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Salma, hora del receso.

La extraña reacción del profesor Mcfarlland me toma por sorpresa.

Tras su infructuosa salida, que deja una evidente estela de confusión y ensimismamiento, nos hace pensar realmente…, bueno, <<nos hace pensar>> es rayar en lo exagerado porque hay que estar claros que nadie: salvo yo, le parece sumamente raro aquella actitud por parte del profesor de historia.

Paul se gira en su asiento y me mira con una sonrisa burlona dibujada en su angelical rostro.

— ¿Y este qué? –pregunta sin evitar el sarcasmo. 

Niego con la cabeza. Ni yo misma puedo explicar del todo aquello.

Él sigue hablando ante mi inconfundible silencio.
—Escuché que tiene problemas en casa pero…

—Paul, ya basta. –le interrumpo poniendo los ojos en blanco—. No es nuestro problema lo que le pase al profesor Mcfarlland.

Mi mejor amigo me lee el pensamiento como frecuentemente ocurre y acto seguido se encoge de hombros para tomar sus pertenencias. Lo imito y para ese instante ya todos han salido del salón. El grupo de las fresas comandado por Anabelle y Camille salen con sus aires de grandeza y más atrás las “súbditas” que le pisan los pasos como meras mascotas.

Resoplo.

Y salgo con Paul al pasillo.

—Deberíamos comer algo. –sugiere él, con aire misterioso.

Asiento, sin hablar. Estoy un poco agotada, la verdad, no pude conciliar el sueño por los inconmensurables pensamientos asociados a la fiesta de cumpleaños de Anabelle. Que por cierto, ni quiero recordarle a Paul sobre el estúpido tema. Pasar por alto aquello será lo mejor, después de todo. Lo que menos quiero es asistir y compartir con ese “eminente grupo”.

Rio con la mano sosteniendo la mochila en mi hombro derecho. Paul me observa detenidamente.

Chasquea la lengua.

—Sé lo que estás pensando, mi amor. –emite un grito de emoción—. Y por supuesto, que vamos a ir. –finaliza tajante entrando a la cafetería.

En el momento exacto que intento responder se materializa en mi campo visual inmensos globos de todos los colores colocados de forma majestuosa sobre el techo y los pilares de tola la estancia. Las mesas, otra cosa estrambótica, se alinean hasta formar una larga fila con regalos, bebidas, pasteles y otras parafernalias de mal gusto, en mi humilde opinión.

Anabelle sonríe de alegría o despotismo, tal vez. Mientras que Camille aplaude con esmero rodeados de Marcus y Dan quienes llevan puestas la vestimenta de entrenamiento.

Si hubiera una palabra para representar aquella escena: ridícula.

Por otro lado, Paul mira con excitación el grupo y sin pensarlo se acerca a ellos como si nada. Es valiente, la verdad, o idiota para confluir con personas que solamente sirven para restar sus fortalezas.

Lo sigo como siempre y sé automáticamente que es un completo error.

—Feliz cumpleaños, querida. –dice y abraza a Anabelle.

Camille salta sobre sus zapatos deportivos y abraza también a Paul cuando este se separa de Annie. Mi amigo le arregla el cabello y le da uno retoques como si tuviera en mano una varita mágica.

Entonces, como algo que es muy desagradable de ver, Marcus llega y lo empuja. 

—Señores, el marica ha llegado. –grita y todos a su alrededor se burlan.

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora