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Ariadna.

El miedo nos arrulla con rapidez.

El enorme y herrumbroso casco del barco está inerte en la orilla como un coloso cuyos mejores años pasaron ya a la historia. Algunas partes de la cubierta y de la proa están derruidas y muestran el interior como un esqueleto fantasmal. Es enorme y solo eso podría significar grandes cosas: recursos.

Jared se ha metido en el agua y golpea con la lanza parte del acero que compone la estructura. Ante tal acción, algunas secciones caen al agua y otras, donde la pintura está descascarillada me hace pensar que tuvo que ser una embarcación de gran prestigio en su momento.

—Es demasiado grande. –comenta, sin siquiera mirarme.

Me acerco y le pongo una mano en su hombro. Él voltea y noto como su mirada está un poco pérdida y ensombrecida.

— ¿Qué te sucede? –le pregunto y él baja la cabeza con pesar.

En los pocos días que llevo conviviendo con él jamás lo había visto así. Esta versión del Jared fuerte y valiente me pone los pelos de punta.

—Tengo miedo, Ariadna. –responde y alza la mirada—. Tengo un mal presentimiento.

— ¿A qué te refieres?

Jared me mira con aprensión y comprendo que sí tiene mucho miedo por la forma en que el brillo de sus ojos se ha opacado.

—Mmm, no lo sé. Es como si ya he vivido esto... –se calla por un momento y se adentra un poco más en el agua—. Es como si estoy reviviendo una situación existente en mi memoria.

—No digas tonterías, vale. Solo estás asustado y no debes preocuparte, yo también lo estoy.

Me acerco y le rodeo con mis brazos para que se sienta un poco más seguro. Su barba me toca el rostro y me hace cosquillas con el contacto.

—Perdón. –masculla y se aleja un poco.

—Luego te la cortaré un poco. –comento y el asiente en silencio.

Nuestras miradas están fijas en el estribor. En este costado, un enorme agujero se expande de forma sombría lo que muestra gran parte del interior del buque. Algunas mesas están volteadas y unos pequeños cangrejos suben en silencio por la explanada en forma de escalinata que lleva a la cubierta de la embarcación.

—Tenemos que revisar. –decimos al unísono.

Así que con lanza en mano, decidimos entrar por el enorme y tétrico agujero.



Salma.

Absolutamente ninguno de nosotros está preparado mentalmente para todo lo que pasa aquí. Lo digo por la forma en que mantenemos la distancia unos con otros, y la forma en qué no expresamos las palabras ante lo que es evidente: el temor.

Cuando me acerco al enorme buque observo como Jared y Ariadna, están entrando por un agujero y de una forma a otra entiendo que sin esa osadía de su parte no estaría realmente segura en esta misteriosa isla. Los regulares chapoteos en el agua me permiten ver el momento en que Anabelle, Camille y Dan, se unen a mi posición para observar todo de una mejor perspectiva.

—El Sealigth... —observa Dan, una vez que ha llegado a mi lado.

— ¿Dónde están los otros? –interroga Anabelle.

—Están dentro. Fueron a investigar. –les respondo y noto como mi voz se ha convertido en apenas un extraño sonido.

Dan también se mete en el agua y comienza a mirar alrededor.

—Deberíamos ir o mejor...

—Mejor esperemos. –interrumpo sin apenas moverme —. Podría ser muy peligroso.

Camille se ha sentado en la arena y está comiendo con ímpetu un fruto de color ámbar. Parece estar fastidiada por esto y no puedo más que lamentarme para mis adentros del porqué no ha sido ella la que ha desaparecido en cuestión... y no mi amigo Paul.

—Dan, mira allá. –señala Anabelle a lo más alto del bosque—. ¿Puedes verlos? ¿Esas montañas?

Cuando miro en conjunto con Dan y una curiosa Camille, puedo ver como más allá de la fortaleza boscosa aparecen unas ligeras planicies en forma de montaña cuyos bordes y riscos finalizan en altos acantilados. Las numerosas pendientes se alzan una encima de la otra lo que sobresale, muy por encima, de las copas de los árboles.

—Parece un buen lugar para observar mejor. –comprueba Dan.

—Es cierto. –comento—. Pero deberíamos esperar a los demás y planear una nueva...

— ¡Miren!

El grito de Camille me deja a medias cuando observo como una ligera cortina de humo sale por el enorme agujero de la embarcación. La grisácea estela se alza por la cubierta y el aire se solidifica dando paso a un intenso olor.

Todos nos miramos sin apenas emitir palabra. Entonces, Dan se acerca a la abertura y comprueba que pequeñas lenguas de fuego abrasan las oxidadas paredes del buque a toda velocidad.

— ¡Deprisa! ¡Debemos ayudarlos!

Y se introduce, con Camille, Anabelle y yo pisándole los talones. 

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora