Capítulo 13

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Marcos está de espaldas a mí, todavía recogiendo los últimos restos de la actividad de esta noche. Mañana cuando nos despertemos no quedará ni una sola prueba de que hoy hemos jugado al apocalipsis zombi, igual que espero que no quede nada que dé a entender que he decidido tragarme mi orgullo para hacer las paces con mi pasado.

—Marcos —lo llamo—. ¿Podemos hablar?

Solo sé que me ha escuchado porque su cuerpo se tensa con mi voz. Sin embargo, ni siquiera se digna a enfrentarme cara a cara y continúa con su labor como si yo no estuviera aquí. En parte me lo merezco, pero eso no quita que sea frustrante.

—Marcos —repito—. No me voy a ir de aquí hasta que hablemos. Me da igual la hora que es.

Me da la sensación de que, de nuevo, mi exnovio procede a ignorarme, aunque al final acaba contestando en un tono de voz apenas perceptible.

—Tenía entendido que no querías saber nada de mí.

Sus palabras no transmiten ni odio ni acritud, tan solo una fingida indiferencia. De alguna forma, eso consigue que la punzada que siento en el pecho duela más. Calculo muy bien mis palabras antes de hablar; no quiero que haya malentendidos con mis intenciones.

—Mira, Marcos. No tengo claro si quiero que seamos amigos. Ni siquiera sé si quiero que nos soportemos y ya o que nos odiemos a muerte durante las dos próximas semanas. Lo único que me gustaría es poder aclarar las cosas para no volverme loca.

A medida que pronunciaba el discurso, mi tono se ha ido incrementando hasta el punto de que temo que alguien pueda escuchar nuestra conversación. Por suerte, me basta con un vistazo a mi alrededor para cerciorarme de que ya no hay nadie más en el patio. Quedamos solo nosotros dos.

Al fin, Marcos se da la vuelta. A pesar de que sus labios forman una línea recta, sus ojos azules dicen más de lo que él podría imaginarse. Noto tristeza. Decepción. Abre la boca como para decir algo, aunque en su lugar acaba por dejarse caer al suelo y hacerme un gesto para que me siente a su lado.

Durante unos minutos, nos mantenemos en silencio el uno al lado del otro, con la mirada perdida en el infinito.

—Lo siento —termino por murmurar—. Por dejarte sin darte una explicación.

—Y luego desaparecer.

—Y luego desaparecer.

Marcos suspira. Después, deja de abrazarse las rodillas y apoya sus manos a los lados del cuerpo. Cierra los ojos con fuerza.

—Yo también lo siento. Por... ya sabes. Lo siento.

—No, no lo sé. ¿Por qué lo sientes?

—Leire...

—Necesito escucharlo. Por favor.

Giro la cabeza en su dirección. Marcos hace un esfuerzo por abrir los ojos y devolverme la mirada.

—Lo siento. —Hace una mueca—. Esto es un poco violento. Lo siento por... no sé. Por ser un capullo. Por hablarte de bioquímica cuando sabía qué te molestaba porque tú no habías entrado y... —Se tapa la cara con las manos y comienza a frotarse los ojos—. Dios, soy un imbécil. No sé por qué hacía eso. No sé por qué tenía la necesidad de... ugh.

Tal vez no es la disculpa más bonita del mundo, pero consigue que se me humedezcan los ojos y tengo que fijar la vista en otro punto. Me muerdo los labios. El dolor me ayuda a pensar. Siento que se me quita un peso de encima al saber que no me volví loca. A veces me da la sensación de que exageré, de que todo fue una gran tontería que yo me tomé demasiado a pecho porque tenía un enorme ego que no podía soportar ser menos que nadie. Mi madre siempre me repetía que yo tenía la razón y que Marcos era un imbécil, pero aun así... El pensar en esto hace que la herida vuelva a abrirse sin importar el tiempo ni las consecuencias. Tal vez haya conseguido llegar al mismo punto, pero eso no borra el dolor de sentirme insuficiente.

Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora