Dada de Baja

168 20 1
                                    

                   Diario

Misterio... miro sus ojos y siento el peligro envolviéndolo como en una burbuja. Parece ser capaz de leerme, de ver a través de mí, de beber mis debilidades. Me siento vulnerable. Dos sentimientos pugnan en mi interior. Nunca he sentido la necesidad de autocontrol, como ahora

A.C.

La salida para la tarde anterior se vio interrumpida, cuando Leivic y Kelyn tuvieron que quedarse a hacer obligaciones con sus padres. Mientras, aproveché a dar orden en mi habitación y desempolvar mi guitarra que yacía olvidada al final de mi closet.  

Raúl como de costumbre, pasó por mí. Así que Alberto pudo irse un poco más tarde ese día, siempre llegaba primero, porque debía llevarme al liceo.

Para mis quince años, como me opuse a una fastuosa fiesta, con chambelán y un pastel rosa de cinco pisos, me dieron de regalo un viaje a España, lo disfruté mucho más de lo que imaginaba. Fuimos a Toledo, provincia autónoma de Castilla- La Mancha. Cuando la colina se ilumina al llegar el primer rastro crepuscular, parece aquellas ciudades que ves en los cuentos de hadas. Conocida como la Ciudad Imperial y Ciudad de las tres culturas, al principio no lo entendía, pero luego quedé estupefacta y gratamente satisfecha al  conocer su historia. Quedé con unas ganas inmensas de volver.

Cuando cumplí los dieciséis, Alberto convenció a mi madre y su obstinada razón de regalarme un auto, para que aprendiera a conducir y así no usara taxi o autobús, fue una tortura china aprender a conducirlo, porque me enredaba entre los cambios de velocidad, el embrague, el freno y el acelerador y los ataques de risa no eran de mucha ayuda. Raúl debió de armarse de paciencia, para no perder los estribos conmigo.

Sólo porque soy tu amigo y te quiero. ¡Loca! —Decía cada vez que podía perder la calma.

Aprendí más por obligación, que por gusto. Hasta que dejé de hacerlo, excusándome cada vez que podía. Tenía ya seis meses sin conducir, mi madre me apoyó sobre todo después de que Raúl, «mi juicioso amigo», se estrellara contra otro auto en una competencia de carreras clandestinas, ese es un secreto que hemos tenido que guardar, para evitar que lincharan a mi amigo, sus padres.

Salí al portón de la casa—. ¡Hello, Beautiful! —Raúl permanecía recostado de la puerta del acompañante del auto, le sonreí y él abrió la puerta para que subiera.

—Te dije que estaría justo a tiempo —dijo esta vez con picardía dándome un beso en la mejilla en medio de un abrazo.

—¡Ah! En verdad, te morías porque ya de una, supiéramos que te habían levantado el castigo y devuelto el carro —le dije lo que realmente quería dar a entender, entre risas y burlas.

—Ni me recuerdes, ¿Sabes lo que son seis meses sin conducir mi auto? ––Dijo mirando al techo con cara de sufrimiento.

—No sé cómo pueden darte el auto de nuevo, después del choque —le mencioné recordando el ¿Por qué? De su castigo—. Como puede ser que no hayas mirado ese poste ––me burlé de él.

—Alessa... —lo miré con una inocente—, en verdad, lo disfrutas. Recordarme que casi nos matamos en esa hazaña y sentirme culpable por eso.

Lo supe, realmente había remordimiento en sus palabras.

—Lo siento. Supongo que yo no fui la mata de la cordura en ese momento —repuse.

—Lo único que lamento es que hayas salido lastimada por eso.

—Mmmm... tampoco fue tan grave, no se ve la cicatriz —dije tocando la pequeña cicatriz en mi cabeza, realmente el cabello ayudaba mucho a que esta no se viera.

Hijos del Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora