XVII.- Un Almuerzo

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Llegué al liceo, con tiempo de sobras para esperar a Raúl. No quería recordar ningún momento del día anterior. Tardé unos cino minutos en bajar del auto, le eché la culpa y con toda intención a Lima, mi mente estaba tan sugestionada, que acabé teniendo sueños disparatados, en las que me hallaba en un tétrico cementerio antañón, rodeada de tumbas y mausoleos ostentosos, criptas con pasadizos secretos, en las que se hallaban tres tumbas, ninguna vieja o raída por el tiempo, todas rodeadas de velas y velones para iluminar el sepulcro de quienes en ellas descansaban.

Al principio cuando descendía por las escaleras de caracol, sentí que debía irme de allí, pero la curiosidad me pudo más que la razón y a la vez el saber que solo era un sueño, no me produjo tales temores. El aire frío, se filtró a mis pulmones y erizó toda mi piel, no había olor a fetidez, sino a jazmín y un lirio, reposaba sobre uno de los ataúdes. Los tres féretros, estaban colocados formando un triángulo y en medio de ellos un circulo de piedra, parecido a una fuente que contenía agua en la cual, velas y lirios flotaban. Labrado en las paredes un escudo con un ramo de espigas de trigo, un cáliz y una espada.

Negué con la cabeza, al parecer mi cerebro estaba colocando cosas sin sentido. Recorrí el labrado en una de las piedras, aún sabiendo que era un sueño, podía sentir vívidamente la yema de mi dedo índice, recorriendo toda la figura. Incluso, pude sentir, como el borde de la espada tallada en piedra, rasguñó la piel de mi dedo y vi el rojo escarlata teñirlo, lo llevé a mi boca para detener el flujo de sangre, pero una gota en el tallado, recorrió la espada, dejando ver un labrado en palabras que no pudo reconore, cada letra se cubrió de mi sangre y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y un repentino nudo ascendió desde mi estómago hasta mi garganta, terminé sintiendo que me asfixiaba, me estaba ahogando, caí con una mano apoyada en el suelo y la otra en mi cuello, buscando aire, aire que me faltaba, solo para toser y descubrir que lo que salía de mi boca, era sangre. Sangre... me asusté tanto que terminé despertando como si realmente me estuviera ahogando con mi propia sangre.

Recordar ese sueño, tampoco me estaba ayudando en ese entonces. Salí del auto y me demoré cerrando la puerta porque cargaba con algunos libros que debía llevar para la clase de Biología ese día.

––¡Buenos días, Alessandra! ––Marco, me tomó por sorpresa.

––¡Hola! ––lo miré aturdida. Cuando me giré para verlo.

––Solo quería saludarte ––dijo aclarándose la garganta antes de hablar nuevamente––. También, quería invitarte a almorzar con nosotros ––me miró esperando una respuesta, pero yo solo podía ver a sus dos hermanos, parados a pocos metros de mí, mirándonos.

––¿Almorzar? ––pregunté dubitativa, rascándome la frente.

––Si, en el comedor ––él sonreía.

Negué con la cabeza. ––No sé, si sea una buena compañía, hoy.

––¡Claro que sí! Tú siempre eres buena compañía.

––¡Huh! No me acercaré a tu mesa ––él abrió los ojos con una sonrisa sardónica.

––Le puedo decir a Sebastian, que lo haga ––soltó él de repente.

—¿Qué haga qué? —inquirí a la defensiva.

––Decirle que te invite, personalmente. Aunque de igual modo él nos acompañará ––le restó importancia a mi comentario.

––No. Por Dios, no. Yo... es que no creo que sea conveniente. Ni siquiera soy amiga de ustedes ––traté de que entrara en razón.

––Mi hermano, te ha llevado a nuestra casa, más veces de la esperada, ¿y no lo consideras tu amigo? ––Bufó él con seriedad––. Si que eres una chica exigente.

Hijos del Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora