21. El viaje.

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Ellie:
Llevaba ya varios días metida en esta maldita habitación, y lo que hace años me había parecido un refugio ahora era una cárcel. Aunque pensándolo bien siempre me había sentido de este modo. Estaba empezando a volverme loca. Hacía por lo menos cincuenta años que no pisaba esta habitación y a pesar de que me entró un poco de añoranza cuando entré aquí hace un par de días, ahora ya no podía encontrar prácticamente ningún recuerdo feliz.

Mi habitación seguía tal cual la había dejado. Paredes blancas lisas, con algunos cuadros colgados de las paredes pero nada que tuviera demasiado color. La cama de un tamaño exageradamente grande ocupaba gran parte del espacio y el enorme dosel que casi rozaba el techo. Las cortinas de tul ondeaban alrededor de esta gracias al viento que entraba a través de las ventanas que yo misma había abierto. Cuando me marché me encargué de llevar absolutamente todo para que no tuviese que volver por nada del mundo, y eso se veía reflejado ahora en la habitación. Parecía una habitación de invitados más, no parecía que perteneciera a nadie, no había fotos, no había nada.

En uno de los lados de la cama había una puerta que daba al vestidor y otra que daba a un pequeño baño. Lo había revisado de arriba a abajo y parecía que mi hermana se había encargado de abastecerlo de ropa nueva, aunque carente de ningún color como prácticamente todo lo que rodeaba a Athelia. A pesar de que había tenido que vestirme con uno de esos espantosos vestidos para la reunión del primer día, eso no volvería a pasar.

Athelia ya no tenía nada de lo que yo conocía. Al asomarme a la ventana, no reconocí lo que veía. A través de los muros del palacio no había nada más que hielo. El bosque que una vez había estado lleno de vida ahora se encontraba totalmente congelado en el tiempo, literalmente. El palacio era ahora un refugio para todos. Pero esto no solucionaba el problema, ya que éramos demasiados y el territorio habitable era demasiado pequeño. A algún lunático se le había ocurrido la brillante idea de escarbar por debajo del palacio y ahora la mayor parte de la vida se acumulaba allí.

Mi hermana nos había dicho que la magia se estaba agotando, lo cual obviamente podía verse claramente si te asomas a la ventana. Eso me hacía dudar de si la idea de instalar el centro de la ciudad bajo tierra había sido completamente necesaria o una forma mas de controlar a los feéricos. A pesar de que la magia se estaba agotando, alrededor del palacio flotaba una suave brisa veraniega que contrastaba bastante con el paisaje que tenía delante. Suponía que mi hermana se había encargado de acumular toda la magia aquí para tenerla controlada.

Seguía pensando en mis cosas mientras miraba por la ventana cuando la puerta de mi habitación fue abierta por un guardia, el cual hizo pasar a Melia. Esta entró con uno de esos horrorosos vestidos y con un gesto de la mano hizo que el guardia se retirara y nos dejara solas. Tenía la expresión pétrea y las manos entrelazadas por delante del cuerpo.

— ¿Cómo te vas adaptando de nuevo a Athelia? — dijo con un tono seco acercándose a donde yo me encontraba pero evitando a toda costa mirar hacia lo que había afuera.

— ¿A esto le llamas adaptarse? — no respondió, así que seguí hablando — Esto es un secuestro.

— ¡No es un secuestro! — dijo alzando un poco la voz más de lo normal, pero solo fue un milisegundo, luego volvió a adoptar esa pose rígida que me ponía de los nervios. — Esta es tu casa.

— Esta no ha sido mi casa desde que papá y mamá murieron. — dije yo mirándola fijamente a los ojos y por un momento pude ver el reflejo de la hermana que había sido hace tantos años. Sabía que me estaba pasando un poco al decir eso pero no tenía nada más con que atacar.

— Athelia está en peligro. Necesito ayuda.

— Si está tan en peligro como dices, la mejor manera no es cerrarle las puertas a la gente que quiere ayudarte.

Marcada por las HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora