Capítulo 16

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Mentiría si dijera que no había intentado escaparse un par de veces, pero Frances siempre acababa descubriéndola. Las tardes habían sido solitarias, pese a la compañía de Diana, en quién encontró una posible amistad. Pero su corazón necesitaba lo que su cabeza se empeñaba en alejar. Las cenas tampoco fueron mucho mejor, aunque en parte lo agradeció, le dio tiempo para asimilar la nueva realidad.

No supo exactamente la hora, pero bien entrada la noche, ya metida en la cama, sintió la llegada del coche de Thomas. Poco después escuchó unos pasos acercándose. Ocultó su rostro bajo las sábanas al sentir como poco a poco la puerta de su habitación se abría, dejando ver los ojos del hombre comprobando que se encontraba aún ahí. Volvió a cerrar antes de escucharse de nuevo aquellos pasos alejarse hasta la habitación contigua.

La mañana llegó demasiado rápido. El sol obligó a Gabriela a levantarse. Se duchó, a decir verdad agradecía tener un baño propio, no podía quejarse en ese aspecto. Sobre su cama habían aparecido varios montones de ropas. Aún envuelta en la toalla escogió el primero que encontró y se vistió para bajar a desayunar. El estómago le había empezado a doler por el hambre.

―Buenos días señorita ―le saludó el ama de llaves al verla bajar las escaleras. Cerró los ojos un segundo, maldiciendo a la pobre mujer que la había delatado. Tomando aire de nuevo terminó de bajar los escalones para entrar al salón donde aquellos ojos azules le mantenían la mirada.

―Buenos días ―saludó a Diana, pero Thomas también se dio por aludido.

―Buenos días ―dejó el cigarrillo sobre el cenicero ―veo que Diana te subió la ropa que le pedí, a la tarde traerán la ropa de tu casa.

―Con respecto a eso...

―No, no vas a salir.

―Pero quiero ver a Coline, a Mindy, llevar mi negocio ―observó como volvía a aspirar del cigarrillo de nuevo.

―Le diré a William que traiga a su esposa y al niño, así los conocerás, Mindy puede venirse con ellos ―hizo una pausa para expulsar con calma el humo ―con respecto al negocio, dejó de ser tuyo en el momento que lo abandonaste.

―No fue mi intención, solo fue un paseo

―Permíteme que lo dude ―Gabriela dejó salir una risa amarga.

―¿Hace falta que te recuerde por qué salí a dar aquel paseo? ¿Por qué necesitaba estar sola? ―estaba empezando a alzar la voz ―total, ¿para qué? Si a los pocos meses te casaste con aquella que te traicionó, poco tardaste en tener un hijo ―miró por la ventana con rabia en los ojos ―que las flores siempre cubran su tumba, un cuento muy bonito, pero un cuento al fin y al cabo, ¿cuánto tardaste en olvidarme? ¿Una semana? El nombre de esa lápida podrá ser el mío, pero no está levantada en mi honor. ―Se levantó, saliendo del salón con los pasos de Diana tras ella. Esperó a estar a suficiente distancia para volver a hablar. ―Me darías lo que te pidiera, ¿verdad?

―Sí, señorita ―respondió dudosa la joven.

―Necesito saber dónde guardan las herramientas ―la sirvienta asintió, guiando a Gabriela hasta una puerta pasada la cocina. Rápido encontró su objetivo, un mazo de unos cinco kilos, sería suficiente. Cargada con el mazo al hombro se encaminó a la puerta principal, pasando antes por delante de la sala donde Thomas continuaba leyendo el periódico.

―Señor... ―el ama de llaves intentaba llamar la atención del hombre ―Señor, creo que debería...

―¿Qué cojones ocurre ahora Frances? ― Thomas volvió a respirar tranquilo para calmarse.

―La señorita, acaba de salir de la casa, con un mazo... ―Thomas abrió los ojos de par en par antes de encaminarse a prisa tras los pasos de la joven.

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