Capítulo 17

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El sol volvía a iluminar su rostro, las mantas volvían a atraparla con su calor, todo volvía a ser como cada mañana. Gabriela se preparó para bajar a desayunar. Practicaba en su mente los diferentes diálogos que podrían darse aquella mañana. En todos ellos la presencia de Thomas era necesaria, quería probarle, ver hasta dónde llevaría su mentira. ¿A quién quería engañar? Gabriela negó mentalmente mientras contenía una pequeña risa al salir de la ducha. Esa no era ella, no lo había sido desde la noche anterior. Aquella pequeña traición por parte de Thomas había sido suficiente para despertar a aquella pequeña parte de ella, aquella que se divertía paseándose por el filo del cuchillo. Delineó sus labios con su labial, sonrió recordando el nombre «rojo traición». Sus pies bailaban sobre los escalones, bajando alegre hasta el salón. Como esperaba, allí estaba él esperándola, con el periódico en una mano y un cigarrillo en la otra.

―Buenos días ―saludó alegre, causando que Thomas arrugase la frente por la confusión.

―Buenos dí... ―los labios de la alegre mujer le impidieron terminar su frase. ―Buenos días ―volvió a decir cuando Gabriela se sentó en su silla empezando a comer.

―Oh, tienes algo de carmín ―le indicó con algo de diversión mientras señalaba sus labios. Thomas agarró la servilleta para limpiar su rostro antes de volver a levantar el periódico. Gabriela vertió el contenido de un pequeño frasco en su propio té y lo bebió al instante, ignorando el ardor del líquido aún caliente. ―Thomas, hoy es treinta y uno de diciembre, ¿no vamos a celebrar la despedida del año? ―observó como sus brazos se tensaron un segundo antes de volver a relajarse y bajar el periódico.

―No creo que sea lo correcto, sería peligroso traer a tanta gente a la casa ―volvió a centrarse en las hojas frente a él.

―Tienes razón, además, ¿quién cuenta el tiempo que lleva o que le queda en el mundo de los vivos? No es como si te quedasen 20 minutos, ¿verdad? ―Thomas volvió a mirarla, observando un brillo extraño en la mirada de la mujer frente a él. Sus ojos momentáneamente fueron a la servilleta de tela manchada de carmín.

―Gabriela, ¿qué has hecho? ―su voz se mantenía calmada ―Dame el antídoto.

―¿Te creías que no me iba a enterar? ―él sólo la observaba tranquilo, sentado en su silla. ―Me encierras, me ocultas información, me tratas como a una niña pequeña a la que hay que proteger ―las voces de la joven se escuchaban por toda la casa a estas alturas ―¿Quieres tu puto antídoto? Muy bien, ¡sácame de esta maldita casa!

―Bien ―Thomas alzó los hombros restándole importancia ―pero irás conmigo.

―¿Has aceptado...? ―Gabriela intentaba comprender la situación, esto no había pasado en ninguno de los escenarios que se había imaginado.

―Sí, los italianos ya se han enterado de quién eres, no tiene sentido mantenerte oculta ―se quitó las gafas, guardándolas en el bolsillo de su chaleco ―en unos días celebraremos un combate, irán Linda, Polly y Ada, estarás con ellas ―hablaba calmado mientras disfrutaba de su cigarrillo ―ahora, ¿me das el puto antídoto o sigo fumando como si este fuera el último de mi vida? ―Gabriela se levantó para entregarle otro pequeño frasco ―Gracias ―respondió al tenerlo en sus manos, alzándolo al aire a modo de brindis ―a tu salud ―sentenció antes de ingerir el contenido. Dejó el frasco vacío sobre la mesa mientras se limpiaba la boca con su otra mano. ―Por cierto, anoche tuve que despedir a los cocineros, Frances te hará la comida hoy hasta que llegue el nuevo empleado. ―Gabriela asintió aún asimilando lo que acababa de pasar. ―Ten un buen día ―Thomas se levantó, dejando un beso en la mejilla de la joven, evitando los labios aún pintados.

Gabriela se limpió el carmín de los labios con la servilleta de Thomas mientras observaba como se alejaba y salía por la puerta. Permaneció estática varios segundos, analizando lo que acababa de pasar. Ella nunca había manejado el juego, nunca había ido un paso por delante de él. Había hecho exactamente lo que él esperaba que hiciera, ser ella. No podía disfrutar de aquella pequeña victoria porque no había sido suya, nunca lo fue. Aquel hombre que creía haber conocido algún día había desaparecido. Sentía el sabor agridulce de la manipulación y lo odiaba, prefería ser ella el artífice, no ser la víctima. Se acercó a la mesa de nuevo, agarrando el periódico de Thomas, ocho de enero. La mayoría eran noticias sin importancia a excepción del anuncio que mencionaba aquel combate, en dos semanas desde aquel día. Tras revisar el resto de páginas tiró el periódico sobre la mesa, saliendo de la sala de vuelta a su habitación. Sacó la maleta y buscó una bolsa en concreto. Sonrió al encontrar aquellos regalices de fresa, los llevaría para investigar la casa.

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