Capítulo 10

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Igual que hace una semana, soy la primera en bajar del autobús. Antes de hacer recuento de nuevo, aprovecho para estirar las piernas y me mentalizo para lo que pueda pasar hoy. No recuerdo muy bien cómo conseguí arrastrarme hasta mi cama anoche, ni si fui yo la que recogió el proyector y la pantalla. Solo sé que al levantarme esta mañana a las siete lo único que quería era morirme con tal de descansar un poco más.

Además, esta noche he cargado el móvil.

No sé por qué decidí hacerlo, pero antes de que pudiera arrepentirme ya tenía la suficiente batería para funcionar, así que no tenía sentido no terminar de cargarlo. Llevo una semana muy tranquila sin tener que preocuparme por nada que proceda del mundo exterior, y ahora no me queda otra que enfrentarme a una madre que, casi seguro, ya ha llamado a la policía denunciando mi desaparición.

Una hora después de llegar a nuestro nuevo hogar, una casa rural cerca de la costa cántabra, los niños se encuentran ya instalados. A falta de media hora para nuestra acostumbrada reunión de monitores, decido que ya he pospuesto el asunto durante demasiado tiempo. Aprovecho que todo el mundo está deshaciendo su maleta para aislarme en un rincón del patio. Mantengo pulsado el botón de encendido de mi móvil y este vibra en mi mano. Me muestra el logo de la compañía durante un minuto hasta que, al fin, veo mi pantalla de bloqueo.

Catorce llamadas perdidas. Podría ser peor. Me siento como un animal yendo al matadero cuando pulso la tecla de llamar. Apenas suenan tres pitidos antes de que mi madre conteste al teléfono. Al principio, solo hay silencio. Decido hacer mi primer movimiento.

—Hola, mamá. ¿Qué tal?

Mi madre contesta en un tono de voz tan alto que tengo que separar la cabeza del móvil para no quedarme sorda.

—Vaya, mira quién ha decidido llamar a su pobre madre después de una semana. ¿Tú te haces una idea de lo preocupados que estábamos tu padre y yo? ¿Es que no piensas en nadie más que en ti misma?

Casi puedo imaginarme a mi padre sentado en la butaca del salón, leyendo el periódico impasible y sin entender la reacción desproporcionada de mi madre.

—Lo siento, mamá. Mi móvil estaba sin batería y se me ha olvidado el cargador en casa —miento—. No he podido cargarlo hasta que no hemos ido al pueblo y he comprado un cargador nuevo.

—¡¿Y tú te crees que eso son excusas?! ¡¿Es que tus compañeros no tienen móvil para dejarte o qué?!

—Yo...

—Ya, ya. Que no se te había ocurrido. ¡Pues parece ser que además de olvidadiza he parido una hija tonta!

Agacho la cabeza como si mi madre pudiera verme. Siento una punzada de dolor en el pecho.

—No hace falta insultar, mamá. A partir de ahora intento llamarte una vez al día, ¿vale?

—Más te vale, hija. Y ahora, ¿no piensas contarme cómo te están tratando en el campamento? ¿Comes bien?

El tono de voz de mi madre se dulcifica. Sé que sigue enfadada y temo volver a despertar su ira a los pocos minutos, pero de momento todo parece en calma. Comento a mi madre algunos de los sucesos importantes en Asturias a la vez que omito todo lo relacionado con Marcos. Puede que sea una decisión estúpida, pero me siento mucho más libre si me guardo ciertos detalles para mí. No quiero charlas motivadoras ni regañinas. Por una vez, me gustaría sentir que soy yo quien toma las decisiones sobre mi vida.

La mayor parte del tiempo siento que todo está fuera de mi control. Parece que me dejo llevar por aquello que me rodea, ya sea personas o circunstancias, y acabo metida en líos de los que no tengo ni idea de cómo salir. Y es entonces cuando voy corriendo a pedir ayuda a quien sea que pueda prestármela. Ojalá fuera capaz de luchar yo sola por la vida que quiero.

—Leire, hija, ¿sigues ahí? ¿Se me ha cortado?

—No, mamá. Estoy aquí.

—Bien. Como te decía, tienes que centrarte más, Leire. Andas siempre en las nubes y eso no puede ser bueno. Ya sé que trabajar es un rollo, yo soy la primera que preferiría que no lo hicieras...

«Tengo veinticuatro años, mamá», pienso. «¿Cuándo pretendes que empiece a trabajar?»

—... pero tienes que pensar en lo importante: todo el dinero que vas a conseguir para hacer el doctorado y cumplir el sueño que siempre has querido.

—Sí, mamá —respondo con voz cansada.

—¿Qué tal son tus compañeros?

—Muy majos, mamá.

—¿Hay algún monitor hombre?

—Eh... sí. Claro.

—Pues ni se te ocurra distraerte. Lo primero es lo primero. No quiero verte perdiendo la oportunidad de tu vida por un hombre. ¡Mírame a mí con tu padre!

Del otro lado del teléfono, escucho un gruñido.

—¡No te quejes tanto, Juan Ramón! Sabes que es verdad.

—Mamá.

—¿Sí?

—Tengo que colgarte ya. Vamos a empezar la reunión de monitores.

—Vale, cariño. Recuerda que has prometido llamarme diariamente. Y no me sirven excusas de baterías descargadas y cosas así.

—Vale, mamá.

—Luego hablamos. Te quiero, hija.

—Y yo a ti, mamá.

Una vez cuelgo la llamada, siento la tentación de tirar el móvil al otro lado de la valla y dejarlo ahí para que se pudra. En su lugar, me lo guardo en el bolsillo y me encamino hacia la sala donde seguro que Nora ya está preguntando por mí.

***

Recuento total de palabras: 879

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Y así es como empiezan las andadas por Cantabria para nuestra protagonista. Le depara una semana más que interesante :)

Con las prisas de subir capítulo la semana pasada no pregunté por vuestras opiniones, así que hoy hay doble pregunta:

¿Fuisteis alguna vez de campamento de pequeños?

Del uno al diez, ¿cuánto se parece vuestra madre a la de Leire?

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora