Capítulo 3

1K 93 0
                                    

El teléfono aún seguía caliente. La llamada de Coline había confirmado sus temores, la hija de Johnson había sido descubierta por su marido, quien no había tardado en matarla a golpes antes de ir a despotricar sobre ella al bar. Ahí fue donde Coline sospechaba que los Shelby se habían enterado del asunto del veneno, pues eran asiduos al Garrison. Al parecer, antes de matarla, el marido había conseguido hacerla hablar sobre una mujer que vendía venenos a otras mujeres. El hombre se jactaba de haber pillado a la envenenadora justo cuando vertía el arsénico en su vaso. Insensato de él, pues tardó tres semanas en darse cuenta del envenenamiento, demasiado tarde. Gabriela no se iba a molestar en vengarse de él, ya era un cadáver andante.

El frío abrazaba sus piernas, cubiertas por unas medias azules claras que poco la protegían. Caminaba hacia la iglesia, como todos los domingos. No era creyente, pero no quería que más rumores sobre su soltería circulasen por la ciudad. Tras una semana alejada del negocio, la vigilancia de los Blinders se había visto reducida a ciertos momentos, pero de igual modo se mantenía, con la diferencia de que en este caso quien la vigilaba era la matriarca que, como ella, también iba a misa. Tampoco había pasado desapercibido para Gabriela la frecuencia con la que ahora alguien de la familia Shelby iba a llevar y a buscar al pequeño Finn a la escuela.

―Me tenías engañada, muchacha ―La voz salía de entre sus dientes, expuestos tras una sutil sonrisa que disimulaba sus intenciones.

―¿A qué se refiere? ―Gabriela intentó ocultar el temblor que había aparecido en sus manos debido al miedo que aquellas palabras le provocaron.

―No me vengas con ese tono educado ―Polly la agarró del brazo arrastrándola, con cuidado de no ser vista, hasta un pequeño callejón apartado. ―Admito que tardé en darme cuenta.

―¡Repito que no sé de qué habla! ―Gabriela se zafó del agarre, lista para darse la vuelta y marcharse, pero la mujer se interpuso en su camino.

―No hice caso de los comentarios de mi sobrino, siempre borracho ―Buscó en su bolso para sacar un cigarrillo. ―Pero mi John tenía razón, tu amiga tuvo suerte de librarse del marido, demasiada suerte a mi parecer. ―Prendió el cigarro, aspirando profundamente la primera calada. ―De igual modo, no hice caso de mi instinto ―Soltó con fuerza el humo en un suspiro. ―Hasta que se me ocurrió preguntar ―Gabriela se movía nerviosa ante las palabras de la mujer frente a ella, quien permanecía calmada, incluso un tanto divertida ante el nerviosismo que mostraba la joven. ―No es normal que una esposa triste y destrozada por la muerte de su amado marido invierta tanto tiempo y dinero en maquillarse para su entierro, no tanto como tu amiga, parecía una puerta mal pintada.

―No entiendo a dónde quieres llegar ―Gabriela intentó disimular los nervios con enfado. ―Si me permites. ―Intentó marcharse de nuevo, pero, una vez más, Polly se lo impidió.

―Se me ocurrió preguntar por ahí, a ver si habían visto algo raro el día del regreso de los soldados ―Volvió a disfrutar de su cigarrillo con calma. ―Prostitutas, borrachos, nada fuera de lo normal ―La mirada de Polly se volvió fría mientras expulsaba la última calada. ―Hasta que un Peaky me comentó que vió a una mujer, muy bien vestida para ser puta, salir de una casa con la cara amoratada, el labio partido y adolorida de las costillas. ―Empujó a la joven contra la pared con violencia. ―La misma casa donde dos días después la dolosa esposa recibió las condolencias de los vecinos por la precipitada marcha de su marido, un ataque al corazón, pobre viuda, ¿no?

―No sé de qué me habla, ni me gusta lo que está insinuando, pero...

―Niégalo si quieres, pero las dos sabemos que es la verdad.

―Le repito que no...

―Y yo te digo que hago esto porque mi sobrino te tiene por una buena profesora y una buena mujer, si nos obligas a repetir el mensaje no seré yo quien venga, serán mis chicos, y ellos no son tan comprensivos, te conviene llevarte bien con nosotros, conmigo. ―Polly permaneció en silencio por un par de minutos, pero al ver que la joven permanecía pequeña y callada ante ella, se alejó lentamente, colocando el pañuelo que se había resbalado, de nuevo sobre su cabeza cubriendo su cabello. ―Y ahora vamos, no lleguemos tarde a misa. ―La tomó por el brazo y ambas entraron en silencio en la iglesia.

VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora