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Marcus.

Mientras camino, me fijo como mis huellas dejan una ligera estela por la orilla de la playa. La oscuridad se cierne como un imponente manto a mí alrededor y los sonidos del denso bosque que se ubican a mi izquierda me sobresaltan con cada paso que realizo.

Nunca había sentido tanto miedo... como ahora.

No es algo que me plantee con frecuencia pero me resulta perturbador estar en esta isla, a tan altas horas de la noche y sin tener siquiera un atisbo de los otros.

Camille ha desaparecido...

Anabelle ha desaparecido...

Mi cordura...

Mi vida... ha desaparecido.

Sigo deambulando en silencio con mi mente maquinando las posibilidades, sumamente escasas, para sobrevivir aquí. Tengo hambre y la sed ya comienza apoderarse de mi cuerpo. Un ligero hormigueo me recorre el abdomen y parte de mis piernas, la inanición se aproxima y yo solo deseo tener alguna idea de donde están los demás.

La tormenta cae al cabo de un rato y noto como estar cerca de la orilla me resultaría muy poco prudente. Las olas crecen y el bravío mar cuyas turbias y negruzcas aguas rompen en las piedras que sobresalen de la arena, me salpican el rostro. Comprendo que la única forma de salvación es adentrarme en el bosque.

El miedo aumenta y las decisiones deben ser tomadas con rapidez y sin rodeos. Entonces, de una manera inexorable y con el mundo a punto de derrumbarse... comienzo a llorar.

El arrepentimiento es una sensación desconocida para mí. El perdón me resulta más extraño. No obstante, el ser humano puede cambiar de parecer cuando se encuentra en peligro. Y por supuesto, mi instinto me dice que en estos momentos lo estoy.

Perdóname Anabelle, pienso para mis adentros.

Perdónenme todos.

Pero nadie es capaz de oír mis pensamientos en medio de aquella torrencial lluvia. En aquel instante, las lágrimas surcan mi rostro y ya mis piernas se mueven sin control hacia el inicio del bosque.

Si en esto se traduce mi final lo voy hacer de una manera rápida.

Mantengo un paso firme sin vislumbrar nada en concreto. El denso bosque se expande ante mis ojos y algunas ramas se atraviesan en mi camino como extremidades disecadas. Estoy expectante y con los nervios alertas pero sé que ni eso podrá salvarme de mi destino.

Y es en ese momento, sin oponer resistencia, es cuando entro en plena desesperación.

— ¡¡¡ANABELLE!!!

El grito se eleva por la fortaleza boscosa y el eco se expande como mi único acompañante. La constante sensación de ser observado me mantiene nervioso y mirando como un psicópata a todos lados. Algunos sonidos de la noche aparecen y otros simplemente se mantienen tenues y casi imperceptibles.

Mi mente no está ayudando mucho, lo sé.

Vuelvo a gritar.

— ¡Anabelle! ¿Dónde estás?

—Por aquí. –responde una voz.

Me detengo, no sin antes dar un respingo ante aquella misteriosa voz. Mi cuerpo ha quedado paralizado por completo.

No puedo decir que estoy respirando porque he retenido el aire en mis pulmones.

—Ven, por aquí. –repite el extraño eco entre los arboles más próximos.

Cuando el dolor en mi pecho aumenta, decido liberar el aire y volver a respirar. Sigo inmutado en mi posición, buscando el origen de aquella voz entre las sombras.

—Mírame, estoy aquí.

La figura aparece entre dos árboles que se encuentran a pocos metros. Su indumentaria del mismo color de la densa noche le oscurece el rostro por lo que no puedo descifrar con exactitud de quién se trata.

— ¿Quién eres? –mascullo.

El desconocido no responde.

El sudor en mi piel comienza a extenderse rápidamente. El aire se ha solidificado y empieza a hacer frío. Mucho frío.

— ¿Dónde estoy? ¿Dime donde están los demás?

En un punto que no podría decir cual, el hombre levanta una mano y hace un ademán para que lo siga. Mi instinto me dice que no lo haga pero en medio de la oscuridad y sin compañía alguna no podría pensar con claridad. A decir verdad, hace mucho tiempo que no pienso con claridad.

Lo sigo.

El arbusto más cercano me roza el brazo y siento un leve ardor en mi piel. El hombre sigue su marcha sin girar. Sus pasos son regulares y simétricos mientras que yo hago acopio de todas mis fuerzas e intento seguirle el paso con evidente dificultad.

Un pequeño haz de luz atraviesa la fortaleza de enormes árboles y justo cuando salto sobre un formidable tronco caído, me doy cuenta que he llegado a un enorme claro en medio del bosque. El perfecto círculo, con su corta hierba, se materializa delante de mis ojos y la figura sigue su andar hasta el centro del mismo.

Se detiene y lentamente se voltea para verme.

— ¡¿Qué está sucediendo?! –le grito desde mi posición.

No hay respuesta.

Comienzo a sentir nuevamente el miedo. Esa sensación de ser observado y de estar ante una amenaza constante.

— ¡Por favor, dime! –suplico, reteniendo las lágrimas.

El hombre señala a un lado con el dedo, y entonces con la luna reflejándose en lo alto y la tormenta ya casi amainando, constato que hay unas estructuras rectangulares que sobresalen del suelo.

Me acerco con gran temor.

Un pequeño atisbo de intuición se enciende dentro de mí.

Huye, pienso, huye.

Él sigue señalando a un costado.

Mientras camino la gravilla cruje ante mis pisadas. El sonido me recuerda a múltiples astillas al romperse. Mi corazón se acelera y ya a pocos metros del desconocido, me doy cuenta que las estructuras que salen del claro, son antiguas y desgastadas lápidas.

Me detengo y sigo la dirección de la mano del hombre.

No mires, me digo, no mires.

Pero sé que al final lo voy hacer. Y sí, finalmente, decido mirar y es allí cuando el miedo que apenas estaba sintiendo se incrementa por completo y me carcome los rincones más ínfimos de mi ser.

A pocos centímetros y con letra ornamentada, vislumbro el nombre de la lápida grisácea que se erige fantasmagórica ante mis ojos.


MARCUS RICKSON,

IN MEMORIAM.

Y cuando me decido gritar, el hombre abre su oscura boca y me arrastra a las abominables tinieblas. 

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora