Capítulo 2

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Vale, Leire. Respira. Piensa. ¿Qué hacer en esta situación? Tienes amigos, pero ¿confías lo suficiente en alguno como para contarle que acabas de ver a tu ex en tu puesto de trabajo? No, no conocías a ninguno cuando cortaste con Marcos y, por lo tanto, no sabes si van a entender tu pánico. ¿Tus amigas del instituto? Demasiado distantes. Estás segura de que llamarlas va a ser como mínimo incómodo. Por otro lado, contactar con tu madre ni siquiera entra dentro de tus posibilidades.

Respiro hondo y me tapo el rostro con las manos. Esto no puede estar pasándome a mí. Entre tener que volver al campamento y tener que volver a verlo a él no puedo evitar que recuerdos de otra época me asalten la mente. Apenas han pasado cuatro años desde la última vez que nos vimos, pero es imposible sentir nuestra relación como algo que sucedió cuando la televisión se veía en blanco y negro.

Me armo de valor para asomar la cabeza por encima del capó del coche. Por suerte, Marcos sigue de espaldas, lo que me permite observarlo con más detenimiento. Ahora me doy cuenta de que tiene el pelo algo más corto por la nuca y los laterales de la cabeza, aunque sigue teniendo toneladas de mechones pelirrojos en la coronilla. Ha echado músculos y su postura parece tensa, cargada. Gira un poco el cuerpo para dirigirse a uno de los padres y yo hago un esfuerzo por agacharme más, aunque me empiezan a quemar los cuádriceps de tanta sentadilla. El poder verle el rostro —nariz recta y angulada, ni un solo rastro de barba— es lo que hace que me cerciore de que, en efecto, se trata de él. Sin embargo, hay un rastro de tristeza en sus ojos azules que juraría que no existía hace cuatro años. Un escalofrío me recorre la espalda.

—¿Qué estamos mirando? —susurra alguien a mis espaldas.

Doy un brinco y caigo de culo sobre el asfalto. Reprimo un grito, no sé si por la sorpresa o por el dolor, y trago saliva al toparme frente a frente con una chica que parece recién salida del instituto. Tiene el pelo recogido en un moño despeinado del que sobresalen algunos mechones de colores que hacen juego con el arcoíris de sus uñas. La chica me devuelve la mirada con una amplia sonrisa.

—Yo... eh. Sí. —Muy elocuente, Leire. Seguro que así pareces menos sospechosa. —Es que estaba estirando un poco.

Para recalcar mis palabras estiro las piernas y me inclino un poco hacia delante con la intención de tocarme los pies. Por supuesto, solo consigo quedar en ridículo porque ni siquiera llego a tocarme la espinilla. La chica enarca un poco las cejas y sonríe con complicidad, aunque tiene la decencia de no comentar nada.

—Vale. Es que te he visto con la camiseta de monitora y he pensado que a lo mejor necesitabas ayuda. ¿Todo bien?

En ese momento me doy cuenta de que la chica lleva puesta la misma camiseta amarilla horrenda que yo. Ambas nos vemos como un saco de patatas y, a pesar de que me arde la cara por verme en esta situación con una compañera de trabajo, consigo enunciar:

—Esto... sí. Todo bien.

La chica suelta una risita similar a la de un niño que acaba de cometer una trastada. Los ojos le brillan de ilusión cuando me tiende la mano.

—Pues holi. Soy Nora. Encantada de conocerte, compi.

—Leire.

Tomo su mano y ella, en lugar de estrechármela, me ayuda a ponerme en pie. Procuro ponerme de espaldas al grupo de niños para evitar ser reconocida por Marcos. En ese momento, un segundo autobús hace acto de presencia en el aparcamiento y no atropella mi equipaje gracias a un milagro caído del cielo. Los autobuseros conducen como locos, o al menos eso dice todo el mundo porque yo no sé conducir como para poder juzgarlo. Lo que me hace fruncir el ceño es una idea que empieza a tomar forma en mi cabeza. Me dirijo a Nora mientras me abrazo el cuerpo.

—Vamos dos monitores en cada bus, ¿no?

—Sí, eso creo.

—¿Te importa que vayamos juntas?

Se me quita un peso de encima cuando dice que sí.

Me mantengo con perfil bajo durante los interminables treinta minutos de cortesía a los niños que llegan tarde (yo he sido esa niña). Nora me ha ayudado a colocar mi equipaje en el maletero y solo espero que haya interpretado mis prisas como un rasgo extraño de mi personalidad. Dejo que ella pase lista a los niños que van llegando y yo me dedico a mirar desde la distancia hasta que todo está listo para partir hacia nuestro primer destino, donde los coordinadores y el resto de monitores nos esperan.

Nora sube al autobús por delante de mí. Yo estoy ya con un pie en las escaleras cuando noto una presencia extraña a mis espaldas y entonces giro la cabeza. Me quedo quieta al notar los ojos azules de Marcos sobre los míos. Tiene la boca entreabierta y no veo que parpadee, pero más allá de eso no soy capaz de descifrar sus pensamientos. Ni tampoco quiero hacerlo.

Corro adentro del autobús y la puerta se cierra a mis espaldas, antes de que alguno de los dos pueda decir algo de lo que pueda arrepentirse.

***

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Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora