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Camille Greyson.
Viernes 4 de abril.

Como casi todos los fines de semanas aprovecho que los padres de Marcus no están en casa y me introduzco por el pequeño agujero que descubrí hace meses en los imponentes setos de la fachada para así poder hacer las cosas un poco más interesantes.

Y por supuesto, menos sospechosas.

Debo ser un tanto informal ante tales actos porque no pueden dar por sentado que Marcus engaña a la pobre Anabelle, por lo que es evidente que tengo que ser muy discreta y optimista ante dichos eventos. Claro que optimismo es lo que menos siento cuando me encuentro con él. Pero todo sacrificio debe tener su buena recompensa, ¿no? Y créanme estoy sacrificando todo por el todo para llevar a cabo mi verdadero fin.

Esta mañana me he levantado con buen ánimo porque la sorpresa de cumpleaños de mi “mejor amiga” está casi completada. Así que no hay algo más peligroso que una mujer segura de sus propias acciones.
Apenas faltan horas para la gran sorpresa y de verdad debo admitir que estoy sumamente nerviosa. No puedo permitir que todo salga al revés pues un fallo en todo esto y lo que he podido erigir hasta ahora se iría al demonio.

Con cierta destreza me introduzco en el agujero del seto y una vez dentro de la casa de Marcus me sacudo los pequeños trozos de arbustos que se han adherido a mi ropa y me encamino sigilosamente hacia la cocina. El sol resplandece en lo alto como un centinela que evalúa la situación a media mañana por lo que seguramente y como todos los viernes, él debe estar en la piscina aguardando a mi llegada. Entro a la casa por la puerta de servicios y me dirijo rápidamente hacia la nevera que ocupa el amplio rincón de la inmaculada estancia.

Todo está muy limpio y en orden.

Me encanta cuando el personal de limpieza hace muy bien su trabajo. Es algo que me fascina ver y hace que me sienta más tranquila. No tolero las cosas a medias y mucho menos de personas inferiores a mí. Abro la nevera y saco dos cervezas bien frías, las destapo y salgo de la cocina por el mismo camino del que he llegado.

La piscina está al otro lado de la casa y es tan grande que solamente al entrar por la puerta principal podrías notar su majestuosa extensibilidad. Y no solo eso, los árboles y los amplios setos la rodean de una forma tan sofisticada que podría decirse que es uno de los sitios favoritos de quién tuviera la osadía de inmiscuirse aquí.

Camino por el césped recién podado y veo como Marcus se quita la franela dejando expuesto sus músculos. Es hermoso, la verdad. Aunque no tanto como Dan. Hay algo que los diferencia a ambos y que más nadie lo sabe a excepción de mí.

Marcus es hermoso y dulce. Dos cosas que no pueden ir de la mano, he de acotar. En cambio, Dan es hermoso y peligroso, como una droga ilícita la cual no debes consumir pero igual sientes interés por hacerlo o, tal vez, como un descomunal tiburón blanco.

Y admitámoslo, a todas nos encanta el peligro… o por lo menos a mí.

Sacudo la cabeza para despejar mi perturbada mente y en el momento que Marcus se lanza al agua yo me acerco con velocidad y dejo mi botella en la mesa más cercana y la cerveza de él la coloco sobre el borde la piscina. Me quito la blusa y el shorts que he usado esa mañana, e introduzco las piernas en la cálida agua. Para el momento que él sale a la superficie y encuentra la bebida, lo rodeo con mis delicados brazos.

—Hola guapo, ¿Qué tal tu día?

Él se sorprende un poco al escuchar mi voz. Con mucha delicadeza lo beso en el cuello mientras bebe un sorbo de cerveza, y a continuación, él toma mis brazos y los eleva en el aire para girar por debajo de ellos y quedar justamente de frente.

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora