La fiesta

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Mi diario:

Y dicen que el orden procede del caos... nada volvió a ser lo que era y aquello que parecía un misterio se comenzaba a revelar ante mis ojos

A.C

Me despedí de ellos con la excusa de que debía estar en casa, temprano y alejando cualquier sospecha sobre una posible fiesta sorpresa. Llegué a casa de Jay a tiempo, por primera vez en... mucho tiempo. La madre de Jason recibió a los primeros invitados que llegaron tras de mi, aunque el equipo de baloncesto tardaría un poco más en llegar. No estuve sola, porque Kelyn ya se encontraba allá, arreglada para romper corazones, con su bota ortopédica decorada con esmalte y piedras de colores adheridas a ella y a las muletas.

—Eso si es tener estilo, Kel —le dije al observar los accesorios que adornaban su pierna.

—Si va a estar adherida a mí por casi un mes, pues que lo esté con glamour y estilo —añadió con diversión mientras mostraba su pierna herida.

—Estás loca Sherlock, pero te he extrañado mucho —le aseguré abrazándola.

—¿Cid? —Me alejé de ella escrutando su rostro—. Tienes fiebre —añadió tocando mi frente con el dorso de su mano.

—Tonta.

—¿Tu dando abrazos? Algo está pasando, ¿se va a caer el cielo a pedazos? —Negué con la cabeza, detestaba su fase indagatoria.

—Si una expresa afecto, se extrañan y si no se molestan. ¿Quién entiende a la gente? —Rezongué.

Leivic, prácticamente tuvo que arrastrar a Jason a su propia fiesta, pues él tenía planes de cómo celebrar su cumpleaños de una manera mas privada. En el patio trasero, su banda —que sería una de las sorpresas de la noche para el festejado—, seguía armando todo en el escenario improvisado. La música se detuvo en cuanto Leivic, nos llamó para avisar que estaban a cinco minutos de la llegada, se suponía que todo debía estar tranquilo, pero una cosa era planearlo y otro era accionarlo.

—¡Sorpresa! —Todos gritamos al escuchar la puerta abrirse y cerpentinas de colores junto al papelillo, que resultó ser una mala idea, pues debíamos recogerlo al día siguiente.

—Lo sabía, lo sabía —dijo tapándose la cara con ambas manos y soltando carcajadas.

—No lo sabías, Jay —Leivic lo acusó.

—Claro que sí, bebé. Todos habían estado cuchicheando a mis espaldas. Malditos, fueron muy evidentes —aclaró riéndose—. Y tú, estabas tecleando por ese celular y muy nerviosa.

—Te odio, no vuelvo a sorprenderte nunca más —Mi amiga se quejó torciendo la mirada.

—Ven acá, bebé. Por eso me tienes comiendo de tus manos —Le dijo tomándola en un abrazo y besándola frente a todos.

—¡Que carajos! ¿Esto es una fiesta o el capítulo final de un melodrama venezolano? —Se quejó Raúl a mi lado.

—Cállate tonto, rompes con el momento —le di un codazo en el costado de su abdomen definido.

Kelyn no se perdió de bailar desde que comenzó a sonar la música, ayudada de sus muletas. Nos arrastró a Leivic y a mí al centro de la pista para que según ella «moviéramos el esqueleto», por un momento me dejé llevar solo para apaciguar la ansiedad que se gestaba en la boca de mi estómago por la esperanza viva de que los Hals, asistieran a la fiesta, eso fue así, hasta que el sudor comenzó a perlar nuestros rostros y llegó el momento de un retoque de maquillaje y de hidratarnos, porque el calor era sofocante. El alcohol se percibía incluso desde el jardín de la casa, donde me alejé un poco en busca de aire puro, el alboroto no era tanto afuera y podía estar sola un poco. Miré la hora en mi reloj y vi que eran pasadas las nueve de la noche, mis esperanzas de que ellos asistieran descendieron en picada como una avalancha de nieve.

Hijos del Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora