Capítulo 11

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Durante los quince minutos de viaje en autobús de la casa rural al pueblo más cercano, el niño que tengo detrás le pega patadas a mi asiento. Esto, unido a la conversación de esta mañana con mi madre, hace que tenga ganas de darme la vuelta y pegarle un puñetazo. El único motivo por el que me contengo es que el hacer que me despidan antes de cobrar y antes de conseguir el favor de Marcos no parece la mejor de las ideas. Por suerte, solo me queda una semana de esta tortura. Cuando vayamos a País Vasco el lunes que viene, la plantilla del campamento cambiará por completo: los niños a los que estamos cuidando volverán a sus casas para ser sustituidos por otros de entre doce y dieciocho años. Lo cierto es que estoy deseando tratar con chicos más mayores. No sé cuánto tiempo más podría aguantar rodeada de enanos.

Una vez llegamos a nuestro destino, las vistas hacen que todo merezca la pena y yo respiro hondo. Villaescusa es un pueblo pintoresco con pequeñas casas de piedra que parecían emerger de la vegetación a medida que nos íbamos acercando, aunque también hay un par de edificios de mayor tamaño. Hoy ha amanecido algo nublado, lo que le da a la villa un mayor aire de misticismo. Debo de quedarme embobada durante un par de segundos, ya que, cuando Marcos pasa a mi lado y observa mi rostro suelta una pequeña risa.

Sí, hemos ido juntos en el autobús. Y sí, ha sido idea de Nora. Me muerdo la cara interna de la mejilla para evitar sonrojarme.

Siento una punzada en el pecho al recordar que no hay mucho tiempo para disfrutar del paisaje. Los niños están revolucionados después de las horas de autobús de esta mañana y lo último que les apetece ahora mismo es hacer turismo por un pueblo perdido en mitad de Cantabria. Por supuesto, no podemos decirles que es porque Claudia, Izan y Fran se han quedado preparando la actividad de esta noche. Fastidiaría toda la sorpresa, aunque puedo entender por qué visitar iglesias no es la prioridad de los campistas en estos momentos.

—Leireeeee. Tengo sueeeeeeeño. ¿Cuándo volvemoooooos?

Sofía, una de las niñas más mayores, aunque a veces no lo parezca, se cuelga de mi brazo y está a punto de tirarme al suelo. Sofía pertenece a mi equipo, «Croquetas & chill», y se ha propuesto hacerme la vida imposible desde que, por mi culpa, no ganamos ni un solo juego. Marcos me sujeta para estabilizarme y a mí me da un vuelco el corazón. Es mi exnovio quien contesta a Sofía.

—Si tienes sueño entonces lo mejor es que te vayas a dormir en cuanto volvamos a la casa rural. Estarás demasiado cansada para el juego de esta noche.

Reprimo una sonrisa cuando veo la cara de sorpresa de la niña, que contrasta con la extrema seriedad de Marcos.

—¡No! ¡Eso no es justo!

Decido intervenir.

—Pues no te quejes tanto, anda. Que hemos venido solo a ver un poco el pueblo.

Sofía se marcha con cara de pocos amigos y Marcos y yo caminamos en silencio hacia la plaza del pueblo, a la cabeza de la excursión. Nuestras manos se rozan al caminar y yo juraría que no soy la única a la que este hecho le pone nerviosa. Me percato de que Marcos me mira de reojo de tanto en tanto y frunzo el ceño.

—¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara? —quiero saber.

Marcos, al verse descubierto, agacha la cabeza y se mete las manos en los bolsillos. Yo abro y cierro las mías con la intención de desentumecerlas. Mi exnovio esboza una pequeña sonrisa mientras niega.

—No, nada. No importa.

—Sí, sí que importa. ¿Qué pasa?

Marcos suspira.

—Es solo que... —Cierra los ojos con fuerza—. En los últimos tiempos siempre estabas enfadada o triste. Echaba de menos verte relajada.

Oh. Eh. Bueno, no sé qué contestar a eso. Ni cómo tomármelo. ¿Es una pulla? No hay demasiado tiempo para retomar la conversación porque un nuevo problema viene gritando a mis espaldas.

Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora