08. Enemigos

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El partido estaba por comenzar, al menos aquello era lo que yo intuía.

Era difícil saberlo, no tenía manera de leer la hora y no había rastros del equipo de animadores por ninguna parte.

Extrañaba mi celular en aquellos momentos.

Pude visualizar desde mi asiento a Francis sentado en la banca, atandose los cordones, como si no faltara nada para pisar la cancha.

Su cabello lucia completamente mojado, lo más seguro era que antes de adentrarse en el gimnasio había pasado por debajo de la ducha del vestidor masculino.

Me encontraba en las gradas, específicamente en la septima fila. Estaba rodeada de estudiantes que aunque apostaba por sus pintas que la mayoría no tenía ni idea del deporte, sólo querían apoyar a su institución de la mejor forma posible.

Era como ver a tu selección jugar, como llevar el patriotismo en la sangre por un par de horas y al día siguiente olvidarte de como se cantaba tu propio himno nacional.

Así lo vivíamos los estudiantes. Nosotros criticamos nuestra institución todos los días de nuestra vida, pero cuando nos toca demostrar que es la mejor de todas, la defendemos a escudo y espada.

Como argentino promedio, digamos.

La mayoría llevaba puesta la sudadera del colegio, yo en su lugar opte por aquella sudadera verde que aún mantenía aquel olor que tanto la caracterizaba.

Tal vez ya era hora de lavarla.

Un ruido de trompetas empezó a sonar, dandole la bienvenida al equipo visitante.

El equipo visitante empezó a pasar por las puertas del gimnasio, todo el mundo los aplaudió mas por respeto que por ganas.

Los chicos de camiseta bordo saludaron hacia las gradas, ganandose un par de miradas de las chicas de segundo y tercer año.

Casi se me había olvidado lo fácil que era enamorarse a esa edad.

Bueno, enamorarse lo que es enamorarse... no. Pero caer a los pies de alguien por que simplemente se digno a sonreirte, era otro tipo de felicidad.

Ojalá los romances funcionarán unicamente en base de sonrisas y coqueteos inocentes.

Es decir, si ese fuera el caso, tal vez las cosas con Sophia no estarían tan tensas como actualmente se encontraban.

Y yo que pensaba que después del beso venia el felices por siempre.

Después de aquel amargo encuentro con Michelle, me contuve de decirle a Sophia alguna opinión al respecto. Sabía que le habían tocado un nervio sensible y era mejor darle espacio por el momento.

Alguien debería demandar a Disney por ilusionarnos desde pequeños con conceptos errados del amor y todas esas mierdas.

Volví a dirigir mi vista al equipo visitante y mis ojos casi lograban salirse de orbita por la clara sorpresa. Ahi estaba, Jeffrey Evans con la cinta de capitán en su brazo izquierdo.

Debía ser una broma de mal gusto. ¿Como había pasado de no verlo nunca en la vida a verlo en todos lados?

Mire hacia todas las direcciones posibles en busca de la presencia de la zanahoria con patas, pero aquello fue en vano. La pelirroja no había hecho acto de presencia.

Tal vez no quería ver como mi mejor amigo le rompía el culo a su novio, o tal vez el deporte no era lo suyo.

Realmente no me interesaba.

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