Escapando de su hechizo

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Estás perdida aunque lo niegues, mientras más te niegas a una cosa, más real es...

A.C

Caminaba por una calle desolada en mitad de la noche, como si supiera a donde ir, de repente mi aparente seguridad se tornó duda y miedo, podía sentir como un peso adicional sobre mi espalda, ojos que me miraban con intensidad, era como cuando sabes que alguien te mira, que hay alguien más contigo, sólo que, no puedes verle o se oculta, al acecho como fiera cercándote, estrechando más el espacio entre su presa y él.

Me volteé para ver de quien trataba, pero no lograba ver más que oscuridad, apuré mis pasos, pero la sensación era la misma, oí que alguien llamó por mi nombre y aun así con el temor respiré y volteé nuevamente para enfrentarle, pero ahora era un susurro, al girarme para retomar mi camino, estaban esos ojos extraños como dos focos de una linterna penetrando en toda la oscuridad, me sentí cayendo en picada hacia un abismo.

Me levanté como tantas noches exaltada, sudorosa y con un nudo en la garganta que me impedía respirar y aquella imperiosa necesidad de gritar y no poder hacerlo.

*****

El fin de semana pasó con un riguroso programa alimenticio, que de no ser por mi metabolismo hubiera aumentado kilos considerables y vitaminas hasta las pestañas, el sabor del hierro quedaba adherido a mis papilas gustativas de modo casi insoportable. Agradecí a Dios o al que creó el calendario gregoriano por el día domingo y por primera vez en mi vida me alegraba el saber próximo el día lunes e ir a clases. Por fin sería liberada de la opresión de mi madre, imploraba pisar fuera de la casa.

Al llegar a clases como cada mañana estaban mis amigos esperando en las escaleras de la entrada, Sebastián y sus dos hermanos estaban allí también, pasé por su lado ignorando su presencia, él me miró brevemente pero yo continué hacia donde estaba mi grupo. Aun me sentía extraña cuando lo sabía tan cerca de mí, aun cuando había compartido con él no más de un par de horas. Ese sería un secreto, nadie tiene porque enterarse.

––¡Alessandra! ––dijo Kelyn entusiastamente.

––En mi vida nunca había amado tanto un domingo y anhelado como un desahuciado asistir a clases un lunes ––sonreí.

––No pudo ser tan malo ––Leivic, agregó y sé que se refería a días de descanso sin preocuparse por las tareas y las clases perdidas. Obviamente, no me refería a la misma cosa.

––¿Qué no? Eso es porque no eres hija de, Elizabeth Cid ––murmuré.

––Lo que importa es que estás aquí ––Jason habló con su voz gruesa y profunda, dándome un empujón con su hombro––. De ese modo Raúl dejará de atormentar a las muchachas para que te llamen cada media hora y saber cómo estás... y dejará de ser un troglodita en las prácticas ––él comentó con una sonrisa.

Raúl lo miró ceñudo y con una sonrisa curvando sus labios lentamente. ––Agradece que eres mi amigo, Jay.

––De pana, estaba que pateaba tu culo como una piñata –– respondió Jason, a juego.

––El culo nos los va a patear el equipo contrario de no ganarles ––negué con la cabeza por el soez vocabulario que utilizaban en frente de nosotras. Miré de uno a otro impaciente.

––Quiere decir que me extrañaron ¿O me equivoco? ––comenté entre bromas, para callar al diccionario de calle ambulante que eran mis amigos.

––Pues... deja que te diga, pero se te extrañó bastante, aunque no fue mucho lo que te perdiste ––comentó Leivic, y Raúl por su parte dejó ver su descontento al Leivic realizar el comentario, al principio ni caso hice a lo que dijo.

Hijos del Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora