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Salma Cut.
Diciembre, 2015.

La noche en la que me enteré que mis padres habían mentido sobre mi verdadero origen, tenía apenas diez años de edad.

Ese día la lluvia caía incesante por toda la ciudad y los medios de comunicación, cuyos pronósticos muy rara vez fallaban, vaticinaban que la tormenta eléctrica se alargaría por unos cuántos días por lo que el frío era intolerable y se extendía como un manto invisible por toda mi habitación; así que decidida y un tanto resignada, bajé hacia la alacena del piso inferior, dónde mamá guardaba innumerables cobijas y otras prendas de gran importancia para ella.

Eran las once de la noche cuando cayó el primer relámpago.

El ruido hizo crujir toda la casa ante su implacable furia y pude escuchar mientras descendía por los peldaños de la escalera, como mi madre emitía un leve alarido.

Casi inmediatamente la luz se apagó y todo quedó a oscuras. Entonces, fue allí, en ese preciso momento cuando sentí mucho miedo y titubeé ante el hecho de seguir bajando o volver rápidamente a mi habitación.

Apenas tenía diez años, y habían muchas cosas que me producían un terror inminente: la oscuridad era una de ellas.
Haciendo acopio de todas mis fuerzas y sin provocar ningún ruido posible abrí la alacena que estaba al inicio de la balaustrada. Las voces de una tenue conversación que sostenían mis padres llegaron a mis oídos.

—Yo lo que creo es que ya es hora de decir la verdad. —murmuró mi madre con tono grave.

Sentí un chasquido de lengua y supe, sin duda alguna, que había sido papá el que lo había emitido. Lentamente y con mucha cautela me volví de espaldas a la pared que daba a la sala principal y me oculté entre las sombras mientras agudizaba mis sentidos.

La voz de mi padre fue tomando una forma más clara y concisas.

—No lo veo tan necesario decirlo, Helen. —respondió él—. Salma es una niña y no es justo para ella decirle algo de esa magnitud. Es...

Hubo una pausa.

"—Muy pronto... ¿me explico? —finalizó.

De pronto, un sollozo se empezó a elevar por toda la estancia. Era evidente que mamá lloraba.

El sigilo que en aquel momento tuve que ejercer me ayudó gracias a la edad de aquellos años, por lo que en silencio me asomé por el borde de la pared y pude constatar aún entre tantas tiniebla como mi padre abrazaba a mi madre que lloraba de una forma irremediable.

Una forma que jamás he vuelto a ver en ella desde esa vez.

—Tranquila, todo estará bien.

Ella asintió.

Mi padre le enjugó las lágrimas con su mano. Ella levantó la cabeza con extremo pesar. Las imágenes eran un poco difusas por la densa bruma pero, el momento era tan íntimo que no había cabida a la duda.

—Tengo miedo. —masculló ella.

—No lo tengas, juntos podemos enfrentar todo esto.

Ella negó con la cabeza.

—No lo entiendes, Víctor. Sabes muy bien a lo que me refiero. Sabes que las mentiras no durarán mucho tiempo y cuando se sepa toda la verdad, tendremos el mundo de cabezas.

Ahora era mi padre quién asentía y desviaba la mirada hacia la dirección dónde yo permanecía agazapada. Me moví rápidamente en mi escondrijo. Sin embargo, cuando las últimas palabras fueron dichas por él supe que aquel día de tormenta y oscuridad, no iba a ser el único que me acompañaría el resto de mis días.

La última travesía (En edición) Pronto En FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora