Capítulo 6

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El balón prisionero es un deporte de riesgo, y quien piense lo contrario que hable conmigo. A pesar de lo mucho que me gustaba el juego de pequeña, siempre he pensado que conllevaba cierto riesgo, sobre todo para aquellos niños cuya forma física no es la mejor. Es por eso que tendría que haber previsto lo que iba a suceder en cuanto Fran, otro de mis compañeros, propuso jugar una partida antes de la cena. Lo único que quiero es golpearme la cabeza contra un muro por haber sido tan estúpida.

Frente a mí, Martín, que después de vomitar en el autobús parece haber recibido la maldición de la mala suerte, se encuentra tirado en el suelo con una herida en la mejilla bastante espectacular. La sangre se mezcla con sus lágrimas, aunque yo solo pienso en cómo explicar a sus padres que las gafas de su hijo están en el suelo, partidas a la mitad.

El juego había empezado bien. Casi había olvidado lo divertidas que son las actividades de campamento, sobre todo el organizarlas como técnica infalible para no perder nunca. Nos sobraban un par de horas y la idea de Izan parecía tan buena como cualquier otra. Así pues, mientras Izan y Claudia, los otros dos monitores, ponían la mesa, el resto hemos reunido a los niños en el patio, que han respondido a la actividad con toda la ilusión del mundo.

El partido no ha tardado en ponerse interesante, con ambos equipos muy igualados y con apenas tres o cuatro jugadores supervivientes en cada uno. El hecho de que Martín fuera uno de estos supervivientes en parte me enternecía, ya que estaba claro que era una presa fácil y, aun así, el resto de niños habían decidido no ir a por él. De hecho, el balón que ha acabado derribándolo estaba dirigido a una de sus compañeras de equipo, no a él.

Oh, sí. Hablando de Martín, tal vez debería ir en su ayuda.

A pesar de que soy la monitora más cercana, tengo tanta aprensión por la sangre que tiene que ser Fran quien se acerque a socorrer al niño. Por suerte, la herida parece más espectacular de lo que es: tan solo le dejará una bonita costra en la mejilla durante el resto del campamento. También le sangra la nariz, pero no parece rota.

El resto de niños empiezan a reunirse alrededor del enfermo y es entonces cuando reacciono, cortándoles el paso para evitar conflictos nada más empezar.

—Tranquilos, chicos —consigo pronunciar—. No ha pasado nada. Fran se quedará sentado con vuestro compañero mientras yo voy al botiquín a por algodón y agua oxigenada, ¿vale?

Fran me da las gracias con la mirada y el juego se reanuda sin más complicaciones. Ojalá la vida adulta fuera tan sencilla. Estoy ya de camino al botiquín cuando Marcos, como no podía ser de otra manera, se sitúa a mi lado. Intento no prestarle demasiada atención, pero mis músculos se tensan al instante y no puedo evitar cruzarme de brazos, aunque consigo morderme la lengua y no decir nada.

—Te acompaño —me indica, como si no lo hubiera visto—. Por si necesitas ayuda.

Lleva desde que ha empezado el juego mirándome de reojo y yo llevo el mismo tiempo ignorando sus miradas y las de Nora, que parecía más centrada en nosotros que en el partido que estaba arbitrando. Por cada paso que daba Marcos en mi dirección, yo daba dos pasos atrás hasta que al fin mi exnovio se ha resignado a dejarme en paz. Al menos hasta ahora. Apresuro el paso. No quiero estar demasiado tiempo a solas con él.

—Oye, lo siento si te ha molestado lo de hace un rato.

¿Ves? Apenas ha tardado unos segundos en empezar a molestar. Ignoro sus palabras y abro la puerta de la enfermería con tal vez demasiada fuerza. Después, empiezo a rebuscar entre las estanterías.

—Leire, lo digo en serio —continúa, al ver que, tras unos minutos, ni siquiera he contestado—. Siempre la cago. Déjame al menos decirte que soy un imbécil. No tendría que haber preguntado tan directamente.

Giro la cabeza con brusquedad para confrontarle, pero mis pulmones se deshinchan y la fuerza se marcha de mis músculos cuando me encuentro de frente con su rostro compungido, demasiado cerca para mi gusto. Intento mantenerme impasible, pero es complicado cuando tu exnovio está apenas a unos centímetros de tu cara. Marcos coloca las manos en su espalda y mantiene sus ojos fijos en los míos. Tiene la boca entreabierta en un rostro suplicante y yo comienzo a tener dificultades para respirar. El recuerdo de sus labios ronzando los míos me asalta y siento que se me dilatan las pupilas. Lo cierto es que Nora tiene razón, se ha puesto bastante mono y...

¡Céntrate!

—Yo... —comienzo. Tengo la boca reseca. Necesito tragar saliva—. Yo... no pasa nada. Olvídalo.

Nada más darme la vuelta de nuevo, siento ganas de golpear mi cabeza contra la estantería. ¿Cómo puedo ser tan imbécil? ¡Dile las cosas claras, Leire! Marcos posa una mano con cuidado sobre mi hombro y yo me tenso.

—Sé que hace mucho que no nos vemos y que no terminamos precisamente bien, pero sabes que estoy aquí para lo que necesites, ¿verdad? —Unos segundos de silencio. Respiro hondo—. Lo digo en serio, quiero ayudarte. Con lo que sea que te haga falta. Sé que he sido un capullo contigo, déjame al menos compensarlo.

Tomo aire. Me arde el hombro donde mi piel desnuda se junta con la palma de Marcos.

—Ya he encontrado el algodón y el agua oxigenada. Vamos a volver antes de que el pobre niño se desangre.

Puedo sentir la decepción de Marcos cuando deja caer su mano y mi hombro vuelve a quedarse frío.

Paso el resto de la tarde reflexionando. No tengo ninguna duda: preferiría estar muerta antes que volver con mi exnovio. No quiero volver al recordatorio diario de que no conseguí entrar en la carrera que quería. No quiero volver a la inseguridad, al no ser suficiente. Además, hay algo extraño en el comportamiento de Marcos. Cuando corté con él ni siquiera pareció importarle y ahora no puede quitarme los ojos de encima. No le había visto tan dulce desde los primeros meses de nuestra relación y no me creo ni una sola palabra o gesto de arrepentimiento. Bueno, a lo mejor sí está arrepentido, pero ya es tarde para mí. Que se lo hubiera pensado dos veces antes de hacerme daño.

No me fío. Su presencia aquí no es casualidad. Sé que planea algo y por eso lo tengo en mi punto de mira. Sin embargo, una pregunta ronda mi mente desde nuestra incursión a la enfermería y soy incapaz de quitármela de la cabeza.

¿De verdad estaría dispuesto a ayudarme con cualquier cosa?

¿Podría incluso convencer a su padre para que me den la beca en la segunda convocatoria?

Antes de la cena, busco a Nora. Si alguien me puede ayudar a llevar a cabo mi plan, esa es ella. La encuentro escuchando a Izan tocar la guitarra para los niños y me la llevo un segundo aparte para que nadie escuche nuestra conversación. Ella escucha mis palabras con atención. Después, una sonrisa se abre paso en su rostro y yo sé que ya no hay vuelta atrás.

***

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Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora