Epílogo III - Primavera

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—Quiero subir —dijo Colin dando vueltas por el largo pasillo de Sunrise Hall, mordiendo la uña de su pulgar mientras se acercaba a la escalera. —Maldita sea, ¿por qué no puedo subir?

Anthony le sirvió un vaso con whisky y se la ofreció. —Ya hablamos de esto. No se permite entrar a los maridos. Debemos esperar afuera, todo está bien, tu suegra y mamá están ahí dentro ayudando. Y las parteras y un médico. —dijo otra vez.

—Qué estupidez que no nos dejen entrar. —murmuró Colin un tanto malhumorado. —Si todo esto pasa por causa de los maridos.  —Se alisó el cabello. Odiaba aquella espera, aquella sensación tan apremiante y que sabía que podía cambiar en cualquier instante. Estaba tan asustado que pensó que iba a desmayarse.

Su hermano volvió a ofrecerle la copa. —Tómate otra.

—No quiero otra copa, ¿cómo puedes estar tan tranquilo? Ya has pasado por esto, deberías entenderme.

Anthony suspiró y dejó el whisky sobre la mesa. —Sé lo que sientes, créeme. Y no estoy tranquilo, simplemente se me da mejor ocultarlo que tú. Cuando Kate entró en labor yo estuve a nada de sentir como el mundo se me iba. Así que te entiendo.

Un grito llegó hasta ellos desde lo alto de la escalera, Colin lo interpretó como uno de intenso dolor, sofocado a la vez por un portazo. El grito les revolvió las entrañas.

Anthony lo arrastró hacia sí. —No puedes.

—Dios —susurró Colin, y empezó a forcejear de nuevo. —ya es medianoche, ¿cuánto tiempo va a durar esto?  Es demasiado, lleva en eso todo el día.

—Tienes que respirar. Todo va a salir bien.

Se oyeron unas pisadas sobre sus cabezas, pero pasó otra hora y nadie bajó. El miedo de Colin se agudizaba con cada vuelta que daba a la galería y casi se le salió el corazón por la boca al oír otro grito de dolor de su mujer, retumbando en la escalera. —Voy a subir, me necesita. Anthony, hermano, ya basta. Suéltame. —Logró zafarse y Anthony intentó agarrarlo, pero él se evadió y empezó a subir la escalera. En el rellano, se encontró con su madre, que bajaba. —¿Penélope?

—Está bien —le dijo su madre. —he venido a decírtelo porque supuse que estarías preocupado.  Pero está muy bien. Tiene contracciones, pero aún el bebé no está listo para salir.

—¿Preocupado? —Esa era una descripción tan increíblemente suave de cómo se sentía que Colin casi se echó a reír.  —Mamá, quiero entrar. Pen me necesita. Tengo que estar ahí.

Ella posó la mano sobre su hombro. —Ven —dijo y lo guió abajo, pero él se resistió. —Colin... —dijo con firmeza. —Solo espera un poco y subes cuando vuelva a buscarte otra vez. No queremos que Pen se desespere al verte tan alterado de un lado a otro. Además te conozco, te marea la sangre.

Aunque reacio, permitió que lo empujara escaleras abajo. —¿Sangra mucho?

—Este tipo de cosas lleva su tiempo —dijo su madre. —Contigo, yo tardé dos días.

—¡Dios! —Dos días y se volvería loco. —le tengo que preguntar a papá cómo lo soportó.

—Lo está haciendo bien, de verdad.

—Todo va bien —le dijo Violet a Anthony, y regresó arriba.
Pasó otra hora, otra eternidad antes de que Violet volviera a bajar. Estaba al otro lado de la galería cuando lo llamó. —¿Colin?

Él fue corriendo y, casi a medio camino. —Mamá, ¿Qué pasó? ¿Todo está bien?

—Ahora puedes subir.

—¿Está bien? —gritó, corriendo hacia su mamá.

—Sí —contestó ella, siguiéndolo mientras subía la escalera.
Tenía que verlo por sí mismo, subió los escalones de dos en dos y entró en el dormitorio, pasando de largo al doctor Morrison. Colin miró a su esposa, la cara pálida y el pelo enmarañado, lucía muy cansada, sudando y respirando agitada como si intentara recuperar el aliento.

—Pen —dijo acercándose a la cama y, al hacerlo, vio un bebé en sus brazos, con la carita colorada, una cosita con una nariz absurdamente diminuta. —Ay Dios. Pen. —dijo de nuevo, porque no podía pensar en decir otra cosa salvo su nombre. Sus rodillas flojearon.

Ella alzó la mano y le acarició la mejilla. —¿estás bien, Colin?

Su corazón empezó a latir con violencia, entrelazó su mano con las suyas y la besó. ¿Qué demonios se supone que debe decir un hombre en esas ocasiones? No había palabras.
—Pen.

—Colin —dijo ella mientras él besaba sus mejillas, su cabello. —estoy bien, el bebé está bien.

—¿Segura? ¿Qué es? Dios... Sentí que iba a morir esperando.

Ella asintió mordiéndose el labio, mirándolo. —Hemos tenido una niña.

—¿Una niña?

Sorprendido, se levantó y miró al bebé de nuevo. Lo contempló, mirándola mientras sus fieros y enfadados gritos se agotaban en pequeños hipidos mientras se hacía un ovillo ante el ribete del camisón abierto de Pen, buscando su pecho. —Debe tener hambre.

Colin la miró encantado y sonrió.

Una niña.

Se acercó más, estudiando a la bebé ante la luz de la lámpara, y entonces vio el pequeño hoyuelo en la comisura de su boca. La alegría estalló en su pecho como una ola y comenzó a reír. Una niña. —¡Es tan bonita! —gritó. —Dios mío, es igual a ti, Pen. Es igual... Dios... Que bonita es.

—¡Ay, para! —dijo Pen casi riéndose.

—Sí —Dijo Colin miró a su madre y a su suegra, que estaban ante la puerta, junto al doctor. —¿acaso no es igual? Mírenla, es igual a Pen.

Portia sonrió. —Creo que tienes razón. Se parece mucho.

—Por supuesto que la tengo —y mirando de nuevo a su esposa con la niña, sonrió y dijo. —Mira —señalando la cabeza del bebé y acariciando la pelusa pelirroja, fina, apenas visible. —Tiene tu cabello y ese pequeño hoyito, cielos, tiene esa boca tan, tan bonita. Tan pequeña. —Se rió de nuevo. La pequeña abrió los ojos y se vio reflejado en ellos. Verdes iguales a los suyos propios. Verdes como esmeraldas. O tal vez era su imaginación, aunque se veian tan verdes que no cabía en si mismo de alegria. —Sus ojos son del color de los árboles del jardín. Es preciosa. –Colin sonrió y acercó su mano a la bebé dejando que ella le tomara el meñique en su pequeño puño.

Esta vez fue Penélope quien sonrió. Contempló a su hermosa niñita y a su esposo.

Era lo mejor de ambos. Sus ojos eran tan verdes como más hojas de los árboles en primavera, el cabello rojizo y naranja como una flama, la nariz pequeñita y salpicada de unas pocas pequitas. —¿Quieres cargarla?

—Sí. Sí quiero. –Colin la tomó y en cua tuvo en brazos supo que estaba perdido. La forma en que la bebé se acurrucó, haciéndose una bolita le hizo sentir confiado de que su hija se sentía segura a su lado. Violet sacó a Portia de la habitación y los dejó solos. Colin no dejaba de ver a su hija sintiéndose cada vez más enamorado de ella y sonriendo como un tonto mientras en su mente hacia promesas.
"Te amo sin ninguna condición." —necesita un nombre. Un buen nombre.

—Pensaba en "Aghata". –Dijo Penélope acariciando suavemente la cabecita de su niña. —Es griego. Significa "Bondad". También "Pureza". ¿Tienes otro nombre para ella?

—Sí, uno. Uno francés. Estaba pensando en "Jolie".

—Alegría y belleza. –Sonrió Penélope mirando a Colin. —Me gusta... Y le queda hermoso. Aghata Jolie.

—Es un buen nombre. Bienvenida a nuestra familia, Aghata Jolie Bridgerton. –Terminó por decir Colin sintiéndose más que completo junto a Penélope. La vida era buena y no cambiaría nada en lo absoluto. 

AMOR CON CONDICIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora