EPILOGO

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Los dos agentes se observaron en silencio en la fría y blanquecina estancia.

— ¿Qué sí creo que funcionará? –preguntó el más alto y miró hacia el inerte cuerpo que yacía en la esterilizada cama clínica.

Su compañero no respondió al momento. El monocorde sonido del monitor que se conectaba a través de las delgadas extensiones ubicadas por todo el tórax del individuo, comenzó a sonar de manera irregular.

—Es hora. –avisó el mismo agente que había hablado segundos antes. –Hazlo.

Entonces, con agilidad y nerviosismo por igual, el otro hombre introdujo la fina aguja directamente al corazón y el líquido rojo carmesí despareció tras la presión ejercida en la inyectadora.

Extrajo el objeto y miró a su superior.

Esperaron en silencio.

Una voz metálica habló a través de los portavoces que se ubicaban en el techo y más allá del laboratorio.

—Diez segundos... nueve segundos... ocho segundos...

—Creo que es hora de irnos. –observó el hombre quitándose los guantes.

Su compañero asintió. La voz siguió contabilizando en lo alto con su voz de autómata.

—Tres segundos... dos segundos... un segundo. –

Y cuando la secuencia terminó las luces se apagaron de golpe y la estancia quedó sumida en la oscuridad. Los agentes pusieron el cerrojo y otros se les unieron para dar por terminada la labor del día. Colocaron el carnet digital sobre el panel de la pared y las puertas de cristal se abrieron rápidamente.

El helicóptero levantaba una densa nube de arena mientras la hélice se movía incesante con el sonido particular del enorme aparato. Los dos hombres subieron y el helicóptero se alzó por los aires hasta alzarse por el denso bosque.

El sol estaba en su punto más máximo. Se dieron la mano y entre el enorme ruido se presentaron por fin:

—Mucho gusto, soldado. Bienvenido. –dijo el hombre más alto.

El otro asintió.

—Gracias. Y, ¿ahora qué sigue?

Su colega apuntó con su dedo hacia el otro lado del helicóptero. Como no podía vislumbrar nada, el hombre estiró el cuello y observó mejor.

Otras dos islas se erigían colosalmente en las bravías aguas de aquel misterioso mar. Su corazón dio un vuelco cuando el helicóptero viró hacia la derecha y algunas aves alzaron el vuelo asustadas. El viento entraba a raudales por las puertas abiertas del aparato y una vez que este se enderezó por completo, comenzó a descender lentamente.

—Hemos llegado. –informó el primer hombre.

Todos salieron y cuando el recién llegado lo hizo vislumbró un enorme claro expandirse alrededor de ellos, en conjunto con una enorme estructura grisácea con ventanas selladas y una chimenea cuyo humo se elevaba hasta las nubes más altas.

Se aproximó en compañía de los demás, y detalló mejor la construcción.

Unas ornamentadas letras que se plasmaban en un gran letrero cubrían toda la fachada y debajo de ésta se ubicaba una puerta negra de acero que servía de entrada principal.


PROYECTO EXPERIMENTAL:

TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS.


El soldado de la entrada hizo una reverencia y se acercó con su arma a un costado.

—Bienvenida, Armada de los Estados Unidos al Triángulo de las Bermudas. –saludó—. La prisión del Proyecto Experimental, les espera.

Y tras esto, se hizo a un lado para que los individuos entraran y conocieran a las nuevas víctimas. 

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora