Esta noche es la más fría desde que comenzamos el campamento. No estoy muy enterada de las noticias, aunque Fran nos ha comentado que se trata de una borrasca y que es posible que llueva durante un par de días. Sea como sea, lo que hace menos de seis horas se sentía como una brisa agradable es ahora un vendaval que me pone la piel de gallina y me ha obligado a sacar el jersey de la maleta.
El olor a humedad me inunda las fosas nasales, mientras que las nubes oscuras del cielo no me permiten ver la luna, lo que hace que tenga que guiarme con la tenue luz de las farolas que proviene de la calle. Por precaución, hemos cancelado los juegos de la noche y los hemos sustituido por un concurso de historias de terror que está teniendo lugar en el interior de la casa. Sin embargo, ya había bastantes elementos colocados en el patio, y alguien tenía que recogerlos.
Me agacho para recoger la que espero que sea la última caja de material. El «atrapa la bandera» tendrá que esperar a otro momento. Me castañean los dientes mientras ando encogida hacia el refugio que supone la casa rural. El viento me golpea la espalda y el pelo comienza a taparme la cara de tal forma que no veo el camino. En este momento, choco de bruces contra lo que parece un muro y hago el ademán de tirar la caja. Tengo la suerte de que el muro no es otro que Marcos, que me ayuda a estabilizarme y sujeta mi carga. Eso no evita que suelte un gritito que me hace parecer ridícula.
—Leire. Perdón. Yo... Solo salía para ayudar. ¿Todo bien? Espero que no te estés muriendo de frío.
Mi intención es responder que no, que me encuentro perfectamente y no necesito ayuda. En su lugar, solo consigo abrazarme el cuerpo y asentir mientras tiemblo como una hoja al viento. Marcos ríe y sujeta la caja con una mano a la vez que me acerca a su cuerpo con el otro brazo. Mi cerebro está gritando que esto es una mala idea, pero me pego a él de forma instintiva y permito que me guíe en la oscuridad. El calor que emana de su cuerpo ayuda mucho.
—Ven, vamos dentro. Te van a encantar las historias de los chicos. A lo mejor Martín cuenta alguna si se lo pides tú.
Al entrar en el edificio, la temperatura no es muy distinta, aunque la ausencia de viento es bastante notable. Consigo detenerme un segundo y las palabras al fin salen de mi boca.
—Espera. Tengo que ir a dejar la caja en su sitio primero.
Marcos se para a mi lado y clava sus ojos en los míos con seriedad.
—Vale. Te acompaño.
No tengo el valor de decir que no.
El cuarto de materiales es bastante más grande que el que teníamos en Asturias o Cantabria. Las paredes están hasta arriba de balones y redes, además de maquillaje y vestuario. Nuestros chicos son demasiado mayores para la gran parte de juegos que hay aquí, pero eso no evita que me abrume pensar en todo lo que hay por hacer en el poco tiempo que nos queda. A la vez que coloco las banderas y conos en su sitio, Marcos se mantiene de pie a mis espaldas.
—Este sitio es enorme —comenta—. Parece que se nos va a caer todo encima.
Sé que él no puede verme, pero sonrío.
—No eres muy buen juez que digamos. Siempre has tenido claustrofobia.
Giro la cabeza justo a tiempo para ver cómo esboza una mueca. De todas formas, no parece molesto.
—Pensaba que no te acordarías de eso.
—¡Como para olvidarlo! Ni siquiera podías subirte al ascensor de mi casa sin que te entraran los sudores.
—Pero eso era porque me daba pánico tu madre.
—Ya, ya. Lo que tú digas.
Termino mi trabajo y me doy la vuelta en dirección a Marcos. Tengo la intención de marcharme ya, pero su cuerpo está de camino a la puerta y me parece maleducado pasar a su lado como si nada. Además, hay una parte de mí a la que le gustaría seguir hablando más tiempo.
—Pues —continúa Marcos—, para tu información, Ángela me dijo hace poco que había mejorado bastante con mi claustrofobia.
Enarco las cejas. Intento que mi voz no tiemble al pronunciar las siguientes palabras.
—¿Ángela? ¿No era esa la chica de la carrera que andaba detrás de ti?
No sé si es mi imaginación o la poca luminosidad de la habitación, pero Marcos parece incómodo. Aun así, procura que no se le note.
—Y aún sigue intentándolo. Cada vez es más cantosa. Justo antes de venir al campamento me invitó a cenar y estoy seguro de que quería declararse. Le dije que me dolía la tripa y me fui corriendo a casa cuando me di cuenta.
Suelto una pequeña risa para liberar tensión.
—Estás hecho todo un rompecorazones.
Y no se puede imaginar cuánto.
La conversación se extiende tanto que acabo perdiendo la noción del tiempo. Entre risas y bostezos acabamos sentados en un lado de la habitación, con la luz tenue de una triste bombilla como única iluminación. Hacía mucho que no me abría con alguien de esta manera. Perdí el contacto con mis amigos de la carrera apenas un año después de terminarla porque estaba demasiado centrada en mi futuro como para quedar. Me siento un poco como una niña cuando Marcos cuenta anécdotas de las fiestas a las que ha ido con los suyos. Yo no he ido a ninguna desde hace años, pero parece divertido y él intenta contarlo con delicadeza para evitar que me sienta fuera de lugar. Es todo un alivio que me conozca de esa manera.
Poco a poco, se me van cerrando los ojos y apoyo la cabeza sobre su hombro. Estamos tan cerca el uno del otro como el día que estuvimos observando las estrellas, solo que ahora parecemos incapaces de callar. Es como si tuviéramos la necesidad de recuperar todo el tiempo perdido, todas esas conversaciones que no hemos tenido desde que empezó el campamento.
En un momento dado, giro la cabeza hacia Marcos al mismo tiempo que él la gira hacia mí. Nuestras narices se rozan y yo me pierdo en sus ojos azules, aunque un acto reflejo hace que baje la mirada hacia sus labios. «Hazlo por la beca, Leire. Estás a tan solo un paso de cumplir tus sueños». Esa es la excusa que, con la voz de Nora, suena en mi cabeza. Sin embargo, sé que en verdad no estoy pensando en el doctorado.
—Leire, yo...
Acorto la distancia que nos separa y poso mis labios sobre los suyos. Casi había olvidado cómo era besar a alguien. La sensación de plenitud, la suavidad y el calor que emanan de los labios de Marcos.
Marcos.
Estoy besando a Marcos.
Al principio, se queda quieto y muy tieso, aunque a los pocos segundos sus labios se relajan y me corresponden. Al sentir cómo coloca su mano en mi nuca para profundizar el beso, lo aparto de un empujón.
Ni siquiera pido perdón cuando me voy corriendo. Todo me da vueltas. Creo que estoy demasiado cansada; no estoy pensando con claridad. Ignoro la sala común, donde la actividad de historias de terror aún continúa. Mis pasos me llevan con prisa hasta la habitación de los monitores, aunque en lugar de en mi cama me tumbo en la de Nora, la más alejada del lugar donde dormirá Marcos. Cierro los ojos con fuerza. Así, cuando al rato alguien entra en la habitación, puedo fingir que duermo. Da igual que no sea capaz de hacerlo en toda la noche.
¿Qué he hecho?
Recuento total de palabras: 1259
***
Y con esta van 7/10 👀
¿Qué os ha parecido el capítulo? Ya no queda nada para el final.
¡Nos vemos en el siguiente!
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Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwards
Romance✨NOVELA CLASIFICADA EN LA LISTA CORTA DEL OPEN NOVELLA CONTEST 2023✨ Tras numerosas dificultades para acceder al doctorado, la petición de beca de Leire ha sido rechazada. Ahora ella se ve obligada a hacer lo que pensó que nunca retomaría: trabajar...