ―Gabriela sonrió al volver a sentir el pelaje entre sus dedos ―por cierto, William, ¿cuándo vendrán los de los vestidos?

―Sobre mediodía, en torno a las doce creo recordar.

―Aún quedan algunas horas entonces ―volvió a leer el periódico, el anuncio del combate seguía ahí, como en una cuenta atrás diaria.

Gabriela jugaba en el jardín delantero con Vaélico mientras esperaba la llegada de las doce. Coline se unió, dejando al pequeño a cargo de Diana, William como cada mañana se encerró en el despacho. El reloj del salón dio las doce campanadas, llegando el sonido hasta la entrada principal.

―Ya tienen que estar al llegar ―habló Coline mientras acariciaba la barriga del peludo.

―¿De qué color lo quieres? ―Gabriela miró sonriente a su amiga.

―¿El vestido? ―la pelinegra asintió ― el azul me gusta.

―Ese color te sienta bien, es una buena elección.

―¿Y tú?

―No lo sé, quizá verde o rojo, no me decido.

―Pues vete eligiendo, porque ahí vienen ―Coline señaló con el dedo al vehículo que se acercaba, levantándose de las escaleras. Gabriela alzó las manos en dirección a su amiga.

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