Capítulo 4

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Valeria

Tamy conducía fatal y al final decidí hacerme cargo yo del monstruoso coche. Teníamos seis horas hasta llegar a nuestro destino, pero primero había que pasar por Skaidi, un pueblo que contaba con tienda para abastecernos de provisiones. El dueño de la cabaña nos había dicho que allí teníamos lo mas esencial, agua, papel de cocina, del baño, especias, pescado seco etc...

Pero íbamos a pasar allí diez días, necesitábamos comprar mucho ya que el pueblo quedaba a una media hora de la cabaña sin nieve, con nieve seguro que demoraba más tiempo aun.

El camino hasta Skadi se me hizo eterno, estaba agarrotada de conducir y me dolían los ojos de tanta nieve. Había muy pocas horas de luz, de hecho el día duraba media hora por lo que la mayor parte del trayecto lo pasamos con nuestros faros iluminando la carretera, con la nieve devolviéndonos el reflejo y las auroras boreales haciendo esos bailes tan bonitos en el cielo.

Cuando digo que íbamos solas en la carretera es literal, en mas de cinco horas de viaje nos habíamos cruzado con dos coches como mucho. Yo empezaba a impacientarme y a ponerme nerviosa, no veía fin a ese mar de nieve.

Por fin llegamos a Skadi y lo primero que vimos fue la gasolinera donde llenamos bien el deposito del coche y la tienda donde compramos de todo. Era todo muy caro, pero a la mierda, éramos herederas multimillonarias. Compramos patatas, carne, pescado, pasta, arroz y muchas mas cosas, aunque la verdura que vendían era congelada también nos hicimos con ella.

Mientras estábamos pagando llegaron dos chicos a la tienda. También tenían pinta de ser turistas. Me sorprendió muchísimo cuando los escuché hablar en coreano entre ellos. Eran altos, pero no podía ver mucho mas porque al igual que nosotras iban forrados de ropa. Ahora teníamos mínimo media hora de camino hasta la casa.

El camino hasta que llegamos ya no se hizo tan pesado.

- Es aquella – dijo Tamy mientras nos adentrábamos por un camino que aunque estaba despejado de nieve, el coche patinaba un poco.

- Si, es esa – por fin habíamos llegado. La cabaña era preciosa, madera blanca y techo oscuro aunque no se veía de la capa de nieve que tenia. Era muy grande y lujosa, contaba con jacuzzi, sauna, gimnasio, salon de juegos, rincones de lectura y una terraza elevada que daba al mar. Contábamos también con dos motos de nieve. Era un sueño.

Entramos con el código que nos había dado el anfitrión y antes de hacer nada nos quitamos toda la ropa de abrigo y le dimos caña a la estufa de leña que estaba en medio del enorme salón. La planta baja era toda diáfana, cocina, salón con enorme televisión, sala de juegos con un billar y unos dardos. Todo estaba decorado en estilo muy nórdico con tonos blancos y madera. Había un baño completo abajo y otro baño completo arriba y tres dormitorios, uno con dos camas y los otros dos con camas de matrimonio. Nos quedaba grande el sitio, pero la verdad es que nos era indiferente.

Estábamos terminando de reponer la nevera con lo que habíamos comprado cuando alguien marcó el código en la puerta y ambas nos congelamos asustadas.

¿Era posible que no hubiéramos pensado en lo peligroso que era dos chicas jóvenes solas perdidas en el culo del mundo? Pues si, era posible, ninguna de nosotras había pensado en lo peligroso que podía ser y allí estábamos, como dos conejos frente a un coche sin poder movernos. Lo único que se me ocurrió fue coger una botella de vino como arma... muy rudimentario por mi parte.

Dos chicos entraron en la casa con la misma cara de sorpresa que teníamos nosotras. Eran los chavales del supermercado.

- ¿Qué demonios hacéis aquí? – preguntó mi amiga en ingles. Tamy no sabia coreano por lo que era mejor seguir en esa lengua pese a que yo sabia que eran coreanos.

- Esta es nuestra casa de vacaciones – dijo uno de ellos enfadado. Llevaba un abrigo negro hasta las rodillas y tenia una cicatriz en la ceja, posiblemente se la hubiera partido cuando era pequeño.

- De eso nada – rebatió Tamy acercándose – esta es nuestra casa de vacaciones.

- Son las chicas que hemos visto en la tienda – le dijo el otro chico en coreano, todavía pese al calor que había dentro no se habia quitado ni el gorro ni la bufanda que le tapaba media cara. Ambos soltaron las bolsas de compra que traían.

- Tae, me da lo mismo quienes sean, están en nuestra casa – le respondió él también en el mismo idioma, era genial que no supieran que yo también lo hablaba.

- ¿Entiendes algo? – me preguntó Tamy en castellano.

- Si, pero mejor que no lo sepan – contesté. Vi el brillo de la picardía en sus ojos marrones.

- Mira – le dijo el chico en ingles acercándose a ella y enseñándole el móvil. Tamy agrandó los ojos y sacó su teléfono, buscó lo que imaginé que era nuestro justificante del alquiler y se lo mostró al chico que también se sorprendió.

- Nos la han liado, nos han alquilado a los dos la misma casa – dijo Tamy encabronadisima – ese idiota me va a oír.

- Estoy de acuerdo llamémosle – corroboró el chico. Tamy marcó al anfitrión y puso el manos libres.

Se desató la tercera guerra mundial, mi amiga era buena para maldecir en ingles o en español, le era indiferente, se atrevía con todo tipo de barbaridades. El caso es que el anfitrión decía haber cometido un error y nos ofrecía a uno de los dos marcharnos y devolvernos el dinero, pero ni ellos ni nosotras nos queríamos marchar. La segunda opción era compartir la cabaña y que nos devolviera la mitad a cada uno. No queríamos aceptar ninguna, pero era imposible encontrar otra cabaña igual por los alrededores.

- ¿Qué demonios hacemos? – me dijo Tamy mientras el chico de la cicatriz hablaba con el otro.

- A mi me da lo mismo, la verdad que puede ser divertido – le dije encogiéndome de hombros.

- Solo tú puedes verle el lado bueno a esto – me regañó – bueno... en general le ves siempre el lado bueno a todo por eso te quiero tanto, eres una ingenua.

- Yo también te quiero – respondí y como una mujer madura de veinticuatro años le saque la lengua.

- ¿Qué están diciendo? – me preguntó. No podía escucharles, estaban hablando en coreano, pero lo suficientemente bajito como para que no les pudiera escuchar.

- Ni idea.

Bajo la AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora