Tras guardar la crema de sol en mi maleta por tercera vez, suspiro y me dejo caer con una sonrisa sobre las sábanas blancas. A pesar de que esta mañana se han pasado a ordenar la habitación del hotel, soy tan desastre que he vuelto a arrugarlo todo. Prometo que no tenía la intención de despreciar el trabajo de otra persona; es solo que, después de pasar el día entero escuchando a Marcos parlotear sobre Modernismo catalán, he acabado tan cansada que llevo la última hora remoloneando para evitar hacer mi maleta.
Porque mañana volvemos a Madrid.
Y no quiero irme.
Si fuera por mí, nunca volvería a casa.
Hay muchas cosas que todavía no soy capaz de hacer.
Pero puedo decir que me encuentro bien.
Ya son pasadas las ocho y dentro de nada debería prepararme para la cena. Sin embargo, aún sigo con el pijama que me he puesto tras salir de la ducha. No me he peinado todavía y el pelo se me ha ido secando en mechones que después me costará siglos desenredar. Después del frenesí de estas semanas, no me puedo creer que a estas horas no esté preparando un juego, o preocupándome por algo en general. Supongo que el día ha sido demasiado cansado para todos y nos merecemos un descanso.
La puerta de la habitación se abre sin previo aviso y Nora asoma la cabeza. Sus ondas de colores están mucho menos vívidas que hace cuatro semanas, igual que su carácter, que se ha vuelto más melancólico desde su ausencia en País Vasco. Aun así, ríe al ver la situación.
—¿Todavía no has terminado?
Su tono de voz no es acusatorio, sino más bien divertido. Cojo un par de calcetines de la maleta y se los lanzo con fuerza. Ella los esquiva con facilidad a la vez que entra en la habitación y cierra la puerta a sus espaldas.
—Qué agresiva. Eso es taaan propio de los Tauro. Siempre tan tranquila, pero cuando te enfadas que tiemblen tus enemigos. ¿Tan mal te caigo?
Resoplo y me cruzo de brazos mientras ella me saca la lengua y se deja caer en la cama a mi lado, incluso cuando la suya está a solo unos pocos metros de distancia. Está claro que quiere torturarme. Sin embargo, en su lugar nos quedamos en silencio durante unos minutos hasta que al fin me atrevo a preguntar.
—¿De verdad te crees esas cosas?
—¿El qué?
—Lo del horóscopo. Sabes que te están manipulando, ¿verdad?
Si no lo supiera, me preocuparía, viniendo de una estudiante de psicología. Nora se encoge de hombros.
—No es manipulación si eres tú quien ha decidido creer en eso.
—Entonces sabes que es todo mentira.
—Tampoco he dicho que lo sea. Para mí, es verdad. Todo el mundo necesita algo en lo que creer.
Eso tiene mucho sentido, por lo que no tengo muy claro qué responderle. Volvemos a quedarnos en silencio. Abro la boca para decir algo, pero es Nora se me adelanta.
—Mi abuela ha fallecido. Por eso tuve que irme el otro día.
Pego un respingo y me quedo quieta sobre la cama. No me esperaba que me fuera a contar algo así, y menos tan de repente. Con cuidado, le poso la mano sobre el hombro a mi amiga. No parece importarle demasiado, ya que sigue con la mirada fija al frente y una mueca en el rostro.
—Yo... vaya. Lo siento mucho. Eh. Perdón por haberte dado la tabarra con lo de Marcos estos días.
Nora sacude la cabeza.
—En realidad, me ha venido bien distanciarme un poco. —Gira la cabeza hacia mí. Me mira con tanta fijeza que hace que me sienta algo incómoda—. Ha sido divertido jugar a las casitas con Marcos y contigo.
Acto seguido, suelta una risa que, a pesar de lo extraño de la situación, siento que es real.
—Nora...
—Sé que a veces soy un poco molesta —continúa—, y que me sacas como trescientos años y soy una niña en comparación contigo. Pero quería que supieras que me lo he pasado muy bien contigo estas semanas. Te voy a echar de menos, Leire.
Ahora sí que sí, estoy sin palabras por completo. Mi cerebro empieza a entrar en pánico cuando pasan unos segundos y todavía no he respondido. Me gustaría ser capaz de expresar mis sentimientos tan bien como ella y no quiero que se tome mi nerviosismo y falta de respuesta como una ofensa. Lo mío siempre han sido las células, no las palabras. Nora parece que lo entiende porque se echa a reír.
—Tendrías que verte la cara ahora mismo. Cualquiera diría que me acabo de declarar. Pobre Marcos. No me extraña que te haya costado tanto volver con él.
—¡Oye!
Le pego un ligero empujón y a mi amiga le entra un ataque de risa. Antes de que pueda darme cuenta, ha cogido una almohada y me está golpeando con ella en el brazo. Sigo sin estar en mi mejor forma física, aun después de cuatro semanas de ejercicio, y no consigo desarmarla con facilidad. Forcejeamos entre risas y, sin quererlo, el poco contenido que había conseguido guardar en la maleta acaba esparcido por el suelo.
En este momento, las dos nos detenemos y miramos el desastre con una seriedad que no dura demasiado. La risa de Nora es muy contagiosa y acabamos tiradas de nuevo sobre la cama sin poder parar de reír. Cuando se nos pasa, Nora me ayuda a hacer de nuevo la maleta y decidimos que ya es hora de ir a cenar.
Llamamos al ascensor del hotel. Ambas despeinadas. Yo en un pijama de estrellitas. Antes de que se cierren las puertas, susurro:
—Yo también te voy a echar de menos, Nora.
***
Recuento total de palabras: 925
Y yo también voy a echar de menos a los personajes :(
¡Gracias por leer!
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Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwards
Romance✨NOVELA CLASIFICADA EN LA LISTA CORTA DEL OPEN NOVELLA CONTEST 2023✨ Tras numerosas dificultades para acceder al doctorado, la petición de beca de Leire ha sido rechazada. Ahora ella se ve obligada a hacer lo que pensó que nunca retomaría: trabajar...