Capítulo 8

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Para llegar al punto más alto del río, tenemos que caminar alrededor de cuatro kilómetros. Lamento mis años de inactividad cuando, aun con los apenas quince grados de temperatura de hoy, siento una gota de sudor recorrer mi espalda. Tengo la boca seca y me duelen las piernas, a falta aún de la mitad del recorrido. A pesar de que he comenzado liderando la marcha, me he ido quedando más retrasada hasta que, al fin, me he resignado a ir al final del todo.

Por encima de las cabezas de los niños, puedo ver al resto de monitores: Nora se encuentra al principio del todo charlando con su víctima de hoy, Fran, mientras que Izan, Marcos y Claudia se encuentran repartidos a lo largo de la procesión. Todos parecen tan entretenidos con la compañía de los niños que siento una punzada de dolor en el pecho. Yo antes habría sido capaz de recorrer este sendero a la pata coja, y ahora apenas puedo regañar a algún campista sin quedarme sin aire.

¿Qué he hecho durante todos estos años? Lo cierto es que solo hacía deporte cuando estaba con Marcos. Desde entonces he pasado mi tiempo encerrada en casa estudiando, sin más compañía que la de unos padres demasiado sobreprotectores. Echo un vistazo a mi móvil, que cuelga de mi pecho y lleva sin batería desde ayer. Prometí a mi madre que la llamaría en cuanto estuviéramos aquí, pero en su lugar solo le mandé un mensaje escueto para que no se preocupara. Además de una mala deportista, soy una hija terrible.

—¿Leire? ¿Qué tal vas?

Levanto la mirada del suelo. La última vez que miré, Marcos estaba mucho más adelantado que yo. Ahora se coloca a mí lado y yo tengo la tentación de ignorarlo, pero recuerdo las palabras de Nora. Ser amable y pedir perdón. No puede ser tan difícil.

—Bien. Un poco cansada —respondo.

Por el rabillo del ojo, veo a mi exnovio esbozar una media sonrisa. Aunque pienso que va a burlarse de mí, él vuelve a sorprenderme cuando declara:

—No te preocupes. Imagino que quedarán unos quince minutos hasta llegar donde las canoas. ¿Preparada para que mi equipo te dé una paliza?

Le devuelvo la sonrisa sin decir nada a la vez que mantengo la mirada al frente. Nos quedamos en silencio durante unos interminables segundos en los que siento el calor de su cuerpo al lado del mío. Respiro hondo. Es ahora o nunca.

—Oye, siento mucho haber sido tan borde contigo antes. —Me acopio de valor y lo miro a los ojos. Nos vemos obligados a detener la marcha—. Es solo que me ha... sorprendido mucho verte aquí. No quería hacerte sentir incómodo. ¿Crees que podemos volver a empezar como si no hubiera pasado nada de esto?

Puedo sentir cómo el cuerpo de Marcos se tensa. Sé que está reflexionando sobre mis palabras. Lo conozco demasiado bien como para no saber interpretar su lenguaje corporal. Al fin, recupera la misma sonrisa de hace unos segundos.

—¿Qué es lo que ha pasado? No recuerdo nada.

Imbécil. Le pego un puñetazo en el brazo. ¡Intento abrirme con él y lo único que hace es bromear!

—¡Auch! —exclama, aunque su gesto viene acompañado de una risa.

Tenemos que corretear un poco hasta alcanzar de nuevo al grupo, que nos había tomado la delantera. Por suerte, Marcos no mentía en que quedaba poco para nuestro destino y no tardamos en llegar al aparcadero de las canoas, donde el dueño de la empresa nos espera. Tras los trámites pertinentes, estamos listos para empezar la actividad.

Esta mañana hemos formado seis equipos con los niños, uno para cada monitor. Además de ayudarnos a dividir el trabajo a la hora de limpiar las habitaciones, hemos planteado una competición donde el equipo con más puntos obtendrá un premio al final de esta etapa del campamento, antes de hacernos cargo de niños más mayores. Fran se encarga de explicar la primera prueba a los niños.

—El primer equipo que consiga que todos sus integrantes lleguen al punto más bajo del río, ganará sesenta puntos. El segundo equipo cincuenta y así hasta llegar al último. Y cuando digo todos los integrantes me refiero a todo el mundo, ¿entendido?

Levanto la mano.

—¿Los monitores también tenemos que llegar hasta abajo?

—Sí.

Mierda.

Vamos saliendo por tandas, con un monitor en cada una de ellas para comprobar que los niños no se asesinen entre sí. Sé que el objetivo de nuestra presencia aquí es ese. Aun así, hace tanto tiempo que no hago esto que no sé si estoy capacitada para ello. Cuando llega mi turno de subirme a la canoa, me tiemblan las piernas y Claudia tiene que ayudarme a estabilizarme. Respiro hondo. Ana nos espera abajo y el río está lleno de staff de la empresa de canoas para ayudar a los que lo necesiten. No hay nada de qué preocuparse.

—Preparados, listos... ¡ya!

Empiezo a remar con todas mis fuerzas, pero no tardo en ser adelantada por niños de doce años. Maravilloso. Estoy convencida de que el único motivo por el que me muevo es la corriente del río. Apenas he dejado atrás el embarcadero cuando escucho a Fran dar la salida al siguiente grupo. No solo voy a llegar la última de mi tanda, sino que además llegaré más tarde que los de la siguiente.

Continúo remando durante lo que parecen siglos. La bajada debería durar como mucho media hora, aunque me da la sensación de que ha pasado más tiempo cuando alguien se dirige a mí:

—¿Problemas con tus remos?

Marcos ha conseguido alcanzarme. No sé por qué no me sorprende que no haya tardado en situarse a mi lado, sonriendo como un niño pequeño. Intento atacar a mi exnovio con el remo, pero me muevo con torpeza y él consigue esquivarme sin mucha dificultad.

—¡Oye! —exclama—. No es mi culpa que tu canoa no lleve motor.

El río serpentea hacia la derecha y deja a la vista el final del recorrido. No era consciente de que nos faltara tan poco para llegar. No sé si los niños de mi grupo habrán llegado, pero la cantidad de gente que veo concentrada en la orilla es tan abrumadora que sé que necesito darme prisa si no quiero ser la culpable de que mis niños pierdan. Le echo un vistazo a Marcos por el rabillo del ojo. Va a adelantarme en cualquier momento y yo no puedo permitirlo. Es ahora o nunca.

Alzo el remo de nuevo, aunque esta vez mi objetivo es su canoa. No tengo demasiada fuerza, pero soy capaz de desestabilizar la embarcación y hacer que Marcos caiga al agua con un grito. Suelto una carcajada. Los niños en la orilla comienzan a vitorearme y yo remo con todas mis fuerzas. Ya casi estoy.

De repente, siento el suelo tambalearse bajo mi asiento. A pesar de que sigo remando, mi cano ha dejado de moverse. ¿Qué...?

La canoa se inclina hacia la izquierda y yo también caigo al agua, con un Marcos sonriente para recibirme. Como loca, empiezo a pegarle manotazos acompañados de insultos y maldiciones. Sé que no voy a ganar cuando mi exnovio se da la vuelta y comienza a nadar a toda velocidad hacia la orilla.

—¡Te odio!

Como era de esperar, llego la última, pero eso no impide que tenga una sensación eufórica en el pecho. El único motivo por el que no me echo a reír son las miradas acusadoras de los niños de mi equipo.


***

Recuento total de palabras: 1219

¡Por fin ha aparecido la lista! Estaba deseando llegar a este capítulo y revelar las diez citas :)

Las cosas empiezan a ponerse interesantes 👀

Las cosas empiezan a ponerse interesantes 👀

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Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora