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Dan.

Camille está de pie ante nosotros con el ceño fruncido.

No tengo idea alguna de cuanto tiempo ha transcurrido pero supongo que deben de haber pasado varios minutos que se me han hecho, admito, más rápido de lo normal. Por su parte, Anabelle comienza a ponerse mi franela con rapidez y por el tono que está empleando al hablar a su amiga, reconozco que se aproxima una discusión.

—Me encanta que lo veas con tus propios ojos—responde—. Así entiendes de una puta vez que Dan no quiere nada contigo.

Camille me observa y levanta una ceja, escéptica.

—Entonces, ¿es cierto, Dan? –

No respondo.

Al igual que Anabelle me he puesto de pie y estoy entre ambas evitando así que se toquen pero, el fuego que emana de ellas es palpable y casi sofocante.

—Responde. –exige Camille.

—Pero, ¿Cuál es tu problema? ¿Qué te molesta, dímelo?

— ¡Esto no tiene nada que ver contigo, Annie! –contesta Camille acercándose a mí.

— ¡No me llames así!

Anabelle está roja de furia. Su mano tiembla y estoy seguro que va a golpearla.

—Dímelo... —insiste Camille a pocos centímetros—. Quiero escucharlo.

Mi corazón late desbocado. El sudor ha amainado de forma considerable y siento que vuelvo a tener las fuerzas de mi cuerpo pero esto... esto es distinto de poder controlar.

— ¿Lo ves? –interroga Camille con tono arisco y tras lanzar una mirada furtiva a Annie.

Ella nos mira con detenimiento y yo estoy mudo del todo. Sin embargo, no creo que haga falta decir mucho cuando todo es realmente evidente aquí. Así que inhalo y me aproximo a Anabelle. Le paso mi brazo derecho por su cuello y la atraigo hacia mí.

—Es un hecho. Y no quiero discutir sobre esto. –dictamino.

Camille sale corriendo entre lágrimas por la arena y se aleja por donde ha llegado. Debo admitir que siento un poco de lástima por ella pero la verdad todo lo que ha hecho y lo que ha logrado no es más que el resultado de sus propias acciones. Anabelle me mira y se acerca a mi pecho.

—Gracias. –dice y nuestras miradas se fijan en las olas que golpean la blanquecina arena.

Y la sensación de estar realmente flotando me carcome el alma. Quiero abrazarla más y pasar todo el rato con ella. Por un momento, no quiero cambiar nada de lo que está sucediendo en la isla.

—Vamos... –le digo.

Ella me observa.

— ¿Cómo? –pregunto en un hilo de voz.

Con agilidad me separo de ella y le hago un ademán con mi mano mientras corro en dirección al mar.

— ¡Acércate! –le grito y ella se despoja de mi franela con cierta inseguridad.

Le sonrío y la persigo en el punto que las olas chocan. Ella me esquiva pero soy más rápido y más ágil por lo que la cojo por los brazos y la alzo entre mi regazo.

— ¡No! ¡No! –balbucea un poco nerviosa cuando nos introducimos en el agua.

Comprendo que tiene miedo y de inmediato sé que debo ser muy cauteloso con lo que pretendo hacer.

— ¡Dan, cuidado! –dice y se sujeta con fuerza a mi cuello.

—Tranquila, no te lastimaré. Somos como una sola persona. Ahora somos sólo tú y yo, ¿vale?

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora