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Puerto Rico.

Cinco millas al Noroeste.

9:24 P.M.


Cansado de la monotonía del buque, Kriss Hoffman, decidió por cuarta vez salir al exterior a fumarse un puro, a como dé lugar. Odiaba aquel apestoso navío cubierto de aceite, sangre y sudor pero, al final de cuentas sino odiabas el sitio de trabajo era porque estabas justamente en el equivocado, ¿no?

Le habían dicho que las ganancias por esas aventuras valdrían la pena y sí que lo comprobó la segunda vez que en su cuenta aparecieron aquellos numerosos dígitos exorbitantes.

¡Jamás había ganado tan bien!

Su mujer le había obligado a continuar y le recordaba que esos largos y tediosos viajes tenían una buena recompensa al final. Estaban reuniendo para comprarse una nueva casa y además su esposa Penny tenía un retraso por lo que según vaticinios de su madre, un tercer bebé vendría en camino. Lo cierto es que aquella noche, Kriss era un manojo de nervios por lo que tomó la decisión de salir y fumarse un costoso cigarrillo que siempre guardaban en la alacena del enorme buque de caza.

La nicotina entró en sus pulmones y le embargó una sensación de calma mientras retenía el humo. El viento soplaba con fuerza y el buque seguía moviéndose. Faltaban dos horas para llegar al cardumen del océano Atlántico, el más abundante y sofisticado, según datos del día anterior. El radar se movía en lo alto y los demás tripulantes aguardaban en silencio en sus lugares. Las próximas horas serían las más difíciles. El estrés, el peso, la fuerza y el cansancio, era un lujo que podía esperar hasta que fuera la hora pertinente.

Volvió a inhalar y expulsó el aire.

Un vaho salió de su boca. El frío era atroz.

De pronto, un grito se alzó en la noche. Al principio, Kriss había pensado que había sido producto de su imaginación. Los rumores de sirenas y monstruos marinos siempre eran el epicentro de las conversaciones de una noche tranquila y hostil. Sus compañeros a veces agregaban de más a esas historias que ya no había forma de creer si eran ciertas o no.

<<No pienses en estupideces>>, caviló mientras lanzaba el cigarrillo al mar.

En el momento que intentó expulsar el humo, escuchó por segunda vez el grito. Esta vez no había forma de fingir.

Era real.

— ¡Aquí! ¡Aquí!

Kriss cogió con sus manos el metal del borde del buque y se inclinó. El movimiento del agua era denso y oscuro. Fijó su mirada en busca de aquel grito.

Y entonces, lo vio.

Una figura en la superficie, agitaba una mano en el aire con mucha dificultad. El temblor de sus dedos era visible a pesar del escaso resplandor de la luna. La cabeza del hombre sobresalía del agua como un manojo de harapos.

Kriss dio un traspié y sacó el silbato de su franela.

Sopló y el tenue sonido se elevó en la noche. Al segundo soplido un grupo de personas aparecieron en el casco del buque.

— ¿Qué sucede?

— ¿Avistamiento?

— ¿Quién ha caído?

Kriss no respondió porque su mirada seguía fija en el individuo. Le habían enseñado esa técnica con mucha precisión: jamás dejar de ver el objetivo en el agua. El mar podría ser traicionero y peligroso. Sin embargo, en la vida había cosas mucho peores.

Si el mar era peligroso y traicionero, el ser humano lo era aún más. 

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora