Capítulo II parte II El Chico Nuevo: El llamado

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                                                            El Chico Nuevo: El Llamado 

Mi madre no estaría en casa, llegué y coloqué mi bolso en el sofá de la sala y calenté la cena que había dejado, subí a mi habitación para bañarme mientras todo estaba listo, bajé de nuevo a la cocina y ya Alberto se encontraba colocando la mesa.

—Y... ¿Cómo te fue en la escuela hoy? —Preguntó como de costumbre.

—Umm... bien, normal como siempre —dije con indiferencia.

Mentí descaradamente, pero en ese momento, estaba en una montaña rusa con la llegada de Sebastian. No prmitiría que me aturdiera tanto aún cuando no estaba bajo su hechizo, no iba a invadir mis espacios. Además, eso en qué manera les importaría a mis padres.

Me miró escrutándome, como si supiera que estaba mintiendo, por lo que decidí desviar la atención—. Y... está haciendo mucho calor, mejor subo a mi habitación, dejo mis cuadernos y vuelvo.

Él me miró con una ceja levantada y una mirada que me decía; desde lejos que no me creía nada.

—Huh-hu y yo soy pinocho y no me crece la nariz —argumentó burlista.

—No entiendo porqué lo dices —respondí con fingida inocencia.

—Vamos, mejor cenamos y luego huyes como de costumbre  —me convidó. Sonreí.

Agradecí que no preguntara tanto, eso me permitía evitar seguir diciendo mentiras, «blancas», pero mentiras al fin. Prefería llamarlas así, supongo que por mi madre era la encargada de hurgar en mi vida.

Cenamos y él se fue a la biblioteca, donde permanecía por horas frente al computador o leyendo alguno de los tantos libros que poseía.

Recogí los platos y los fregué; subí a mi habitación para descansar y escuchar un poco de música, pero de manera extraña cada vez que cerraba mis ojos, Sebastian se aparecía con su peculiar forma de mirarme, incluso algo se anidó en mi estómago cuando recordé la manera en que Kelyn se abría con él. Un momento. ¿Estaba Celosa? Definitivamente, no estaba celosa, no tendría porque, ¿o sí?

Me frustré. Por más que me afanaba en no recordarlo, simplemente no podía y la música no estaba ayudando.

Terminé unas investigaciones pendientes, arreglé un poco el desorden de cuarto que tenía, saqué la ropa sucia hasta el lavandero y regresé más agotada. Al menos extenuarme, servía para dejar de sentir el hormigueo recorrer mi sistema nervioso. He de haberme quedado dormida, hasta que las pesadillas volvieron a aparecer, de entre las sombras de la noche, esta vez solo un par de ojos me acechaban desde la oscuridad, pero más que acecharme era como una invitación a seguirle. No tenía miedo, había algo más construyéndose dentro de mí, un absurdo reconocimiento de esos ojos.

Di varios pasos con cautela y, todo cambió. Me vi al lado de una niña que sollozaba y gemía como si un inmenso dolor le embargase, un dolor que sentí como si fuera mío, me agaché para tocarla pero ella profirió un sonido gutural y torturado. Me dolió, e inclusive pude sentir el miedo de la pequeña como una llama ardiente sobre mi piel.

Desperté de sobresalto y con ansiedad miré en mi reloj y eran las 3:30 de la madrugada, no puede ser, no de nuevo. No era, que antes no recordara mis pesadillas, es solo que esta vez, podía recordarlas tan nítidas, y hasta sentirlas, se tatuaban en mi cerebro.

Me levanté con cuidado de no despertar a Alberto; por fortuna mi madre llegaría a las siete de la mañana después de entregar su guardia. Bajé hasta la cocina para tomar un vaso con agua, porque extrañamente mi garganta estaba reseca.

Hijos del Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora