Epílogo

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El atardecer. Uno de los momentos más bellos del mundo y más infravalorado por su repetición. Las personas tienden a ni si quiera darle importancia al precioso instante en que el sol se va poniendo volviendo todo naranja y choca con la luna creando una línea perfecta entra la oscuridad y la luz.

Pequeños rayos de sol se colaban por la ventana, al igual que el maravilloso ruido de risas infantiles. TaeHyung elevó su vista del fregadero, donde acaba de dejar un vaso vacío de agua, para ver a su jardín trasero. Realmente no veía a su jardín, sino al de la casa de al lado donde Nochu lanzaba a su nieto mayor al aire haciéndolo reír a carcajadas.

La mirada del Delta chocó con la de su mejor amigo, su hermano, que al fin había dejado su pelo descansar de los tintes años atrás y ahora lucía blanco natural por las canas. Jimin le sonrió y movió la manita regordeta de su nieto más pequeño como saludo a su abuelo postizo TaeHyung. Kim le devolvió el gesto sonriente al cachorro que sonrió escondiéndose avergonzado en el cuello de su abuelo Omega. Jimin se encogió de hombros hacia él y besó al bebé antes de girarse para reprender a su Alfa por pasarse jugando de más con su otro nieto. TaeHyung pudo escuchar algo de que acababa de merendar y no era sano revolver así sus tripas.

Sin duda, jamás espero conocer la faceta cariñosa y mansa del Omega de Jimin. Pero había ocurrido, varias decenas atrás, cuando quedó en cinta y el instituto paternal despertó en él de golpe. Jimin pasó, de ver a cachorros por la calle con un gesto de culo en la cara, a ver simplemente ropita de recién nacido y ponerse a llorar por el puro amor al arte. TaeHyung recuerda haberle hecho mucho bullying cariño y amistoso por eso.

El suspiro tembloroso de su pecho rebotó con constancia por la cocina de su casa de una planta en la que había vivido ya más de tres décadas, casi cuatro. Sus manos presentaban esas marcas de quemaduras y arañazos por sus ambos trabajos. Seguía arreglando motos, entretenido como su hobby, en el garaje delantero de su casa. Era gracioso seguir recibiendo visitas, de gente que conocía su historia, para pedirle consejo sobre motos, arreglos en ellas o formas de montartalas. El enseñarse al negocio familiar que habían montado JungKook y él solo había incrementado los quemazones en sus manos.

Fue una inversión precipitada, pero demasiado acertada. Montaron su propia cafetería, cerca del río donde se seguían corriendo carreras y los corredores eran clientes habituales que adoraban escuchar sus viejas historietas en la época dorada de Stray Kids y Bangtan. Aquella época que había quedado atrás ya demasiado tiempo atrás, pero seguía presente como los mejores años de sus vidas. Como los años que les llevaron a conocer al amor de su vida.

Un cabello rizado blanco cayó sobre el mármol de la cocina junto a sus manos. ¿En qué momento su cabello azabache brillante había comenzado a ser platinado? No lo recordaba realmente. Fue poco a poco, una cana por aquí y otra por allá. Ahora lucía tan blanco como una tiza. Bromeaban con el chocolate caducado, el cual cobra una capa blanca a su alrededor. JungKook siempre le decía que se estaba caducado con el paso de los años.

Esas manos callosas, con la tinta que fue negra ahora ligeramente verde, envolvieron su cintura pegando su espalda al duro pecho de su esposo. Los suaves labios rosados que lo cautivaron, besaron desde su nuca un camino de besos hasta la marca cicatrizada y perpetua de unión entre ellos.

-¿Qué pasa, mi amor? -Su dulce voz seguía siendo exquisita como siempre, amorosa solo para él.

-No pasa nada. -Respondió abrazándose a los brazos en su cintura.

-Te tengo dicho que si me vas a mentir al menos pongas un poco de ganas. -Bromeó apretando su agarre y riendo leve en su cuello.

JungKook tomó sus manos y lo giró para encararlo. Los años tampoco habían pasado en balde por él. JungKook seguía siendo galán, un Alfa apuesto que gente de su edad seguía viendo por la calle al igual que pasaba con TaeHyung, pero envejecido como todos. Había comenzado a cortar su cabello al cumplir los treinta y había encontrado una forma cómoda de portarlo. Su cabello negro tizón también estaba pintado con hebras blancas, pero eran mucho más sutiles y ligeras que el cabello nieve de TaeHyung. Sonrió, marcando ya no solo esas tres arruguitas adorables a los costados de sus ojos, sino un manto de las mismas.

-Estoy nervioso. -Confesó TaeHyung, entrelazando sus dedos, comido por el amor brillante siempre en las constelaciones de JungKook en su mirar al verlo.

-No debes estarlo. -Confió, besando sus nudillos y acercándolo para un abrazo delicado. Caricias suaves dadas sobre la piel descubierta de sus brazos y su nuca.

-Tengo un miedo horrible. -Hay traumas insuperables en las vidas de las personas. TaeHyung había aceptado y era conocedor del amor infinito de JungKook por él, de igual modo que las críticas ajenas dejaron de importarle hace años, pero en momentos de presión o tensión... su maldita ansiedad le volvía loco hasta el punto de volver a dudar. Solo alguien con ansiedad podía comprender lo que era estar convencido de algo, pero que tu propia mente te juegue la mala pasada de golpearte con otras ideas erróneas hasta hacerte daño.

-Okey, vamos a ver. -JungKook lo soltó, al percibir en su lazo los horribles sentimientos que embargaban a su mayor. Fue al pequeño armario junto a la nevera, tomando una de las tantas tabletas de chocolate con naranja que siempre habían en su casa, mordiéndola sobre el papel para poder ocupar sus manos en otra cosa.

-¡Kookie, tu espalda! -Gritó TaeHyung cuando fue alzado por los muslos.

-Mmm. -Murmuró con la boca ocupada por el chocolate, negando con su cabeza y rodando los ojos. En el corto camino, hasta su porche de entrada, tropezaron, se golpearon con marcos de puertas y hasta tiraron el perchero del recibidor. TaeHyung terminó, sentado sobre el regazo de su esposo en las escaleras del porche, riendo a carcajadas. -Mis riñones. -Se quejó JungKook dando un masaje a la zona.

-No son los riñones, sino las lumbares. -Rodó sus ojos el mayor. -Además, te he advertido de tu espalda. -JungKook le sacó la lengua, siempre infantil, rosada. Acto seguido golpeó su hombro haciendo a TaeHyung jadear asustado, dejar de reír y sujetarse ansioso a sus hombros anchos. -Malvado. -Pellizcó su pezón, JungKook golpeó sus manos gruñendo bajito. Se vieron a los ojos, sonriendo poco a poco, amándose como la primera vez. TaeHyung rompió el chocolate que descansaba en el regazo de su esposo, dándole la primera onza en su boca. -¿Sabes? Recuerdo como si fuera ayer el día que nos conocimos.

-Yo también. -Aceptó, dándole él ahora una onza del amargo sabor anaranjado. -Nunca te lo he dicho, pero tengo claro qué fue lo que me llevó a tener esa gran curiosidad por ti hasta el punto en que me enamoraste.

-¿Fue porque te cuido como bebé? -Preguntó haciendo una voz aguda, así como se le habla a los perros o cachorros. JungKook negó. -¿Por qué conseguía relajarte y hacerte pensar las cosas? -Cuestionó entonces recibiendo otro trozo de chocolate en su boca. -Que te hiciera preocuparte por alguien más que por ti mismo. -Divagó ante otra negativa.

-Realmente todas las opciones son acertadas. -Apretó los muslos rodeando su cintura. -Pero todo eso llegó porque, por primera vez en mi vida, alguien me retó y quitó algo que era mío. -TaeHyung frunció su ceño confuso. -Me quitaste el chocolate, para después dármelo sin esperar nada a cambio más que verme sonreír y dejar de fruncir el ceño. -Sonrió, sus palas superiores marcadas. -Me cautivaste, me enamoraste y jodiste entero Kim TaeHyung.

-Lo siento mucho por haberte hecho el hombre más feliz del mundo. -Dijo copiando su amplia sonrisa, JungKook soltó una carcajada. -Pero eras lo que siempre quise y, aún sabiendo que serías un dolor en el culo...

-Literal. -Le interrumpió ganándose otro pellizco, esta vez en el pezón contrario.

-Necesitaba tener algo de ti, lo mínimo que fuera, aunque luego me rompieras. -JungKook sonrió ladino, trepando sus manos hasta acomodar su cabello blanco. -Son embargo me recompusiste y fui, soy y seré, siempre el más afortunado por ello.

Con la gracia de la luz del atardecer, anaranjado a su alrededor y el cielo ya prácticamente negro, JungKook tomó una onza de chocolate y la condujo entre sus labios a los de su marido. TaeHyung lo recibió gustoso, abriendo su boca y disfrutando del deliciosa sabor deshacerse en su boca gracias a su lengua y la de JungKook enroscándose.

Su amor traspasaba las palabras, aunque adoraran ser dichas y escuchadas, se representaba con gestos y caricias, miradas y suspiros, sonrisas y pellizcos.

El sonido de un claxon les hizo separarse, poniéndose en pie uno por uno con ayuda del otro. Su hijo había llegado de visita para presentarles a su primer nieto.

Orange Chocolate ~ Omegaverse ~ TaeKook ~ KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora