Al llegar a Asturias son alrededor de las cuatro y yo ya casi me he acostumbrado al hedor. Bajo del autobús por la puerta delantera y ayudo a Martín a no tropezar en los escalones. Apenas hemos hablado durante el viaje porque el pobre se sentía demasiado avergonzado, pero no me ha hecho falta para darme cuenta de que no le gusta estar aquí. Apuesto lo que sea a que sus padres le han obligado a venir para hacer amigos, o algo similar. Espero que no lo pase muy mal.
Echo un vistazo a Nora, que está ayudando con las maletas al resto de niños, y comienzo a alejarme de la zona sin llamar la atención. Cuanto más alejada me mantenga del barullo general, mejor para mí. Sé que debemos reunirnos con los otros dos monitores, que ya llevan aquí un par de días, y soy consciente de que tendré que hablar con Marcos en algún momento. Sin embargo, mi intención es retrasar el reencuentro lo máximo posible y por eso echo un vistazo a mis espaldas, donde los otros monitores y la coordinadora ya se acercan a recibirnos, aunque no veo a Marcos por ningún lado. Analizo la zona. Sería de mucha ayuda encontrar un baño, o la cocina. Cualquier lugar para esconderme me sirve.
Trastabillo cuando mi espalda se golpea contra algo. Unas manos me sujetan antes de que caiga al suelo. Durante un segundo, cierro los ojos con fuerza porque ya sé lo que voy a encontrarme antes de darme la vuelta. Marcos, siempre más alto que yo, me mira desde las alturas con una mezcla de ilusión y sorpresa. Parece ser que he agotado mi suerte de los próximos dos meses.
—¡Sabía que eras tú! —exclama mi exnovio—. ¿Qué haces aquí, Leire? Me alegro mucho de verte.
Se me seca la boca y evito mirarlo a los ojos. Me pregunto por qué nunca desarrollé mi habilidad de mentir. Mi voz suena demasiado chillona al replicar.
—¡Oh, Marcos! ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!
Me inclino hacia delante y ambos nos fundimos en un abrazo incómodo. Sigue siendo más alto que yo y evito pensar en la sensación de mi cabeza sobre su pecho cuando le doy unas palmaditas en la espalda que él no corresponde con torpeza. Me rodea con sus brazos, más musculados de lo que recordaba, pero sin ejercer mucha presión. Trago saliva y me aparto, tal vez demasiado rápido, lo que compenso con una radiante y falsa sonrisa.
Para mi sorpresa, cuando le miro a la cara, él también está sonriendo. Aunque algo incómodo, su gesto parece genuino. Mantiene la mano sobre mi espalda más tiempo del que me gustaría.
¿Qué hago? Ayúdame, Jesucristo.
—Te sigue quedando muy bien la camiseta de monitora —me confiesa.
Y, así, el ex al que llevo años sin ver y yo mantenemos una conversación como si el tiempo no hubiera pasado. Marcos no pierde la sonrisa en ningún momento, a pesar de que yo contesto de forma cortante. Me voy encogiendo sobre mí misma a medida que él evita preguntas sobre su vida y contraataca con cuestiones sobre la mía: cómo están mis padres o qué tal me fue la carrera. ¿Por qué se comporta de esta manera? ¿Acaso no ve lo incómoda que me siento? ¿Qué hace que esté tan emocionado? ¿No recuerda todo lo que le eché en cara en nuestra última conversación? Parece ser que no, ya que no tiene ningún reparo en mencionar el tema que hizo que cortáramos en primer lugar.
—¿Qué hay del doctorado? Seguro que sigues queriendo investigar. Recuerdo lo mucho que te gustaba.
Me empiezan a escocer los ojos. Pues claro que me gusta. Dedicarme a la biotecnología es algo con lo que he soñado desde el instituto, y él lo sabía. Lo sabe. Mi falta de respuesta (y seguro que mi cara también) hace que Marcos frunza el ceño y entreabra la boca. Le cuesta un poco más de la cuenta llegar a la conclusión por sí solo.
—¿No te han cogido?
—Sí que me han cogido —replico, con la voz ahogada.
—Entonces no te han dado la beca. Es eso, ¿verdad?
No respondo, pero eso es suficiente como para darle la razón. Cuando vuelve a hablar, lo hace con mucha más precaución. Su voz intenta sonar apaciguadora.
—Por eso has vuelto para trabajar en esto. Necesitas el dinero. ¿Es eso?
Trago saliva. No quiero hablar de esto.
—Ya nos veremos, Marcos.
Me giro con la intención de marcharme, y estoy a punto de conseguirlo antes de que Marcos vuelva a decir mi nombre. Me paro en seco.
—Leire. Yo... lo siento. Si lo hubiera sabido, habría hablado con mi padre. Él es el que se encarga de estas cosas, ¿recuerdas?
Cierro los ojos, respiro hondo y sigo caminando.
***
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Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwards
Romance✨NOVELA CLASIFICADA EN LA LISTA CORTA DEL OPEN NOVELLA CONTEST 2023✨ Tras numerosas dificultades para acceder al doctorado, la petición de beca de Leire ha sido rechazada. Ahora ella se ve obligada a hacer lo que pensó que nunca retomaría: trabajar...