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Podía hacer una lista de todas las que le Leandro le estaba debiendo.

—Gracias por salvarme del viejo ogro

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—Gracias por salvarme del viejo ogro. — agradeció Leandro con una sonrisa en su rostro ante la brisa que golpeaba delicadamente.

Cuando Paredes escapó por la ventana, sabía que no podía regresar a la escuela, por eso enviándole un mensaje al cordobés, les pidió verse para convivir juntos como una muestra de gratitud (con sentimientos escondidos, a su vez).
Sin duda, Paulo se sentía emocionado, no sabía si era demasiado obediente con respecto a sus clases, pero nunca se había escapado de estás. Aunque hacerlo con el bostero, era algo que preferiría siempre. Por eso mismo terminaron con una cómoda caminata por el parque del centro, dónde habían desde puestos, hasta locales, y simplemente verde.

—No hay porqué. — dijo sin más. —Sinceramente después de lo que hiciste, mi subconsciente me gritaba que no te dejara ir. Literalmente, era como el fan loco de Wanda en el programa de Tinelli. — bromeó el de ojos aqua por fin viéndolo.

—Estoy halagado, joyita. — respondió sonriente, tomando el impulso por fin de rodear con su brazo, los hombros ajenos. —Pero todavía no sé cómo hiciste para distraerlo, pensé que me iba a descubrir.

—Ah...— murmuró, buscando una excusa lo suficientemente creíble como para olvidar esa situación. —...Lo deslumbre con mi intelecto, obviamente.

—Apa, seguro que sí. — y Leandro sintió como si volara cuando el mayor reposo la cabeza en el propio hombro. —¿Cuál es tu excusa, Paulo?

—¿Para qué?— preguntó intrigado ante el cambio de tema.

—Para actuar así, cómo actuamos.

—Mi amor por vos. — respondió al instante, sin dudarlo, pero con la mirada puesta en el más alto. —No sé cómo hiciste, Leandro. Me tenés enamorado, y aunque para vos fuera una joda, no tengo miedo de decírtelo.

Paredes abrió los ojos sorprendido por la cruda confesión, pero también, era por su miedo de que Dybala realmente haya descubierto lo de la apuesta, y algo en su corazón se oprimió ante la sola idea de perderlo.
Por ello, acunó el rostro ajeno entre sus manos mientras negaba casi al instante aquella deducción, queriendo que, cómo sea, él supiera que no era real.

—No, no, no, mi amor. ¿Qué decís?— susurró sintiendo como las manos contrarias se aferraban a su chamarra. —Yo te amo, y aunque nunca te lo haya dicho, lo hice desde el primer momento en el que nos encontramos.

—Me acuerdo cuando fue el primer día de clases y vos ya dabas la nota con Rodri. — recordó con una sonrisa mientras cerraba sus ojos ante el cálido toque en su rostro. —Yo estaba en segundo año, pero como tenía clases en el segundo piso, ví cuando hicieron todo ese lío.

—Y yo te vi a vos, entre todos los demás. — confesó Leandro, enternecido por la vista.

—Dale, Lean. — pidió el más bajo casi en un ruego. —Dame un beso.

Paredes quería negarse, ansiaba decirle que esperara el momento correcto, y que no surja por una calentura.

Pero está vez cedió.

El silencio fue su respuesta, y la sensación de sus alientos chocando, fue un aviso de lo que vendría. Por eso, en medio del verde, en un día de invierno, unieron sus labios con una delicadeza desconocida de ellos, deseando que el sabor ajeno quedara impregnado por siempre en la memoria.

—Yo quería esperar un buen momento. — informó el más alto en medio de la corta lejanía, únicamente para sonreírle. —Pero me lo haces imposible.

—Mentira, ni siquiera sabes dónde estás parado. — se burló Paulo robándole un beso más corto, pero con una sensación de cariño que sería difícil de quitar.

—¿Ah no? Yo si sé, y estoy parado justo a un metro de ese Paintball. — señaló con la mirada aquel lugar que, en efecto, se veía tentador para los adolescentes.

Y realmente no bastaron más que simples miradas para ponerse de acuerdo e ir al lugar.

Podría ser una buena cita, para empezar.

No, en efecto lo era

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No, en efecto lo era.
¡Mucho más si él perdía!

No entendía cómo Dybala lograba esconderse bien en esos espacios, y lo peor, su buena puntería.
Pero claro, Paredes tampoco iba a quedarse atrás, y sabiendo que su carisma era un gran punto a favor, nunca estaba de más tirar un comentario para distraerlo.

—Alta burrita, joyita. El blanco te va. — comentó por lo alto, sabiendo que el mayor se encontraba cerca.

—¡Cállate, desubicado!— se rió el más bajo, logrando descubrir dónde se escondía.

—¡Tomá!— gritó apenas le lanzó el globo en la cabeza. Pero él no era rencoroso, obviamente.

—¡Auch!

Pero al oír el quejido, rápidamente se acercó al mayor preocupado de haberle hecho algo enserio. Aunque solo fue una pequeña actuación del más bajo para poder devolverle el golpe y llenar de pintura violeta su hombro.
Entre risas de ambos, pero más del cordobés, este mismo empezó a correr hacia la dirección contraria en la que su rival se hallaba para que no lo atrapara.

No sirvió de mucho, claro esta, pues cuando bajaba la velocidad al creer que lo había perdido de vista, Leandro salió de atrás de un cajón y abrazo a Paulo por la cintura, provocando que ambos cayeran sobre la paja que era usada allí.

—Bueno, si no te desarrollas tan bien en fútbol, te convendría el rugby. — bromeó el de ojos aqua debajo del menor, quien nunca soltó el agarre en él.

—Puede ser, a vos también se te da el atletismo, ¿Sabés?— le siguió el juego soltando un par de risas al final, hasta que un silencio se formó en ellos, donde solo se contemplaban entre sí.

Bueno, al menos, hasta que el bostero decidió dar el paso está vez, y unió sus labios una vez más con gran ternura.
Leandro fue correspondido al instante, con una mano posada delicadamente en su mejilla, y cuando Dybala cerró sus ojos, ambos profundizaron aquella acción para demostrar la devoción por el ajeno.

—Che...Tenés algo acá, Lean. — susurró Paulo separándose ligeramente del nombrado, y este, se sentó en su lugar tocando la zona que el más bajo mencionado.

—¿Qué cosa?

—¡Esto!—  respondió con una sonrisa burlesca, y tomando un globo lleno de pintura de su bolso, lo explotó contra su cabeza.

—¡Exequiel! ¡Vení para acá!

POLOS OPUESTOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora